Los médicos revisaban, una y otra vez, los exámenes clínicos de la paciente a quien unos días antes habían desahuciado. Uno de ellos se levantó de su asiento para verificar en el laboratorio del hospital que el expediente fuera el correcto. Volvió a su consultorio y revisó de nuevo. Nada.
El aneurisma cerebral que padecía Floribeth Mora Díaz, y por el que le había diagnosticado un mes de vida, había desaparecido. Y la mujer, originaria de Costa Rica, que semanas antes yacía en su cama, que apenas podía moverse y que no podía sostener una cuchara para comer, lo miraba sonriente.
“Fue un milagro”, aseguraba, porque pidió ayuda al Papa Juan Pablo II. “El médico decía: es inexplicable, porque ni siquiera había una mancha en mi cabeza, en las arterias, de que en algún momento hubo un aneurisma”, contó ahora a un puñado de personas que, el miércoles por la tarde, escucharon su testimonio en el Santuario Jesús de la Divina Misericordia de Puerto Iguazú.
En ese momento, su doctor no le creyó, pero no pudo explicar la ausencia del aneurisma, como tampoco fue posible después de varios exámenes en clínicas de Costa Rica e Italia. La hipótesis del milagro se volvió certeza para la Iglesia Católica, que, gracias a esta prueba, acordó canonizar a Karol Wojtyla.
La ceremonia de santificación de Juan Pablo II, presidida por el papa Francisco, tuvo lugar el 27 de abril de 2014. En ese acto también fue canonizado Juan XXIII.
“Levántate”
La historia del milagro comenzó en abril de 2011, cuando a Floribeth Mora Díaz le diagnosticaron un aneurisma en el cerebro, que clínicamente era imposible de erradicar. Los médicos le pronosticaron apenas un mes de vida.
Para la mujer, un ama de casa que estudiaba la carrera de derecho, la noticia fue devastadora. “Fue algo horrible, horroroso el momento de ver sufrir a mis hijos, a mi familia y yo sufriendo porque no los iba a ver más. Mi parte humana tenía miedo a la muerte, porque fe en Dios siempre he tenido”, recordó la mujer del milagro durante su charla en Iguazú, que replicó también en Wanda y Puerto Libertad.
La salud de Floribeth se degradó con rapidez. Permanentemente sufría de dolores de cabeza y llegó un momento en que le costaba hablar o sostener algo con la mano izquierda.
La mujer siempre consideró a Juan Pablo II como un ser humano especial, incluso lo veía como un hombre santo. A él le pidió que intercediera con Dios para recuperar la salud.
El 1 de mayo de ese año observó por televisión la ceremonia en que el Papa fue declarado beato de la Iglesia católica y esa noche escuchó una voz que le decía: “Levántate, no tengas miedo”.
Allí inició su recuperación. “No me levanté de un brinco, pero empecé a sentir paz, mi agonía ya no estaba. El proceso de sanación de mi cuerpo se fue dando paulatinamente”, aclaró.
Nueva vida
Meses después, en noviembre, acudió a una cita de rutina al hospital donde era atendida. Para ese momento Floribeth ya sentía que estaba curada por completo, pero necesitaba la certificación médica. Cuando su doctor confirmó que estaba sana, decidió contar lo que había sucedido.
Escribió su testimonio en la página oficial de Karol Wojtyla en internet y semanas después la contactó la oficina del Vaticano que llevaba la causa de la canonización del Papa polaco.
“Para mí fue algo muy sorpresivo, no lo esperaba. Escribí para que el mundo se diera cuenta de que Dios hace milagros”.
El proceso para certificar la curación milagrosa duró varios meses, en los cuales fue sometida a otros exámenes médicos, incluso en Italia.
La vida de la mujer y su familia cambió después de eso. Aunque pretende volver a las clases de derecho, explicó que dedica una parte de su tiempo en difundir su sanación.
Contó que todos los días hay personas en su casa y que los vecinos la miran con respeto y a veces devoción. “Yo les digo: no vean a la mujer, al verme caminar, al verme hablar, vean el milagro porque es algo que le puede suceder a cualquiera”, sentenció.
Cuando en abril de 2014 se llevó a cabo la ceremonia en que se declaró Santo a Juan Pablo II, Floribeth Mora Díaz, hoy de 55 años, fue la encargada de llevar ante el altar las reliquias sagradas al papa polaco.