La llamada quebró el silencio en la medianoche del viernes 10 de octubre de 1997. Y marcó para siempre la vida de Oscar Clemente Bazzani (66), que recuerda como si fuera hoy el interrogatorio desde Aeroparque y la posterior advertencia. “No hable con nadie, se lo digo por su seguridad”, ordenaron desde el otro lado del teléfono, a más de mil kilómetros de distancia.“Teníamos prohibido hablar. Ese silencio puede ser lógico en un principio, pero lo que no resulta lógico es que dure veinte años”, reflexiona Bazzani, tras pagar con su propia salud el “atrevimiento”. El mecánico que despachó el fatídico vuelo AU-2553 que salió de Posadas y se estrelló en Uruguay con 74 personas a bordo eligió seguir el camino de la verdad. Hizo una investigación y hasta escribió un libro. Desde el vamos exigió el esclarecimiento.El próximo martes se cumplirán veinte años de la tragedia aérea que se cobró esas 74 vidas. Se cumplirán también dos décadas sin respuestas de la Justicia. Y más allá de que hace apenas horas se conoció que el debate oral y público contra 26 exdirectivos de la empresa y de la Fuerza Aérea se realizará en abril próximo -siempre y cuando no surjan impostergables, claro- para Bazzani no hay justicia que pueda llegar veinte años después. “Justicia que tarda es injusticia”, responde con fundamentos.Uno de los testigos claves del caso decidió hablar con PRIMERA EDICIÓN en un nuevo aniversario de la tragedia y anticipó que será su última entrevista. “Esta es una historia estéril que se ha llevado mi vida y necesito ponerle un punto final”, confiesa. En diálogo con este Diario, Bazzani relató detalles de aquella noche, recordó las peripecias que sufrió en su lucha por la verdad y subrayó el trasfondo detrás de las 74 muertes: la corrupción del Estado nacional en los 90.El cielo se puso naranja“Vimos un rayo y oímos un ruido tremendo, las dos cosas al mismo tiempo. Y ahí nomás se apareció un avión con las lucecitas encendidas a los costados, venía cayendo, iba con las turbinas a toda marcha. El ruido nos dejó sordos por un momento. Desapareció detrás de un monte y ahí la explosión. Por algunos segundos el cielo se puso naranja”, le contaron Héctor García y Jorge Flores, cerca de Fray Bentos, a los efectivos de la Policía Nacional del Uruguay en la madrugada del sábado 11 de octubre de 1997.Hablaban del DC-9/32 de Austral Líneas Aéreas, matrícula LV-WEG, que alrededor de las 21.20 del día anterior había salido del aeropuerto de Posadas con destino a Buenos Aires, con 69 pasajeros y 5 tripulantes. El comandante era Jorge Cécere y, su copiloto, Horacio Núñez.Las 74 vidas se perdieron en territorio uruguayo, entre ellas, las de varios misioneros. La investigación posterior determinó que el tubo pitot, sensor que se encarga de medir la velocidad del avión, se había congelado. Ese fenómeno común se podría haber evitado, pero el DC-9/32 de Austral no contaba con una alarma obligatoria que advertía sobre fallas y/o encendido y apagado del sistema de calefacción del pitot. Por eso es que los pilotos tenían en la cabina una velocidad que no era y llevaron adelante un procedimiento -acertado en base a lo que mostraban los instrumentos- que derivó en la lamentable tragedia.Aviones de descarteBazzani entró en Aerolíneas Argentinas en 1977. Trabajaba en Ezeiza, en la inspección de los viejos Jumbo 707, cuando en 1979 se enteró de una vacante en el aeropuerto de Posadas y decidió aplicar. “Nací en Buenos Aires, pero siempre amé la vida del interior”, explica. De a poco, el destino comenzó a cruzarlo con la tragedia.En 1992, con la privatización fraudulenta de Aerolíneas Argentinas en manos del presidente Carlos Menem, la empresa nacional pasó a manos de la española Iberia. En el “negocio” entró también Austral. “Iberia compra y la pone a trabajar junto con Aerolíneas para monopolizar el mercado. Desde entonces, Aerolíneas deja de volar a Misiones, Corrientes y Formosa. Y en esas rutas comienza a operar Austral”, recuerda Bazzani.El tiempo es sabio y, se supo luego, todo fue en el marco de una maniobra plagada de corrupción en la que se bajaron todos los costos para maximizar las ganancias de la firma ibérica. “Dentro de ese ámbito de corrupción nacional, traían aviones de descarte, los repintaban y los hacían volar”, afirma Bazzani. Ese era el caldo de cultivo que marcaría la tragedia.Un procedimiento de rutinaAquel viernes 10 de octubre de 1997 arrancó como uno más en el sector de mecánicos del aeropuerto posadeño. Bazzani recibió los dos primeros vuelos del día, uno por la mañana y otro por la tarde. El de la noche, que debía llegar a las 20.30 desde Buenos Aires, sufrió un ligero retraso y arribó alrededor de las 20.45. El mismo avión, con la misma tripulación, habían realizado la misma ruta por la tarde.“Fue un procedimiento de rutina. El avión estacionó en la plataforma, puse las ‘calzas’ a las ruedas, las escaleras y empezaron a bajar los pasajeros. Ahí comencé con mi lista de chequeo, unos 35 o 40 puntos que tenía que revisar. En menos de 40 minutos me recorría todo el avión y le cargaba combustible”, narra Bazzani, quien recuerda que aquella noche “había mal tiempo en todo el país, por lo que el comandante Cécere me pidió que cargue dos mil kilos más de combustible por si debía desviarse”. Recuerda aún la carga exacta de aquel vuelo: 12 mil kilogramos. Así se mide en aeronáutica. Por kilos, no por litros.No hubo nada que alertar al piloto del LV-WEG. “Está todo bien”, le dijo Bazzani a Cécere, sin saber del destino de ese hombre unas pocas horas después. “Subieron todos los pasajeros y yo me quedé hablando con él a través del ‘interphone’, ese auricular que el mecánico enchufa desde afuera, abajo del avión, para controlar el encendido de motores y los últimos procedimientos antes del despegue”, relata el mecánico. El vuelo AU-2553 despegó a las 21.18. A Bazzani aún se le pone la piel de gallina cuando recuerda el último diálogo con Cécere. “Qué tengan buen viaje, hasta la vuelta”, le dijo por el intercomunicador. “Nos vemos la próxima”, respondió el piloto.Una llamada en la nocheComo marca el procedimiento, Bazzani aguardó en el aeropuerto hasta que el avión cruzó del área de control de Resistencia al de Ezeiza. “Cuando eso pasó, emprendí el camino a casa. Fue unos minutos después de las 22 y pensamos que ya estaría cerca de arribar a Buenos Aires”, cuenta.Como al otro día debía estar temprano en el aeropuerto para recibir el vuelo de la mañana, se fue a dormir temprano. Y entonces, segundos antes de las 00, esa llamada que hasta hoy, veinte años después, le quedó grabada en la cabeza.“Ya
estaba durmiendo cuando sonó el teléfono. Era una hora muy rara. Atendí y era el jefe de mantenimiento de turno de Austral en Aeroparque”, dice Bazzani. Del otro lado de la línea, comenzaron las preguntas: “¿tuvo algún problema con el avión? ¿Vio alguna falla o anormalidad?”. Mientras se despertaba, el jefe de mantenimiento en Posadas indicó que todo estaba bien. Y, claro, preguntó por qué tanta inquietud. “El avión está siniestrado, pero usted no hable con nadie, se lo digo por su seguridad”, le respondieron desde Buenos Aires. Y cortaron.“Cuando me dijo todo eso, quedé en shock. Empecé a recorrer todo el avión con mi cabeza, en mi memoria. No podía seguir durmiendo así. Agarré el auto y me fui al aeropuerto. Cuando llegué, en el área de meteorología estaba encendido un televisor. Y?me acuerdo que aparecían las famosas placas rojas de Crónica. ‘Se perdió un avión de Austral’, ‘No hay comunicación’.?Las repetían cada cinco minutos”, dice Bazzani en un breve regreso al peor de sus pasados. “A las 6 de la mañana, a través de las oficinas vidriadas del aeropuerto, vimos que ya había gente dando vueltas, abrazándose y llorando. A mí me explotaba la cabeza por saber qué había pasado”. La noticia ya se sabía.Un antes y un despuésBazzani quedó en shock. La empresa no le dio siquiera franco y debió seguir trabajando los días siguientes. Era una máquina, hacía todo de manera automatizada. Estaba, pero se había ido. “Empecé a recorrer mi vida, a ver pasar mi vida delante de mis ojos, como si estuviera por morirme. No dejaba de preguntarme si había hecho algo mal”. El técnico entró en shock y estuvo así varios meses, hasta que decidió que lo mejor que podía hacer era investigar. Y cuando descubrió que todo fue parte de una cadena de irresponsabilidades, resolvió hacer caso omiso y romper el silencio impuesto por la empresa.No fue una decisión fácil. Le costó el trabajo, la salud y hasta una causa penal en su contra por presunto “falso testimonio”. Curiosamente esa causa, en la que la Justicia lo sobreseyó y le dio la razón a su peritaje, es la única cerrada por las autoridades hasta el día de hoy en relación al hecho. De los responsables, nada de nada.“En el 2000 me mandaron un telegrama dándome de baja porque estaba ‘jodiendo’ con lo del accidente. No había dónde ir. Quedé afuera de todo. Estuve ocho días internado en Buenos Aires con una úlcera. Perdí dos litros de sangre. Casi me muero”, recuerda Bazzani, que tomó como un deber propio saber qué ocasionó el hecho.Las conclusiones fueron expuestas en el libro “Una tragedia anunciada”, escrito en 2006 por el propio Bazzani y verdadera referencia para entender las políticas de los 90 que confluyeron en la muerte de las 74 víctimas. “La política de la empresa era la del vaciamiento. Y eso venía de niveles políticos. Solo así se explica que entre los 60 y 120 días posteriores al siniestro se colocaron las alarmas correspondientes en los seis aviones restantes de la flota, todo en un trámite urgente para cubrir las posibles evidencias de negligencia y disimular la incompetencia de los funcionarios involucrados”, reflexiona el testigo clave. Y deja también en evidencia la complicidad de la Fuerza Aérea, encargada del control de la aviación aerocomercial en aquella época. Justamente por eso es que entre los 26 imputados que llegarán a juicio en abril próximo hay tanto exfuncionarios de la empresa como exintegrantes de la fuerza en cuestión.La verdad que huye<a href="http://www.primeraedicion.com.ar/nota/257336/tragedia-de-austral-a-20-anos-el-juicio-oral-y-publico-tiene-fecha.html">Con respecto al juicio, cuya fecha de inicio fue anunciada casualmente horas antes de que se cumplan veinte años</a>, Bazzani cree que “en virtud del tiempo que pasó, seguramente va a ser más un circo que una cosa seria. La justicia tardía no es justicia. Es injusticia. En mi caso, casi termino preso por decir que esos aviones no estaban en condiciones de volar. Y todo eso sirvió para demorar la causa por más de seis años”. No obstante aquello, asegura que irá a declarar por una pura ética: “Sé que me consideran un testigo central porque el manual de procedimientos que entregué durante la instrucción es el elemento en el que se basa el procesamiento. Si estoy bien de salud, si me siento bien, moralmente tendría que ir. Al menos lo haré para decir que se olvidaron, para que hagan de cuenta que están cumpliendo. Todo este tiempo demostró que las raíces de la Justicia están podridas. Y de esto no se sale fácilmente”.¿Se siente Bazzani responsable de lo que sucedió? “Me siento responsable de un equipo que no funcionó. Esto fue el resultado de una cadena de eventos. En la aeronáutica consideramos al avión como un ser vivo, y todos los que de alguna u otra manera participamos de su vida, sentimos que somos responsables”, responde el mecánico.Pese a que su investigación permitió entender quiénes son los verdaderos culpables, subsiste en Bazzani una angustia que no le permite seguir: “Esto me sucedió a mí. Toda mi vida es ese avión. Mi trabajo termina cuando el avión aterriza en destino. Y ese avión no terminó el vuelo; es como un fantasma que me sobrevuela todas las noches. Desde entonces, desde hace veinte años, yo no puedo dormir de manera normal. Hasta hoy sigo con tratamiento psiquiátrico. Por eso sostengo que ésta será mi última entrevista. Desde hace veinte años vengo hablando como un loco sobre cómo la corrupción mató a 74 personas. Hasta me hicieron un juicio para neutralizarme y no lo lograron. Ésta es una historia estéril, principalmente por ausencia de la Justicia”, cierra Bazzani, quien ya no espera por justicia. El popular axioma acompaña su descreimiento: si el tiempo que pasa es la verdad que huye, la impunidad ya lleva veinte años de ventaja.
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