La problemática del alcohol al volante volvió a quedar en el centro del debate público tras un nuevo fin de semana marcado por siniestros viales en Posadas y la región. En diálogo con FM 89.3 Santa María de las Misiones, la jueza de Faltas de la Dependencia N.º 3 de Posadas, Bettina Alejandra Balbachán, sostuvo que, pese a la vigencia del alcohol cero desde mayo de 2016, los números siguen siendo alarmantes.
“Una ley por sí sola no cambia comportamientos. Apenas abre una grieta desde la cual interpelarnos qué lugar ocupa el alcohol en nuestras vidas”, afirmó la magistrada, al remarcar que la normativa, por sí misma, no alcanza para modificar prácticas profundamente arraigadas. En ese sentido, recordó que en 2026 se cumplirán diez años de la implementación del alcohol cero, sin que ello haya significado la erradicación del problema.
Durante la entrevista, Balbachán puso el foco en lo ocurrido durante las celebraciones de fin de año y advirtió que los registros elevados de alcoholemia no son excepcionales. “Un 1,57 no es el número más alto que he visto. Lamentablemente, es un valor de todos los días, y en fechas festivas muchísimo más”, explicó, al vincular estos episodios con el significado social que tiene el alcohol, asociado al brindis, la fiesta y la diversión.
Según analizó, la sanción legal convive con mecanismos sociales que buscan esquivar los controles, como los grupos de Whatsapp que alertan sobre puestos de alcoholemia. “Cuando llega una ley como el alcohol cero, a la par se generan defensas, anticuerpos para un cambio al que no se quieren adaptar”, sostuvo, y advirtió que no habrá controles suficientes, aunque se multipliquen, si no hay un cambio de conciencia desde el ámbito familiar.
Para la jueza, el núcleo del problema es cultural. “Cuando hablamos de alcohol cero no estamos hablando solo de una norma, estamos hablando de un desafío cultural frente a una costumbre profundamente arraigada en la sociedad”, remarcó. Y añadió: “El alcohol no es solo una bebida: es un símbolo de pertenencia”.
En ese marco, cuestionó la idea del consumo “moderado” y del antiguo límite de 0,5 gramos de alcohol en sangre. “¿Cómo sabe una persona que llegó a 0,5 y no a más? No hay forma. Cualquier porcentaje de alcohol es peligrosísimo, porque depende del cuerpo, del peso, de la habituación”, explicó. Además, detalló que incluso dosis mínimas alteran el sistema nervioso central, reducen los reflejos, afectan la visión periférica y generan la llamada visión túnel.
Balbachán también desmontó uno de los prejuicios más extendidos al señalar que no son los jóvenes quienes más incurren en estas conductas. Por el contrario, sostuvo que son los adultos quienes tienen más arraigada la costumbre de beber y conducir, mientras que entre los jóvenes está más naturalizada la figura del conductor designado, lo que consideró una señal alentadora.
La magistrada amplió el análisis al advertir que el alcohol no es el único factor de riesgo. Mencionó la publicidad, las distracciones al volante y el contraste entre la capacidad de los vehículos para alcanzar altas velocidades y las limitaciones reales de rutas y calles. “No existe una autopista que permita 200 o 300 kilómetros por hora, pero los autos sí pueden hacerlo”, ejemplificó.
Al trazar un paralelismo con la incorporación del cinturón de seguridad, recordó cómo esa práctica se volvió parte del sentido común gracias a la educación, el ejemplo y la insistencia social. “Las sociedades que lograron reducir los siniestros no tienen fórmulas mágicas: tienen naturalizada la idea de que conducir alcoholizado mata”, afirmó.
Finalmente, Balbachán insistió en que los controles son necesarios y disuasivos, pero insuficientes por sí solos. “Puedo poner 850 controles más y siempre va a aparecer alguien que intente evadirlos. La única salida real es la concientización individual trasladada al plano colectivo”, reflexionó.
En vísperas de las fiestas de Año Nuevo, llamó a repensar conductas naturalizadas, desterrar la idea de que “son solo unas cuadras” o “una copa no pasa nada” y asumir que quien conduce no debe tomar alcohol, como una responsabilidad básica para cuidar la propia vida y la de los demás.




