Cada vez nos gustan más las madres reales, las que son fuertes e intensamente imperfectas. Ver a la madre como un ser humano, verla como ese ser de luz que está también en el camino y no como el arquetipo de la perfección, del amor, de la palabra, de la caricia. Si bien todo eso y más asociado al amor puede significar una madre, en la vida real del día a día, ella también puede ser un verdadero monstruo.
Que los hijos vean el prototipo de esa madre perfecta y luego miren a la suya genera graves heridas en su inconsciente. Creer que puede ser perfecta y luego verla vulnerable, no tan fuerte, tomando decisiones desacertadas, lidiando con sus propios fantasmas hace que el hijo dude de su poder protector, sienta el abandono y sus necesidades como niño se vuelven insatisfechas.
La madre es sinónimo de protección, biológicamente es quien nos da el alimento, nos preserva de los predadores y nos guía hasta que podamos salir a la vida sintiéndonos seguros.
En la realidad pocas veces pasa eso, es más, sentimos que todo eso en el fondo pasó pero no lo vivenciamos de igual modo en cada etapa.
Mujer maternal: Al convertirse en madre, la mujer en teoría deja de lado su sexualidad, su fortaleza, inteligencia y poder de adaptación para convertirse puramente en un ser dócil, gobernable, sensible y hasta ser calificada como inestable. Un ser triste, melancólico, inseguro porque tiene en sus brazos una vida que no sabe si puede gestionar.
Madre real: La verdadera madre es quien puede mostrarse fuerte, es esa que no se doblega, que resiste a todos los golpes, cae y vuelve a levantarse.
Y qué hay de bueno para rescatar a la madre arquetípica, pues hay quienes invitan a abrir el portal para crear en nosotras, a la madre tierna, cariñosa, sostenedora, cálida, amorosa, confiada y conectada con su ser más profundo. Una madre trabajada, esa que está en permanente búsqueda de su yo superior es la que realmente ayuda a su descendencia a salir adelante. Ayuda a sanar heridas, las suyas y las de sus hijos.
La madre puede cuidar de su cría, pero también sabe pedir ayuda, sabe cuándo no es bueno querer ser perfecta, pues mostrará más sus imperfecciones.
La mirada: Hoy podemos como hijos mirar a nuestra madre como un ser humano real. Darle ese permiso a sentirse fuerte pero también vulnerable, a ser cuidadora pero también que necesita ser cuidada. Y como madres dejar que los hijos la vean imperfecta, dejar que ellos sean libres de elegir y que puedan asegurarse una vida llena de alegría y amor. La madre es madre y con eso es suficiente. No tomar roles que no le corresponden como ser padre porque no es.
Hoy está bien reflexionar para sanar como madres y como hijos.
Sanar con mamá: Tanto madres como hijos, todos los seres humanos tenemos heridas de pequeños y muchas tienen que ver con shocks relacionados con la madre. Sanar con mamá es un acto de amor hacia uno mismo y hacia nuestra descendencia. Lo que nos une a quien nos engendró es tan fuerte que puede salvarnos o destruirnos.
Elegir sanar con mamá es la mejor decisión: una manera es escribiendo una carta: “Mamá querida, deseo y necesito sanar mi relación contigo para vivir en armonía conmigo misma/o.
Te elegí para llegar a través de ti a esta experiencia física. Te elegí porque eras perfecta para mí… (relatar vivencias donde hubo heridas) y mamá te honro y te respeto tal como eres. Y honro tu vida y así honro la mía, es perfecta, como lo eres tú, como lo soy yo. Gracias, gracias, gracias. ¡Feliz Día de la Madre!
Rosanna Toraglio
Periodista de
Primera Edición