El tren surgió como uno de los frutos más maravillosos de la Revolución Industrial, pues durante este período fue cuando se pudo ver su potencial como medio de transporte. Desde entonces, todos los países desarrollados y muchos en vía de desarrollo cuentan con redes de vías ferroviarias. En la Mesopotamia argentina el Gran Capitán dejó una huella y, de vez en cuando, su presente cambia, su historia comienza a reescribirse nuevamente y con ella la de los pueblos que supieron recibirlo. Sin embargo cada vez está más lejano el sueño de oír nuevamente el chirriar de sus rieles. Actualmente parte de él yace en Gobernador Virasoro. En las mismas vías donde se escribieron historias que marcaron generaciones y esta es sólo una de muchas.
“Diciembre de 2003. A pocos meses de la vuelta del Gran Capitán, los Babasónicos presentaban Infame en el Luna Park. Yo era un estudiante de antropología y por sobre todo, pobre. El pasaje en tren costaba un 20% de lo que salía el colectivo. Cerraba por todos lados, podía ir al ‘reci’ y en una especie de ejercicio etnográfico satisfacer la curiosidad de recorrer el histórico trayecto ferroviario.
Con una mochila y un tapper de sándwiches de milanesa me dirigí a la hoy sepultada exestación de trenes de Posadas. Mientras esperaba en la sala, esa misma que hasta meses antes había sido escenario de fiestas y recitales del under vernáculo, pensaba en las milanesas y la fragancia que desprenderían cuando me dispusiera a cenar. Apenas subí a bordo del coche turista del Gran Capitán, por suerte para mi ajustado bolsillo, comprobé que el menú no sería un problema para mis compañeros de viaje: transcurridos los primeros kilómetros, serpenteando entre casillas construidas peligrosamente cerca de las vías, las familias y grupos de pasajeros comenzaron a abrir canastas y conservadoras con pollos al horno, sándwiches de todo tipo, sopa paraguaya y algún que otro resto de asado frío con ensalada rusa. En pocos minutos el vagón entero era un gran banquete bien regado con vinos y gaseosas de segundas marcas para los chicos. Tampoco faltaron acordeones y guitarras y hasta un arpa, que musicalizarían el viaje de 28 horas hasta la estación Federico Lacrozze en la Capital. Así, antes de abandonar el territorio misionero supe que la elección que hice por necesidad económica y curiosidad antropológica, me llevaría a uno de los mejores viajes de mi vida.
No lo voy a negar, era diciembre, hacía calor y los asientos no eran lo más cómodo, pero a fuerza de vino y chamamé todos nos sentíamos viajar en pullman. El sentimiento de comunidad y de compartir algo más que un medio de transporte se respiraba a lo largo de coche, que para ese entonces serpenteaba por los humedales correntinos. La imponente presencia de la Vía Láctea se hacía sentir en las sendas alejadas de las luces de las grandes ciudades.
Ya bien entrada la noche, luego de compartir un par de vasos de whisky con unos turistas alemanes en el vagón comedor y gracias a un intercambio de regalos con el guarda, accedimos a un camarote y la experiencia fue completa.
Dormir en una cama, arropado con el cielo de la Mesopotamia argentina, la constante música del motor diesel y las ruedas contra los rieles, es algo por lo que todo ser humano debería pasar.
Ya a la mañana nuestro amigo nos vino a pedir que volvamos a ocupar los asientos en clase turista y el escenario era el mismo que el día anterior. Todos compartiendo la comida, el vino y la música… la entrada a Buenos Aires, al son de un arpa, es un recuerdo que me va a acompañar por siempre (Matías Njirjak)”.
El tren que se va…
Entre 2003 y 2011 Trenes Especiales Argentinos operó con dos frecuencias semanales, con un tiempo de viaje de no menos de treinta horas por el mal estado de las vías. Los últimos tres años perdió el acceso a Posadas y luego a Garupá, por la crecida de la cota de Yacyretá, por lo que el recorrido finalizaba en Apóstoles.
La mala relación con el gremio de los conductores de trenes y la empresa América Latina Logística ocupó varias páginas de diarios de la época, sin embargo fueron muchos los pasajeros que encontraron en el Gran Capitán una oportunidad de viajar. Una posibilidad que, una vez más, las malas administraciones y, más aún, egoísmos absurdos, truncaron, tal vez, para siempre.
En 2011 el Gran Capitán emprendió su última marcha Buenos Aires – Misiones, al regresar, los conductores abandonaron la formación en la estación Caza Pava, en Corrientes. Y allí espera, en las vías de la estación de Gobernador Virasoro, donde sufrió dos incendios, presuntamente intencionales, se vandalizaron los coches y la locomotora.
El trazo original comprendía más de mil kilómetros, atravesando localidades como Zárate (Buenos Aires), Basavilbaso y Villaguay (Entre Ríos), Monte Caseros y Santo Tomé (Corrientes) y Apóstoles, Garupá y Posadas.
Fue fundamental para el desarrollo del Litoral y la Mesopotamia para llevar pasajeros, alimentos y recursos a nuevas poblaciones de la zona.
Tras años de decadencia, en los 80 y entrados los 90, el entonces presidente de la nación Carlos Menem decidió interrumpir el servicio. El déficit, el mal mantenimiento de formaciones y recorridos, así como la no suficiente demanda, contribuyeron a una decisión que fue lapidaria para las economías regionales. El Gran Capitán Volvió, pero nunca fue lo mismo.
Obviamente fueron muchas las “movidas” que se llevaron a cabo para reestablecer el servicio, una de las últimas consistió en juntar 12 mil firmas para presentarlas a la Cámara de Diputados.
El documento era conciso: “Declarar de interés de la Honorable Cámara la Reactivación del Ferrocarril Urquiza en su ramal Federico Lacroze-Posadas, uniendo así las cuatro provincias argentinas”.
Pero, por una u otra cuestión, todo queda en proyectos. Las ilusiones se renovaron con el trabajo de renovación parcial de las vías del Urquiza para recuperar el tráfico de cargas de las zonas productivas de la Mesopotamia, sin embargo, según explicó el sitio Rieles Argentinos, para el Gobierno “los trenes de pasajeros no son prioritarios”.