El velo de la buena onda terminó por disiparse de un solo golpe. A partir de ahora las noticias serán más malas que buenas y vendrán de la mano casi sin parar.
Promediando la segunda mitad de su primer mandato y encarando lo que queda para recuperar posiciones pensando en repetir, Cambiemos se encuentra con que gobernar no se trata nada más que de lindos y entradores discursos. Se trata también de decir duras verdades y tomar decisiones difíciles.
Atrás quedaron los tiempos en que le economía pasaba mejores momento y ganar una elección se trataba de contratar una buena consultora de comunicación local a algún destacado gurú internacional de la propaganda.
En todo caso podrán ganarse elecciones así, pero gobernar se volverá entonces una tarea titánica que, en el ejercicio de la prueba y el error, se llevará por delante a densas masas poblacionales.
Cómo habrá quedado atrás aquello de que lo peor ya pasó que ayer mismo el Gobierno tuvo una nueva muestra de la falta de credibilidad internacional de la que se jacta todas las semanas.
Los papeles argentinos en las bolsas internacionales, más precisamente en Wall Street, reflejaron esa endeble confianza del mercado en el plan, si es que existe alguno, del macrismo para salir de una crisis que recién ahora asume y reconoce. Cayeron tanto como el Merval, la bolsa argentina que ayer registró una de las peores debacles de su historia.
Tan falto de credibilidad anda el Gobierno que debió reciclarse para encontrar nuevos ministros o funcionarios que se pongan al frente de un proyecto que no genera buena onda ni siquiera puertas adentro. Si ni los propios líderes de Cambiemos trajeron su dinero al país ni antes, ni durante ni después de que se les achacara esa conducta.
El ecuatoriano que ganó las elecciones traccionado por un discurso bonito y por el desmadre de la gestión anterior no podrá disfrazar el denso panorama que afronta su cliente. Al igual que antes, ya no alcanza con el relato.
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