“Habían dado las 19 en aquel viejo reloj de nuestra iglesia cuando la ciudad fue sacudida por un ululante ventarrón. Las casas se estremecieron y un angustioso suspenso se apoderó de sus moradores. Ratos después el cielo se abría y el agua se precipitaba en ruidosas cataratas, mientras el Paraná se encrespaba con violencia. Las luces de Encarnación se apagaron y un grave silencio envolvió a la localidad paraguaya. Más tarde, un extraño navegante surcaba las aguas del encabritado río en fragilísima canoa: era el padre José Kreuser, párroco de la población vecina, que acompañado por el mecánico Jorge Memel, traía un fatídico mensaje: la parte baja de Encarnación había sido destruida por el ciclón que, tocando apenas Posadas, había descargado allí su tremenda furia”.
Este fragmento extraído del libro “Ayer, mi tierra en el recuerdo”, de Balbino Brañas, refleja lo ocurrido hace exactamente 92 años en la vecina ciudad paraguaya cuando, a raíz de una catástrofe, los pueblos hermanos se unieron en la solidaridad y compartieron el dolor.
Manzanas enteras de la villa baja encarnacena, comercios destruidos, caos en la instalaciones del alumbrado público y domiciliario, animales domésticos muertos o perdidos, vehículos destrozados, cientos de heridos y no pocos desaparecidos, además de las más de 400 víctimas fatales (según las últimas investigaciones) fueron el saldo material del feroz viento que azotó la capital de Itapúa durante la tarde del 20 de septiembre de 1926.
“El fenómeno aéreo dio comienzo a su tarea devastadora a eso de las 6.20 de la tarde”, cuenta Orangel Belmar en su libro “La catástrofe”, escrito dos años después de la tragedia. “La tromba, en su marcha fatal, atravesó enseguida y en cortísimo tiempo la ciudad (…) A su paso destrozó las casas, derrumbándolas en un instante, arrancó de raíz todos los árboles, quebró los postes del alumbrado que cayeron con sus cables intactos, promovió una danza infernal de millares de chapas de zinc, las que convertidas en guadañas satánicas sembraron las casas de muertos y heridos”.
En ese entonces el gobernador de Misiones era Héctor Barreyro, quien -ante el pedido de ayuda de dos hombres que cruzaron el río embravecido, Jorge Memmel y el vicario José Kreuser- organizó un operativo con barcos, médicos, alimentos, ropas y botiquines de primeros auxilios.
Para la medianoche de ese lunes al martes, los médicos posadeños ya habían llegado al Consulado argentino en Encarnación, donde se había establecido un hospital de emergencia. En tanto, en la capital misionera se preparó todo para atender a los heridos que fueron trasladados en varios viajes del ferry “de línea” entre ambas ciudades. El salón de la Logia Roque Pérez se abrió para recibirlos y asistirlos.
Como muestra de agradecimiento del Gobierno y el pueblo de Encarnación por todo el apoyo recibido, donaron el conocido monolito que se instaló en el Parque República del Paraguay, por la solidaridad del pueblo argentino y en especial de la comunidad de Posadas
Cuando se cumplieron los 80 años del suceso, en 2006, el Concejo Deliberante de Posadas declaró el 20 de septiembre como el Día de la Confraternidad y la Solidaridad entre los pueblos fronterizos de Posadas y Encarnación.