Hay una pregunta que puede cambiar el rumbo de una vida que se apaga: “¿Qué te gusta?”. La doctora Mirta Soria, especialista en gerontología, la formuló a una paciente que había perdido el brillo. La respuesta, susurrada tras un largo silencio, fue: “Escuchar tango”. Hacía años que no lo hacía. Ese simple acto de ponerle play a una vieja melodía se convirtió en el primer paso para reconstruir un proyecto de vida.
En una sociedad obsesionada con la productividad y las grandes metas, la idea de un “proyecto de vida” en la tercera edad suele evocar imágenes de viajes soñados, la compra de un bien anhelado o la finalización de una obra postergada. Sin embargo, para miles de adultos mayores, la verdadera batalla se libra en un terreno mucho más íntimo y cotidiano: el que va de la cama al baño, del pijama a la ropa de calle.
“Solemos pensar en proyectos a largo plazo, pero olvidamos los de corto y mediano plazo, que son los que nos anclan al presente”, explicó Soria en diálogo con la FM 89.3 Santa María de las Misiones. Son estos pequeños objetivos los que actúan como un termómetro de la salud mental y la autonomía.
El termómetro de las actividades básicas
Los gerontólogos se refieren a las “actividades de la vida diaria básica” como indicadores cruciales del bienestar de una persona mayor. Son acciones tan fundamentales que a menudo pasan desapercibidas: comer, higienizarse, vestirse. Cuando una de ellas falla, se enciende una alarma.
“El tema de la higiene personal es muy importante”, subraya Soria. El acto de bañarse no es solo una cuestión de limpieza; es un ritual que estructura el día y conecta a la persona con su vida anterior. “Cuando trabajábamos, lo primero que hacíamos era bañarnos y vestirnos para salir a cumplir una función. Con la jubilación, esa rutina puede romperse y dar paso a la apatía: ‘no tengo ganas’, ‘me quedo en casa’, ‘no me higienizo’”.
Lo mismo ocurre con la vestimenta. La elección de la ropa es una declaración de intenciones. Soria recuerda con afecto el consejo de una tía de su marido: “Tenés que vestirte como si fuese a venir el presidente a visitarte”. La frase, más que una lección de coquetería, es un manifiesto de autorrespeto. Abandonar el pijama o el batón por la ropa de calle, incluso sin planes de salir, es un acto de afirmación personal. Es decirse a uno mismo: “Sigo aquí, importo y mi día cuenta”.
Como dice el viejo adagio que la doctora trae a colación: “Como te ven te tratan, y si te ven mal, te maltratan”. La propia percepción de uno mismo, reflejada en el espejo, moldea la forma en que enfrentamos el día y cómo nos relacionamos con los demás.
Pequeños lujos, grandes impactos
Frente a la idea de que un proyecto de vida requiere grandes inversiones, la propuesta es radicalmente más accesible: un “mimo” mensual. “Cuando vayamos a cobrar, comprémonos algo para nosotros. Un par de medias, un esmalte de uñas, un labial. No el repasador para la cocina”, insiste Soria. Estos pequeños gestos de autocuidado son microrrevoluciones que rompen la inercia y recuerdan que el placer y el cuidado personal no tienen fecha de caducidad.
A estos rituales se suman otros pilares del envejecimiento activo:
- La actividad física: Una caminata diaria.
- La alimentación saludable: Mantener hábitos que nutran el cuerpo.
- La estimulación cognitiva: Leer, escribir una frase al día, guardarla y releerla después.
Estas acciones, que parecen menores, son defensas poderosas contra el deterioro cognitivo. No es casual que la especialista las mencione en vísperas del Día Mundial de la Concientización sobre el Alzheimer (21 de septiembre). Mantener la mente y el cuerpo activos es la mejor prevención.
El antídoto es el otro
En un contexto global donde los problemas de salud mental aumentan, la soledad en la vejez es un factor de riesgo. Por eso, el lema de este año para el Día Mundial de la Prevención del Suicidio (10 de septiembre) resuena con fuerza en este enfoque: establecer vínculos.
“El silencio no sirve”, sentencia la Dra. Soria. “El escucharnos, tener una escucha activa y establecer vínculos con el otro es lo que nos va a ayudar”. Un proyecto de vida, por más pequeño que sea, se enriquece cuando se comparte o, al menos, cuando hay un otro que escucha.
Al final, la lección es tan sencilla como profunda. No se trata de negar las dolencias o las limitaciones propias de la edad, sino de encontrar focos de luz en la rutina. Se trata de entender que, aunque ya no se corran maratones, cada paso cuenta. O como concluye la doctora con una frase cargada de sabiduría popular: “No olvidemos que mojarrita también es pescado”. En la inmensidad del océano de la vida, esos pequeños peces, esos gestos diarios, son los que nos mantienen a flote.




