Un tiempo en que pasábamos horas repitiendo las tablas y “peleándonos” con nuestros padres o hermanos mayores que se esforzaban en hacernos entenderlas. Para después repetirlas orgullosos frente al aula y un maestro que asentía nuestros aciertos con su cabeza o, con una sonrisa, corregía nuestros errores. Y el aplauso y felicitación final cuando concluíamos, sin importar muchos las veces que intervino para corregirnos.
¡Gracias a todos mis maestros!
Juan Manuel Fernández
Puerto Iguazú (Misiones)