No hace mucho Nelly Herrera presentó “12 Poetas Latinoamericanos”, una obra con la que exteriorizó la pasión por escribir que siempre tuvo, que nació con ella, pero el trabajo, los hijos, las obligaciones fueron postergando. Afición que ahora ejerce sin frenesí y que la encuentra ya con “Poemas de mi tierra” en sus manos.
Son 28 composiciones en cincuenta páginas que de alguna u otra manera cuentan sobre Misiones, su historia, su geografía, sus habitantes.
“Muchos de estos poemas los comencé a escribir hace más o menos un año, al principio no sabía qué iba a publicar”, confesó Nelly y no escondió que fue en un viaje a Lima, donde llegó para presentar el libro que comparte con Mía Aragón O y Yamila Valenzuela (Colombia), Gisella Guillén (Cuba), Hugo Sánchez (Argentina), Claudia Alonso (Uruguay), Vianey Bueno Díaz, Eduardo Sánches, Carlos Erik López Cobos y Juan Carlos Peralta (México), Steylan Montilla (República Dominicana) y Ana Carola Burgos (Honduras), donde encontró la dirección que finalmente dio a su primera publicación.
Es que allí recibió el apoyo de un importante crítico literario, quien además comprometió su voluntad de ocuparse del prólogo. “Me ayudó mucho eso, fue un gran impulso”, subrayó la docente, que se niega a dejar la escuela, a pesar de que su edad se lo permite, porque “allí está mi corazón”.
Asimismo, describió que “en estos poemas toco temas que por ahí no se encuentran en otros libros en este formato, como Andrés Guacurarí, la Batalla de Mbororé, la selva misionera, nuestras bellezas, nuestra fauna” y añadió que “la poesía permite al niño también conocer otro lenguaje, no es lo mismo una narrativa, el lenguaje poético, a veces, posibilita encontrar herramientas para describir situaciones que de otra forma sería imposible”.
Y, por supuesto, “Poemas de mi tierra” tiene también mucho de ella, de su niñez, sus primeros años, cuando vivió en Cerro Azul, de cuando inmediatamente su memoria la lleva a la imagen de su papá, hachero, yendo o volviendo del monte. “En ese tiempo no dimensionaba lo que significaba su trabajo, pero cuando uno va quedando grande y reflexiona, a través de la distancia ve las cosas desde otra perspectiva, entonces vislumbra lo sufrida que era vida, no había motosierras y a veces se demoraba más de un día en tumbar un árbol, el sapucay que se oía a kilómetros era señal de ese gran logro, de haber derribado a un gigante”, describió.
“Mi padre fue ejemplo de tesón, de perseverancia, de esfuerzo y, sobre todas las cosas, de superación. Después de todo el trabajo en el monte se hacía un tiempo para sentarse con nosotros y enseñarnos, aprendí a leer con sólo cinco años, también a sumar y restar antes de comenzar la escuela, porque él nos enseñó a mis hermanos y a mí”, confió.
“Mi vida hasta los seis años me dejó grandes imágenes, las lavanderas, mi mamá iba a lavar al arroyo, junto a otras mujeres, los juegos en la noche con las taca-taca, las travesuras en el monte”, agregó. Y, por supuesto, mucho de toda esta vida, que no es más que la del interior de la tierra colorada, está reflejada en este libro que obtuvo la declaración de Interés Provincial por la Cámara de Representantes de la provincia y que será parte de la próxima Feria del Libro.
El hachero
La tarde me entrega al cansancio de tu aliento
Traes el sudor espeso del monte anochecido
En tus ojos carbonillos hay sueños a fuego lento
Traes punzadas de desazón bajo forma de sonrisa.
Piel curtida, duro por fuera, templado por dentro
Tus manos son agobios carcomidos del madero muerto.
Tu oficio de hachero montaraz es pena sin escolta
Eres verdugo solitario de los gigantes huesudos.
Cuando la noche despierta de su letargo
Aromas de mate cocido y reviro hienden el aire
Alimento sufriente martillando las entrañas.
Silbando bajito, hacha al hombro, ropa raída
Alpargatas bigotudas, sobrero de pajas.
Ojos der perdidas querencias.
El hachero va en busca de su presa vegetal.
Tiembla un corpulento guatambú
Uno, dos, cien mil hachazos truenan en el monte
Sangres de clorofila ruedan por el pudor de la tierra
Mil hachazos en el aquelarre de la flora virgen.
Y al filo de la tarde estalla un robusto sapucay
Desde las honduras rutinarias, sabor de triunfo
Del hombre sobre la bestia vegetal
Intersección de flora triste y ecos secos.
Mañana mil guatambúes serán maderos muertos
Mojados con el sudor pegajoso del hachero
Y por la avaricia del poderoso.