“Abusan y violan los padres, los abuelos, los tíos, los hermanos mayores y los compañeros de la madre que a veces cumplen función paterna”, señala la especialista Eva Giberti en Página 12 al hilo de las estadísticas más recientes del Programa las Víctimas contra las Violencias (PVCV) del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, que ella coordina.Se trata de niños y niñas de la ciudad de Buenos Aires cuyos familiares han recurrido a las comisarías para denunciar el abuso. A veces una madre, una tía o una vecina. Llegan con la víctima de la mano, en oportunidades solamente piden la intervención policial, describe Giberti.La Policía inmediatamente se comunica con el Equipo del PVCV que dialoga con el niño o la niña, además de escuchar al adulto, y automáticamente se convierte en el testigo que habrá de reproducir su diálogo con el niño o la niña en calidad testimonial ante el juez porque es la primera persona técnica que toma contacto con la víctima. El juez atiende este testimonio que le resulta fundamental para la continuidad de la investigación.“Este Equipo afirma que recibe cinco denuncias diarias por abuso sexual contra niños y niñas. Pero de ellas, tres adultos, después de denunciar, se niegan a instar la causa penal, es decir, a autorizar la investigación, el seguimiento del caso en el ámbito del derecho. O sea, la denuncia se cae, pierde eficacia, porque el abusador no será citado por la Justicia. Eso es exactamente lo que se espera: “cumplir con el deber” de denunciar. Pero que al abusador lo citen en Tribunales, que aparezca quizás un defensor de niños, que se pruebe el abuso y/o la violación y que el sujeto sea detenido… ¡Ah, no! Para tanto no”, cuestiona Giberti.Con el argumento de no destruir el vínvulo entre el adulto abusador y el niño, se evita continuar con la denuncia, Y están quienes señalan que “al fin y al cabo, los chicos se olvidan de esos episodios….” “¿Una niña se olvida que durante años su padre o su abuelo la manoseaban permanentemente y la obligaban a mantener el secreto para que la familia no se enterara? Lamento defraudarlos”, recalca Giberti. “Mi consultorio me ha colocado, y continúa sucediendo de ese modo, en contacto con adultas y adultos que a los cuarenta años o más me cuentan angustiados aquello que les sucedió durante su niñez y no pudieron mencionarlo, no hubo posibilidad de una revelación por temor, por vergüenza, y el desasosiego los acompañó durante toda su vida estropeándoles sus vínculos sexuales y sus experiencias vitales enhebradas permanentemente con ese recuerdo”, recalcó la psiquiatra.“También están aquellos y aquellas que se sobreadaptan a la situación y se mantienen apegados al abusador, entrenados en un sometimiento del que no pueden huir porque descuentan que no les van a creer. ¿Cómo dudar del abuelo que cuida al niñito mientras la mamá trabaja fuera de la casa?”, agregó.“No creerles a los niños y niñas es acumular goces en el océano de perversiones con las que el abusador se satisface”, sentencia Giberti. Fuente: diario Página 12
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