Al tratar de resumir los cien años recién cumplidos, a Ramón Evaristo Ramírez las palabras le salen a borbotones. La creatividad puesta de manifiesto en su oficio de albañil y su pasión por la guitarra, que aprendió a ejecutar de la mano de su padre, al igual que la actividad anterior, son temas que insiste en profundizar, a pesar que su vida es una fuente inagotable de experiencias.
Nació en Encarnación, Paraguay, pero siendo niño su familia, compuesta por sus padres y once hermanos, se estableció en Candelaria, donde además de ir a la escuela, ayudaba a su papá en la construcción. “Desde los siete años era su ayudante y me rompía las uñas tirando los ladrillos”, recordó.
Cuando terminó sexto grado, regresó a Paraguay porque quería cumplir con el servicio militar “pero no me aceptaron porque me dijeron que era despatriado. Regresé y me fui a trabajar a los montes del interior de Misiones, pero no me sirvió”. Entonces viajó a Santa Fe, donde trabajó en la construcción y también aprendió a leer música.
Aseguró que, en esta provincia, instaló dos máquinas rusas de 50 mil kilogramos en la usina donde le dieron trabajo. Por esa tarea, “fui felicitado y condecorado por los ingenieros rusos. Para cada una se empleaban 48 bulones, que no estaban alineados, sino en distintos lugares. Me dieron el plano y con la ayuda de tiradores, los coloqué cuando tenía apenas 26 años.
Cuando bajaron las maquinarias, los bulones coincidieron absolutamente. Cuando terminé me abrazaron”, evocó emocionado.
Luego, se fue a vivir a Buenos Aires, donde estaban dos de sus hermanos. “Allí pasé 25 años de mi vida y me consagré como el mejor colocador de azulejos, mosaicos, cerámicas, de Capital Federal. Coloqué los azulejos en el edificio en el que vivía Luis Sandrini, para Sandro, a quien hice un trabajo de lujo. En el Sindicato de Obreros Colocadores de Azulejos, Mosaicos, Graniteros, Lustradores y Porcelaneros, éramos 187 y yo estaba entre los diez primeros. Siempre me llamaban. Yo no miraba la ganancia, miraba mi calidad y la posibilidad de ser el mejor. Hasta ahora me siento feliz por eso”, celebró.
También en Santa Fe, adonde fue apenas casado en primeras nupcias y donde permaneció por seis años “fui concertista de guitarra. Con el profesor Francisco Gil, un español que me enseñó y que me eligió esta guitarra criolla Breyer, teníamos 27 guitarras en concierto. Ahora mi guitarra no suena, me quedé sin un instrumento hermoso, que solía usar como pasatiempo”.
Añadió que, con la guitarra acompañaba cualquier instrumento. “Ahora no la toco porque está destrozada. Tiene casi 80 años. A veces busco entretenerme, pero suena mal. Me da pena, no voy a tirarla porque es una reliquia. Quisiera que alguien me donara una buena porque yo no la puedo comprar. Fui sobresaliente entre los alumnos. Me siento bien por todo lo que hice. Estoy bendecido por Dios, soy fuerte porque rezo día y noche”, agregó.
Entre tantas anécdotas, contó que cuando tenía once meses y empezaba a caminar, Encarnación fue sorprendida por el tornado que destrozó la ciudad. “En mi casa que estaba en la esquina quedó solo una cama de hierro en cuya cabecera mamá estaba rezando junto a mis hermanitos. Nos llevaron a una escuela alemana. Un señor me puso un tapado que se arrastraba por el suelo, papá nos dejó y se fue a socorrer a los heridos. Pasaron en canoa para pedir auxilio en Posadas y por eso en el Parque Paraguayo hay una estatua del soldado, cedida en agradecimiento”, narró.





