Por Myrian Beatriz Vera y Juan Carlos Marchak, enviados especiales
A menos de dos kilómetros del microcentro de El Soberbio, después de atravesar un caminito rural, donde el aire tiene un perfume que no se confunde con nada, sobrevive una de las pocas chacras misioneras que se dedican a la producción de citronela.
Para llegar al emprendimiento, llamado “AgroGaliano”, hay que atravesar un camino de ondulaciones rojas, con el murmullo del río Uruguay como telón de fondo y, por supuesto, seguir la cartelería que su propietario, don Ademar, colocó cuidadosamente para guiar a los visitantes…
Atraído por la ancestral práctica, que ya muy pocos continúan, PRIMERA EDICIÓN recorrió la fábrica y se convirtió en testigo privilegiado de cómo su impulsor trabaja para mantener vivo el negocio, desde la destilación manual del aceite esencial de citronela, una de las plantas más nobles en esta parte del mundo, hasta su distribución en los frascos, y botellas cuidadosamente fabricados para no perder la identidad misionera.
“La citronela se adaptó en El Soberbio por dos factores: suelo y clima”, contó don Ademar mientras mostraba los largos penachos verdes de la famosa planta.
Entre calderas y hojas frescas, el hombre explicó por qué esta “gramínea” encontró en su tierra, el clima y el suelo perfectos y cómo su oficio se convirtió en “una lección de paciencia, química natural y memoria rural”.
“Toda la materia prima está en la hoja. Es ahí, en la clorofila, donde se concentra el aceite esencial”, explicó con la sabiduría de quien conoce cada raíz del monte.
En el alambique, que este Diario caminó de palmo a palmo, se extrae cada gota de ese aceite esencial con paciencia y calma. El lugar se encuentra a pocos metros de su taller y residencia; está rodeado de un denso monte donde también nace una pequeña cascada y se erige un imponente edificio en construcción, donde el productor sueña con convertirlo en un “showroom” de la citronela, como atractivo turístico.

Todo comienza en el terreno
“El suelo toscoso de colores varios, con muchos minerales, actúa como un pH que le da calidad al aceite”, explicó más tarde don Ademar, con la naturalidad de quien aprendió más observando que leyendo. “El clima”, dijo en cambio, “es el limitante”.
“La citronela no se banca la helada”, advirtió. “A la sequía sí, a la lluvia también, e incluso el granizo no le hace nada. Pero si viene una helada y si no está protegida, se muere. En la costa del Uruguay hay pocas precipitaciones y las temperaturas son bajas, por eso la citronela crece por todos lados”.
No obstante aclaró que la producción propiamente dicha se concentra en los meses cálidos.
“En el verano, con más horas de sol, aumenta en la clorofila de la hoja la cantidad de aceite esencial. Ese es el momento indicado para hacer el corte y cultivar, no así en los meses de junio, julio. A finales de agosto se hace el primer corte de limpieza”.

Luego, el proceso es totalmente manual. Con un machete, Ademar y otros ayudantes ocasionales cortan las matas y dejan que las hojas se oreen dos o tres días.
“Así quedan más livianas para transportar al alambique”, amplió mientras caminaba hacia el viejo equipo metálico que descansa en la parte de atrás de su taller: el alambique. Es nada menos que el corazón de su trabajo. Allí, por arrastre de vapor, se extrae el aceite que luego se separa del agua en un recipiente al que él llama “el tachito separador”.
“Todos los aceites esenciales se extraen por vapor. En mi caldera el agua hierve y el vapor se inyecta en el alambique. La hoja se carga, se cierra herméticamente, y el vapor pasa por una serpentina que lo condensa. Abajo, en el separador, cae el líquido: la citronela flota porque es aceite y el agua queda abajo”, simplificó. El resultado es puro: de una tonelada de hoja puede obtener entre siete y nueve litros de aceite esencial.

“Lleva una hora de destilación, más o menos”, calculó, mientras mostraba el reloj del calderín que es el que marca la presión en kilos de vapor y que requiere precisión para llegar a un producto de calidad.
Múltiples destinos
“La citronela es un desinfectante natural. Mata bacterias, insectos voladores, elimina pulgas, garrapatas, hormigas, arañas”, enumeró don Ademar, luego de remarcar su primer gran poder como “repelente”.
“El mosquito siente el olor y se va. Con este producto, en Brasil hacen repelentes que no manchan la ropa ni la piel y que son sumamente efectivos y nobles. Yo aprendí a adaptarlo aquí de la misma manera, porque otorga un valor agregado”, declaró.
Consultado sobre otros destinos del aceite, el pequeño productor aseguró que son múltiples.
“Cosmética, perfumería fina, medicina natural, y hasta spa. Por los citrales que tiene, es muy buscado. El ser humano todavía es incapaz de replicarla sintéticamente, la ciencia humana no tiene manera de producir citronela de la nada. Los laboratorios necesitan la citronela natural para hacer un buen perfume”.
No obstante sus usos requieren cuidados especiales, ya que aplicada directamente en la piel, puede generar una reacción térmica.
“Toca la piel y levanta calor. En pieles claras se nota más, se pone rojizo, pero después pasa a frío, como si la anestesiara”, contó y se roció para demostrarlo.

“Si tocás la citronela con el labio o la lengua, se te duerme un poco, pero no hace daño, recordemos que la planta también tiene uso medicinal por sus propiedades antisépticas, antiinflamatorias y antioxidantes”, aseguró.
Del taller artesanal de don Ademar salen varios productos: repelentes, pipetas antipulgas y desinfectantes de uso doméstico.
“Aparte de eliminar garrapatas, perfumamos al animal. Y para limpiar la casa o la oficina es buen desinfectante”, explicó sobre sus usos.
En cuanto a lo formal del emprendimiento, Ademar tiene su registro ante el Ministerio de Agricultura y al mismo tiempo ofrece capacitaciones sobre el uso y la extracción del aceite.
“La gente llaga hasta acá buscando la verdadera citronela. Quieren ver cómo se hace. Yo les muestro todo: la planta, el alambique, el aceite”, contó sobre el final, ya que su chacra funciona también como un espacio de agroturismo.
Del florecimiento en los años 80 al declive actual
La producción de citronela en El Soberbio tiene una historia más que amplia. Fue floreciente hace algunas décadas, pero con el tiempo se fue viniendo a menos, y ahora “resiste” gracias a emprendimientos como el de don Galiano, que cuidan la “joya verde”.
“En los 80, hace más de cuarenta años, éramos una superpoblación de citroneleros. Cientos de chacras se dedicaban a su producción, pero ya no”.
De acuerdo a lo que relató la causa fue doble: el manoseo del intermediario, que desalentó a los productores, por tirar abajo los precios y los costos del proceso.
“El alambique es lo más caro. No todos pueden tener caldera y calderín. En esta zona seremos cuatro o cinco que sí. Los demás usan fuego directo, que gasta mucha leña y no se controla de la misma manera”, explicó.
Esa diferencia técnica también incide en la calidad: “La caldera da la certificación de buena producción. Maneja el vapor aparte, no el fuego directo. Con eso optimizamos energía y garantizamos el aceite”.
El otro desafío es el agua: “Se necesita mucha. Ahora cada vez menos agua porque las vertientes se fueron perdiendo con las constantes secas y el cambio climático. El agua es fundamental para condensar el vapor. Sin agua, no hay citronela”, zanjó.
A pesar de los obstáculos, Galiano resiste. Su clientela principal son los visitantes y turistas que llegan atraídos por los Saltos del Moconá.




