Casi el mismo ritmo que la inflación y otros ítems de la estructura económica que no paran de agravarse, comienzan a encenderse las luces de alarma en el Gobierno respecto de las posibilidades reales de sostener la mejora del PBI.
Hace apenas dos meses el oficialismo hacía gala de sus chances en ese sentido y ponía como argumento los índices positivos que le ofrecían algunos organismos multilaterales. Pero desde aquellas jactancias a estos días pasaron cosas. Argentina es un país en el que dos meses son demasiado…
Hoy, con un Índice de Precios desbocado, una progresiva pérdida de poder adquisitivo y, como resultante, un consumo privado notablemente en baja, comienza a acotarse el optimismo del Gobierno respecto de lo que pueda lograr para lo que queda del año.
Y es que no sólo cambiaron las condiciones internas, sino que el mundo también se transformó mucho en este tiempo. El conflicto armado en Ucrania afectó a Argentina dado que disparó los precios internacionales de la energía para un país que sigue apelando a la importación de gas y combustibles.
Pero la guerra también hizo que se dispararan los precios de las materias primas que produce Argentina. Hasta ahí la historia parecía más o menos compensada.
Pero la guerra se extendió en el tiempo y la ventaja de las materias primas se agota. El país tampoco estaba listo para el carácter permanente de la inflación en Estados Unidos y Europa, ni la desaceleración de China y otros factores que enfriaron la economía de la agenda de naciones.
Hoy, mientras la mayoría de los estados intentan empatar con las proyecciones para sus respectivas economías, Argentina empieza su irremediable trayecto en reversa. Y mientras no genere condiciones favorables reales para disipar incertidumbres y atraer inversiones, seguirá apelando a las mismas herramientas que hoy condicionan el crecimiento de su economía.