La educación argentina se mira en un espejo que le devuelve una imagen de claroscuros. Por un lado, el sistema celebra logros estructurales importantes: más niños que nunca ingresan a las salas de 4 y 5 años y menos adolescentes abandonan la secundaria. Por otro, enfrenta una deuda que condiciona todo lo demás: la calidad de los aprendizajes, especialmente en la alfabetización inicial, sigue siendo una herida abierta.
Este es el diagnóstico central que se desprende del primer monitoreo anual del Acuerdo por la Educación, publicado por Argentinos por la Educación . El documento, fruto de un consenso federal y multisectorial con más de 200 referentes de política, academia, sindicatos y sociedad civil, no es solo un diagnóstico: es una hoja de ruta con 34 propuestas concretas de política pública, organizadas en tres ejes: urgencias por nivel, gestión a escala del sistema y transformación en las escuelas.
Un año después de su lanzamiento, el informe funciona como un tablero de control que muestra dónde se ha presionado el acelerador… y dónde el sistema sigue en punto muerto.
El primer escalón: más inclusión, mismo desafío
El nivel inicial exhibe una de las caras más amables del informe. La cobertura en las salas de 5 y 4 años, ambas obligatorias, roza la universalización con un 97,3% y un 91,2% respectivamente. Sin embargo, el primer peldaño de la escolaridad -la sala de 3 años- muestra la tarea por delante: solo el 53,7% de los niños accede a ella.
La meta de alcanzar el 100% para 2030 choca con la necesidad de invertir en infraestructura y recursos humanos, un debate complejo en un contexto de contracción demográfica que invita a repensar las estrategias.

La urgencia de aprender a leer
Si el nivel inicial es la base, la alfabetización es el cimiento sobre el que se construye todo el edificio educativo. Y es aquí donde las alarmas suenan con más fuerza. A pesar de que el tema ha ganado prioridad en la agenda política nacional -un avance notable reflejado en la implementación de las pruebas Aprender Alfabetización-, los resultados son contundentes: el 54,9% de los estudiantes de tercer grado no alcanzan el nivel esperado de lectura.
Pero ¿qué significa “nivel esperado”? Según la escala de Aprender 2024, hay seis niveles. Por debajo del Nivel 2, el estudiante aún no comprende textos simples con información literal -el piso mínimo para seguir aprendiendo con autonomía. A partir del Nivel 4, se considera que tiene un dominio sólido: puede leer de forma inferencial y reflexiva.
“Los cambios significativos en educación no ocurren de la noche a la mañana”, advierte Clara Zavalia, cofundadora de Intelexia. Para ella, la clave es la “constancia y la continuidad”.
Zavalia subraya que la evidencia científica es clara: “La implementación de programas de alfabetización basados en evidencia en los primeros grados es lo que produce mejoras significativas”. Pero esto, insiste, no es magia: requiere formación y acompañamiento docente.
“No podemos esperar que los educadores transformen la realidad del aula sin darles las herramientas necesarias”.
La meta del Acuerdo por la Educación es ambiciosa: que el 85% de los estudiantes alcance un dominio lector sólido al finalizar tercer grado para 2030. Para lograrlo, se necesita más que buenas intenciones: políticas sostenidas, materiales de calidad y formación específica.

La paradoja de la secundaria: estar no siempre es aprender
El nivel secundario presenta una de sus propias paradojas. La tasa de deserción acumulada a los 17 años ha mostrado una mejora significativa, pasando del 24% en 2018 al 15% en 2024. Es un dato que refleja el éxito de políticas de retención. Sin embargo, los especialistas advierten contra una lectura triunfalista.
“No solo hay exclusión cuando un estudiante queda fuera del sistema, sino también cuando, aun estando dentro, su derecho a la educación no se garantiza de manera plena y efectiva”, reflexiona Valeria Abusamra, investigadora del CONICET y profesora en la UBA.
Para Abusamra, la permanencia debe traducirse en “aprendizajes efectivos”, un proceso que requiere un acompañamiento sistemático a lo largo de toda la escolaridad.
En la misma línea, Sandra Ziegler, doctora en Ciencias Sociales por Flacso, califica la baja del abandono como un “logro significativo”, pero “insuficiente por sí solo”y propone complementar este dato con otros indicadores como la asistencia, la repitencia y el desempeño académico para tener una visión completa de las trayectorias estudiantiles y construir una secundaria que realmente prepare “para el presente y el futuro”.

Los pilares ausentes: presupuesto y reconocimiento docente
El informe también pone el foco en quienes sostienen el sistema día a día: los docentes. El dato es elocuente y preocupante: Argentina ocupa el puesto 31 de 35 países en el Índice Global de Estatus Docente, un reflejo del bajo reconocimiento social de la profesión.
Para Romina de Luca, investigadora del CONICET, el principal desafío sigue siendo “la ausencia de metas a nivel nacional” acompañadas de los recursos para cumplirlas.
“Si bien es cierto que mayor gasto o inversión educativa no asegura resultados de calidad, la restricción presupuestaria vigente tampoco parece ser un buen camino”, afirma. De Luca recuerda que la infraestructura, los salarios y las condiciones laborales impactan directamente en la enseñanza y la gestión escolar.

El informe de Argentinos por la Educación traza un mapa preciso de un sistema en tensión. Se han logrado avances innegables en la ampliación de derechos como el acceso y la permanencia. Sin embargo, la calidad del aprendizaje sigue siendo la gran promesa incumplida. El desafío, ahora, es transformar el diagnóstico en una política de Estado que trascienda gestiones y garantice que cada silla ocupada en un aula sea sinónimo de un futuro con oportunidades.





