Un viaje a ese sitio nos permitió apreciar de cerca su exuberancia, en un tour que se puede hacer en el mismo día.
Para llegar hay que transitar por la ruta 12 unos 40 kilómetros desde el Arco. Justo frente al cartel que indica la Región Mesopotamia, Esteros del Iberá, hay que tomar el desvío a la izquierda para entrar a la ruta provincial 41. Una vez allí, otros 60 km de camino de tierra hasta el Paraje Galarza.
Está poblado de estancias donde se puede apreciar gran cantidad de ganado y especies de aves que son el preludio de una zona en la que más adelante el hombre ya no es el protagonista.
Un cartel de bienvenida al paraje nos invita a pasar a través de un puñado de casas bajas de familias que hace generaciones e inclusive ancestralmente viven en la zona. Llegamos al Portal, donde las cocineras nos aguardaban con torta frita, agua caliente para el mate y cómodos sillones al lado de unas brazas coronadas con una pava ennegrecida, típica de los fogones. En frente, una alfombra de juncos llegaban hasta el horizonte y una familia de carpinchos deambulaba por el lugar.
Los guías Sebastián y Uriel, y los baqueanos Luis y Marcelo, nos adelantaban las actividades previstas para el día, mientras un trío de ñandúes pasaba alrededor de la casa en busca de algo para picotear. La mañana siguió con la degustación de un guiso campero acompañado de vino tinto. Cumplida la sobremesa, José, uno de los responsables del lugar, explicó de qué se trataba el ecosistema del Iberá, cómo se formó y cómo en los últimos años comenzó a tomar relevancia, luego que se permitiera la actividad privada en sus márgenes.
En este sentido diferenció el equilibrio y la sustentabilidad del emprendimiento en armonía con el entorno. Destacó la iniciativa de la Asociación Congresos y Convenciones Bureau Posadas y el interés del Ministerio de Turismo de Misiones para hacer conocer que Posadas es la entrada más cercana al Iberá.
Luego fue el turno de Uriel, un investigador y especialista en aves y mamíferos. Destacó que el Portal Galarza tiene diseñado un circuito turístico de observación natural, pero a su vez tiene una rama dedicada a la investigación y la conservación. Realizan un censo y un relevamiento de las especies de aves, desconocidas y en peligro de extinción, como así también las que anualmente realizan la migración desde otras partes de América. Las actividades que desarrollan son para la familia, como así también para los especialistas interesados en el avistaje de aves.
La jornada continuó con el paseo en lancha para entrar de lleno al ecosistema acuático. En una gran cantidad, los yacarés retozaban al sol mientras los guías, descendientes de los antiguos pobladores, describían la dinámica natural del lugar y el comportamiento de los animales, no desde el lado científico, sino desde su propia experiencia. Crecieron allí y lo conocen como la palma de la mano. Mientras garzas, federales, y chajás sobrevolaban la zona, llegamos al gran estuario de la laguna Galarza, la antesala a la laguna de la Luna, en la cual no se ve la orilla contraria debido a su vastedad.
Al regreso de la excursión náutica continuó el recorrido a pie por la zona de monte. Si bien en parte puede ser similar a la vegetación de Misiones, la perspectiva cambia completamente cuando un especialista describe los procesos que allí ocurren. La explicación que brindó Uriel fue mucho más allá de la descripción, permitió escudriñar cómo la vida se desarrolla y se reproduce en un código que jamás podría ver a simple vista alguien que viene de la ciudad. La historia de un pozo artesiano jesuita que está en el lugar desde hace 400 años, los trueques de un lugareño que vivió allí y el tacuaral donde duermen los monos no tienen desperdicio.
De regreso al puesto nos aguardaban unas exquisitas pastafrolas con mate cocido y té. Mientras empezaba a caer la tarde los carpinchos salían de los esteros y se dejaban ver por la zona.
La despedida final la dio Luis, el guía, que tomó un acordeón y deleitó al grupo con un chamamé. Nos fuimos, no sin antes pasar por un antiguo casco de estancia. Con las ovejas balando de fondo, recorrimos la casona con todas las comodidades para los que quieran pernoctar y hacer una doble jornada en los esteros. A lo lejos, sobre el crepúsculo se veían los últimos destellos sobre el agua del Iberá (en guaraní, agua que brilla). El regreso a la ciudad terminó con la postal de una luna gigante que asomaba por el este. El Portal Galarza quedó atrás. El regreso será en breve. Demasiado cerca como para no volver.