Cuando los primeros rayos del sol dieron paso al nuevo día y la espesa niebla que cubría el paisaje se comenzaba a disipar, mostraba la más hermosa imagen que se encontraba al borde de la orilla. Era la figura del amor, la soledad, el adiós y el reencuentro, que se resumían en un añoso sauce inclinado al paso de un majestuoso río.Aquel sentimiento entre ambos era tan grande que con sólo verlos ahí, siempre juntos, llenaba el alma de esperanzas, armonía y simpleza.Él la rozaba con sus verdes hojas al pasar y ella (el agua) cansada de tantos viajes solitarios, parecía detenerse por un momento y dejarse acariciar. Es la historia de dos amantes, aunque distintos, que siempre se buscaban y ese mutuo deseo hizo que se necesiten por siempre. Sin embargo, ella no podía quedarse, tenía que seguir por siempre su cause, en realidad ella estaba ahí, pero también estaba distante, pero a pesar de eso ellos seguían siendo parte del paisaje. Ambos se amaban con locura y era imposible pensar que un día pudiesen separarse, él le daba su sombra y le regalaba sus flores para que ella siempre lo recuerde y acompañe en su largo viaje.Esto hacía que ella regrese río arriba, una y otra vez en un suave remanso, que por las noches se acercaba y lo tocaba en silencio, regalándole una hermosa luna para que sus tristes hojas se iluminen al verla de regreso. Mientras las estrellas dormían, él se encontraba desvelado por culpa del gran amor que sentía mientras se miraba reflejado en ella.Ambos le cantaban a este sincero sentimiento: él junto a los pájaros que le hacían compañía entre sus ramas y esa gran promesa de amor dibujada en su tronco como un testimonio de otras parejas que sintieron ese encanto y se juraron amor bajo su sombra, mientras la corriente llevó aquel beso aguas abajo.Ella en cambio, confesaba su amor entre las piedras en forma de torrente que fugazmente lo besa y se aleja con una sonrisa traviesa y escurridiza, que lo seducía como un extraño juego.A pesar de su figura callada que parecía ocultar alguna tristeza, el río amaba su color verde de esperanza y su devota compañía. Ambos llenaron de color y compañía las mañanas de aquel pescador que, al verlos, brindaba por ese amor con un trago de caña, mientras iba en busca de un espinel cargado de esperanza.Ese amor, puede ser visto por los poetas, quienes se acercan a su orilla para escribir los más dulces versos, mientras viajan sus deseos, viajan sobre un papel en blanco tratando de contar ese momento.Cuando camino por esa ribera detrás de una huella borrada, suelo mirarlos en silencio, mientras mis pensamientos se preguntan ¿Cómo puede haber un amor tan perfecto?A la distancia, ella continua su viaje con ese eterno compañero, mientras él, acaricia a su río de los sueños. Todas las noches, ambos se ocultan en la densa niebla, para amarse por siempre bajo una luna llena de testigo. Por Raúl Saucedo [email protected]





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