Muchas personas, en estos tiempos convulsionados que vivimos a nivel mundial, han perdido la esperanza del futuro. Es decir, la confianza de que lo vendrá mañana será mejor que lo que tienen hoy. Para ser capaces de vivir en plenitud y lograr todo aquello que nos proponemos, es fundamental recuperar la esperanza perdida.
La esperanza no es un deseo: “Ojalá baje el dólar”. La esperanza es una visión, un estilo de vida. Si alguien me comentara: “Me gustaría convertirme en un músico profesional”, le preguntaría: “¿Cuánto hace que estás aprendiendo algún instrumento?”. Si la persona me responde que aún no está tomando lecciones, entonces me doy cuenta de que solo tiene un deseo. No tiene esperanza, es decir, la creencia de que viene algo bueno a su vida. Y todos nos movemos y accionamos en función de lo que viene.
La esperanza tampoco es una emoción. La gente perezosa, por lo general no hace nada porque no espera nada. La gente que nunca le aplica excelencia a lo que hace no tiene un futuro grande. Por eso, le da lo mismo hacerlo más o menos bien. Es el famoso argentinismo que dice “lo atamos con alambre”. La gente nostálgica experimenta ese sentimiento porque no ve nada hacia adelante. Y hoy se sabe que algunas enfermedades pueden aparecer por no tener la esperanza de un mañana mejor.
Quien tiene esperanza, una visión, se enfoca hacia adelante. Su objetivo no es ser visto o felicitado por los demás, sino alcanzar un mañana mejor que su presente. Aquel que vive pendiente de la mirada ajena, que busca la validación en los demás, seguramente gastará todo su dinero en conseguir cosas que no necesita para impresionar a la gente. Vivir con esperanza es tener “mente de esperanza” y ver más allá de las actuales circunstancias.
¿En qué consiste la mente de esperanza?
Por ejemplo, cuando discutas con tu hijo y este te reproche: “Vos me hiciste tal cosa”, podés responderle: “Perfecto, tenés razón, ¿cómo seguimos de acá en adelante?”. “Vos nunca me abrazaste”, o: “Vos nunca me escuchás”. “Es cierto, lo reconozco, levanto el guante, ¿cómo seguimos de acá en adelante?”. Cuando venga alguien a quejarse a tu negocio y te diga: “Acá me trataron mal”, respondele: “Tiene razón, lo trató mal mi empleado, ¿cómo lo mejoramos de acá en adelante?”. Mucha gente no quiere pensar para adelante y prefiere vivir sin esperanza.
Tener mente de esperanza es ver qué hacemos de acá en adelante o armar el plan del futuro en el presente. Cuando una pareja viene a buscar consejo y me cuentan que discuten con frecuencia, les propongo: “Muy bien, están discutiendo mucho. ¿Cómo continúan de acá en adelante?”. “Pero él me dijo tal cosa… pero ella no hizo tal otra”, se quejan. Hablar de lo que pasó es quedarse anclado en el ayer. Tener mente de esperanza es mirar hacia el mañana y armar un plan hacia adelante.
Aprender a armar planes a futuro, y a hacerlo rápido, es no solo mantener viva la esperanza sino ahorrarnos muchos dolores de cabeza. Porque la vida está llena de imprevistos. Todos podemos desarrollar la mente de esperanza que nos permite construir para adelante creyendo que lo que viene será extraordinario.
Colabora
Bernardo Stamateas
Doctor en Psicología, Sexólogo Clínico, Escritor y Conferencista Internacional.