El artífice de semejante maravilla fue Gordon Schluter, un norteamericano que nació el 29 de agosto de 1921 en la ciudad de Sedan, en el estado de Minnesota. Tras desempeñarse como piloto en la Segunda Guerra Mundial, retornó a su país y comenzó su formación empresarial en Minneapolis. En 1960 invirtió en St. Croix Rod Company, que se dedicaba a la fabricación de varillas para pesca.
Estuvo ocho años hasta que decidió buscar nuevos horizontes en Nuevo México.
En 1977 recibió un llamado telefónico que anunciaba la inminente quiebra de St. Croix, y decidió arriesgar todo para convertirse en el propietario junto a dos socios.
“Recuerdo que mi padre me dijo que se estaba mudando a Park Falls para ayudar a St. Croix. Sabía que este sería probablemente su último negocio. Utilizó su retiro e hipotecó la casa para invertir en la compañía”, recordó su hijo, Pam Schluter Smylie.
A principios de 1980 se quedó con la totalidad de la firma y sumó a sus hijos Paul, Jeff y David. “St. Croix se habría hundido si no hubiera sido por la dedicación de Gordon Schluter. Literalmente vertió el ahorro de su vida en él y arriesgó todo lo que poseía en un momento en el que podría haberse tomado un cómodo retiro”, recuerdan sus herederos.
A los 79 años, en 1990, se retiró de la compañía y falleció en 2005, pasando a integrar el Salón de la Fama de la Pesca.
La constante innovación y calidad en los materiales convirtieron a las cañas St. Croix en las más codiciadas del mercado. Eso llevó su precio a valores muy elevados y fuera del alcance de muchos pescadores, pero ese es otro tema.