“Recorriendo las páginas” de la biblia, resulta llamativo y muy maravilloso ver cómo Dios se dio a conocer a la humanidad con un mensaje de amor particularmente rico y expresado de una manera tan amplia y variada.
Utilizó proverbios, analogías, parábolas, acciones vinculadas a cuestiones culturales, entre otras formas, todo con el fin de expresar ese “mensaje de amor” sin acepción de personas y con un “apasionante” nivel de profundidad al que todo el que quiere tiene acceso, porque una vez que se accede, se activa la fe. Es entonces que se genera la oportunidad de la comunión con Dios, además de la oración, en el sentido figurado de “nutrir” nuestras vidas con ese mensaje como alimento espiritual.
Vemos a Jesús en los relatos de los cuatro evangelios enseñando a las multitudes y a sus discípulos usando todos los recursos mencionados, llevando el mensaje de amor de Dios desde lo más sencillo a lo más profundo, conforme al nivel de madurez espiritual de las personas que lo escuchaban en distintos y muy variados lugares que se constituían en verdaderos auditorios.
Es muy importante contextualizar que en tiempo real ese mensaje a enseñar y compartir sería puesto al alcance de tan diferentes grupos de personas y en un momento histórico de la humanidad en el que el “saber y el conocimiento” prácticamente no admitía una “arista” de vinculación con lo espiritual, sin pasar por lo netamente “religioso”, lo cual era en sí mismo sectario y hasta discriminatorio.
Quiero compartir con los estimados lectores una “parábola” ( una historia “simbólica” que deja enseñanzas de verdades espirituales que surgen de compararlas con cosas netamente naturales). Se trata de la “parábola del hijo pródigo”: Jesús narró a los que se acercaron a oírle esta parábola que refiere a un Padre que tenía dos hijos, su hijo menor viene a él y le pide que le de su parte de la herencia y se marcha muy lejos. Estando lejos malgasta toda su herencia en una vida llena de desenfreno y llega el momento que se queda sin nada. Estando en necesidad extrema, consigue trabajo para cuidar cerdos y viendo el alimento que estos consumían, deseando aún poder comerlo él, reaccionó y se dio cuenta lo mal que estaba “lejos de la casa de su Padre”.
Entonces decidió regresar, pensando “aunque sea que me reciba, no como hijo sino como uno más de los jornaleros ya estaría bien”. Llegando cerca de la casa del Padre es visto por éste, el cual corre a abrazarlo y besarle. Ahí el hijo pródigo le dice “Padre ya no soy digno de ser llamado tu hijo por causa de que he pecado contra el cielo y contra ti. Recíbeme como uno de tus jornaleros”.
Pero el Padre dijo a sus siervos “saquen la mejor ropa, calzados y un anillo para mi hijo y hagamos una fiesta porque este mi hijo, ‘era muerto’ y ha ‘revivido’; se había ‘perdido’ y es hallado”. Se hizo una gran fiesta y todos comenzaron a regocijarse.
También Jesús respondía las preguntas con acciones que magistralmente cimentaban verdades fundamentales del Reino de los cielos, como en otra ocasión, cuando le preguntaron sus discípulos ¿quién es el mayor en el Reino de los cielos? Jesús, llamando a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo: “Si ustedes no se vuelven como niños no entraran en el Reino de los cielos, cualquiera que sea humilde como este niño será el mayor en el Reino de los cielos”. Te propongo extraer lo fundamental de todo lo expresado para que sea aplicable a nuestro presente: Bíblicamente el contraste entre humildad y soberbia es bien claro.
La persona humilde es la que reconoce que necesita de Dios y acepta recibir de Él. Sin embargo, el soberbio es aquel que no reconoce ni acepta de Dios, confiando más en su autosuficiencia en todo sentido.
El hilo conductor de la parábola del hijo pródigo y la acción de Jesús de poner un niño como ejemplo se unifica en “el mensaje de Dios” para nosotros, de volvernos como niños en el sentido de la humildad suficiente para reconocer que necesitamos de Él y no podemos vivir nuestras vidas a nuestra manera, emulando al hijo pródigo que “tomando su herencia se fue lejos de la casa de su Padre y la malgastó”.
Querido lector, no se cómo te sientes hoy respecto a tu parte de la “herencia”, pero la Biblia garantiza que el Padre con mayúsculas (Dios) sigue “esperando por cada uno de sus hijos para abrazarlos, besarlos, cambiar sus vestiduras de soledad dolor y miseria por vestiduras nuevas de honra, anillo de identidad real y celebrar la vida abundante en comunión con Él.