A unos 10 kilómetros de la ciudad de San Vicente, pero por la ruta provincial 13, unas treinta familias viven en el paraje Rosa Mística, kilómetro 39. La particularidad de esta zona rural es que los chicos tienen que cruzar no uno, sino dos arroyos para llegar a la Escuela 350 que está en picada Florida, en el kilómetro 40.
El primero de los arroyos pasa por el trazado de un camino vecinal y los pobladores piden hace muchos años que se construya un puente para facilitar el traslado de los productos de la chacra hacia San Vicente. Obviamente, también para que los chicos puedan usarlo para ir a la escuela sin tener que pasar por la pasarela precaria que hicieron sus propios padres con troncos.
José Bueno y su esposa Luisa tienen cuatro hijos y viven entre los dos arroyos. Según contó, si sus hijos usaran la pasarela que construyó recientemente la Municipalidad de San Vicente en un extremo del paraje donde también viven muchas familias, tendrían que caminar diez kilómetros para llegar a la escuela en vez de los tres que hacen cuando optan por cruzar por la pinguela de troncos que armaron sus padres.
Según contaron a PRIMERA EDICIÓN Jorge Assman y su esposa Karina, padres de tres niñas en edad escolar, Karen, Ángela y Victoria, desde 2007 que las familias de la picada piden que se construya pasarelas en ambos arroyos.
Luego que la necesidad de un puente para este paraje llegó a un medio nacional, el lunes pasado, 17 de septiembre, personal de Vialidad Provincial se hizo presente en el lugar, habló con los vecinos y tomó medidas, tal como informó este Diario en su edición de ayer. El anunció de una nueva pasarela está hecho, pero después de tantos años de promesas, los colonos ya no creen en palabras.
“Queremos que nuestros hijos estudien”
Jorge, Karina, José y Luisa dejaron la escuela cuando eran muy chicos, sólo uno de ellos terminó séptimo grado. “Yo vivía muy lejos y mi mamá no me podía llevar, empecé a ir cuando tenía doce años pero dejé dos años después para trabajar”, recordó Jorge.
“Teníamos que ayudar a cuidar a mis hermanitos más chicos, hice hasta tercero pero no entendía casi nada. No tuve la oportunidad de estudiar, por eso me esfuerzo para que mis hijos vayan a la escuela y el día de mañana sean alguien y puedan salir de la chacra”, admitió Luisa.
Según recordaron, durante unos años, la escuela mandaba a un maestro y este daba clases a los alumnos más chiquitos de la colonia en un salón comunitario cercano.
Por Gisela Fernández (Enviada especial)