Mirarse a los ojos para reconocerse. Mirarse a los ojos y sentir quién esté detrás de esa mirada. Quién habita al otro. Es el yo soy, nuestra alma. Ella es quien no muere y permanece vida tras vida. Es la conciencia inmutable, la que perdura cuando mueren nuestros pensamientos deseos y acciones continuando hasta completar su aprendizaje. Ella es el brillo de la conciencia en la mirada.
Mirarse a los ojos y reconocerse, sabiendo que no es de esta vida, que es de siempre, porque siempre estuvimos. Somos grupos de almas que vinimos juntos a completar nuestra tarea, encarnando una y otra vez, al igual que las células se reúnen con un objetivo determinado.
¿Acaso no somos células de algo mayor? Y ¿cuál sería nuestro aprendizaje? Creo que el amor es lo único que nos mantiene unidos hasta el final, no solo a nosotros mismos, sino a los otros, a la red, es lo único que está y seguirá estando. Y por sobre todo, es lo que habita en el trasfondo es la conciencia inmutable que todo lo sostiene, todo.
Todo lo creado está sostenido por una fuerza magnética de cohesión que es el amor. La conciencia eterna y presente es la energía de amor que todo lo une, que todo lo sana, que todo lo impregna.
Entonces, mirarse a los ojos para reconocerse. Mirarse a los ojos para ver más allá de lo que vemos. Más allá del género, raza, nacionalidad o profesión.
Ver con los ojos de alma. Ver con los ojos unidos en algo mayor. Ver desde la visión interna. Mirarse a los ojos y saber que tanto en vos como en mi hay algo que siempre estará presente, hay algo que es lo real, lo verdadero, lo inmutable.
Ese algo es lo que nos impulsa y nos da vida, pero por sobre todo ese algo nos reconoce, nos une, nos teje una y otra vez hasta que podamos realizarnos en la única ley que subyace en todo: El amor.
Patricia Couceiro
Máster en Constelaciones
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