Corría el año 1863. La lucha entre federales y unitarios se intensificaba en todo el territorio argentino. Ambos bandos deseaban imponer sus políticas, y en pos de ello, no dudaban en escribir una historia plagada de sacrificios y muerte.
Era la época en que Bartolomé Mitre ejercía el cargo de Presidente de la Nación, y desde allí desarrollaba sus estrategias para generar alianzas con los sectores conservadores del interior del país, buscando como objetivo el ideal unitario, es decir lograr que las provincias se subordinaran a los intereses porteños.
Por supuesto que la tarea que Mitre había emprendido generó numerosos levantamientos armados, donde nuevamente federales y unitarios defendían sus ideales. Precisamente para esa época, el bando de federales estaba representado por los más destacados caudillos, entre ellos el riojano Vicente “Chacho” Peñaloza.
Luego de la sangrienta lucha de Pavón, el caudillo se dedicó a resistir constantemente la ocupación de su provincia, la cual había sido dispuesta por Mitre, participando en diversas batallas que costaron la vida de miles de hombres. Mientras tanto, Peñaloza se mantenía a la espera del pronunciamiento de Urquiza, el cual nunca se produjo.
El “Chacho” comenzó a ser perseguido sin piedad, y Mitre resolvió dejar al caudillo fuera de la ley, lo que permitía que al ser capturado podía ser asesinado a sangre fría.
El coronel Pablo Irrazábal derrotó a Peñaloza en Los Gigantes. No satisfechos con el triunfo, los unitarios lo persiguieron hasta Los Llanos, y debido a que se encontraba herido y solo, se rindió al comandante Ricardo Vera.
Poco después, Irrazábal lo asesinaba a sangre fría con su lanza. Pero aquello tampoco bastó para satisfacer el apetito sangriento de los unitarios, quienes se ensañaron con el cadáver de Peñaloza, acribillándolo a balazos y luego clavando su cabeza en la punta de un poste en la plaza de Olta.