Parece para todos claro y constatado que la adolescencia es un período crucial en la vida del individuo. Es obvio que supone una crisis, que como toda crisis es revulsiva y conlleva pérdidas y logros, que estas pérdidas se vivencian con dolor, y que la aflicción es uno de los sentimientos que inundan al joven.
Ahora bien, nos preguntamos, ¿tiene que ser siempre así?, ¿por qué es tan dramático a veces este tránsito?, ¿cómo podemos encarar y entender este proceso?
Los conceptos de duelo, identificación e identidad son seguramente los que mejor definen la comprensión del proceso adolescente.
La puerta de su cuarto se llena de letreros que marcan fronteras. Territorio propio, llamar antes de entrar, esta es mi habitación y aquí dentro mando yo. Doce, trece años. Después de la primera frase, “mi cuarto es mío”, vendrán otras afirmaciones categóricas como “no te metas en mi vida”, “son mis amigos y punto”.
Mitad niños aún, mitad adolescentes, empiezan a tomar decisiones y también a equivocarse.
Algunos consejos que pueden ayudar:
Cuando tengan que hablar/pelear con su hijo adolescente, que probablemente esté en “estado modorro”, tienen que procurar estar tranquilos, a veces hay que dejar pasar dos horas o dos días para hablar con un adolescente porque cuando estamos alterados (y los adolescentes son unos profesionales en sacar de quicio a sus padres) decimos cosas que ayudan muy poco a educar.
Cuando los hijos están descontrolados necesitan padres controlados porque si nos descontrolamos también ¿quién va a mostrar a los hijos cómo se afrontan las situaciones conflictivas?
Firmeza: significa que lo que los padres dicen que van a hacer, lo hacen. A veces por cansancio, por comodidad, por dar “otra oportunidad” no hacemos lo que les hemos dicho que íbamos a hacer. Y nuestros hijos lo saben y lo utilizan. Para ser firme hay que tener tranquilidad.
Padres y madres no se deben contradecir. Recuerden que los adolescentes tienen un Máster en “echar a pelear a sus padres”. La firmeza ayuda a evitar esta situación.
Cuida lo que sale de tu boca mientras educas. Procura no decir “Ahí tienes la puerta, pero si sales no vuelvas a entrar”, “Como sigas así vas a ser un desgraciado”, porque esa frase solo asusta al que la dice. ¿No ves que después de discutir con un adolescente se duerme como un profesional sus ocho horas mínimo y sin embargo los padres estamos desvelados?
Procura no decir, “Qué ganas tengo de que crezcas y te vayas de casa”. Como si te molestara que tu hijo viviera la vida que tiene que vivir. Pero sobre todo no le digas nada con hastío, con desgano, con rabia, derrotado.
Confía en tu capacidad como educador y sigue educando, no te desesperes, paciencia y sin dejar de marcar límites claros y precisos dale autonomía progresivamente. Esta es una estupenda manera de actuar como padres, una buena manera responder frente al desconcierto que nos genera el comportamiento del adolescente.
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Cecilia Castillo
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