Se puede decir que Gabriela Horeyco (50) es una ciudadana del mundo por la cantidad de sellos que tiene en su pasaporte. Es que se acostumbró a viajar de chica, desde que su mamá, Olga, era propietaria de una agencia de viajes en su Jardín América natal. De ahí le tomó el gustito, asegura, la ahora radicada en Utrecht, Países Bajos, donde hace casi veinte años formó una hermosa familia con Rick y fueron padres de Luca y Valentino, dos chicos que muchas veces aparentan ser más argentinos que holandeses. “Mi historia es larga”, aclaró, entre risas, antes de comenzar a contarla. Y agregó que “antes de vivir en Holanda anduve por muchos lugares. Toda la vida me estuve yendo”.
En Argentina se recibió de maestra jardinera y durante unos años se dedicó a la enseñanza, pero como “mamá trabajaba en turismo, con uno de mis hermanos nos enganchamos a viajar”. El primer país en el que hizo base fue Brasil. Estuvo en Río de Janeiro, y trabajó un tiempo en Angra Do Reis. Luego fue a Estados Unidos donde permaneció dos años, hasta una semana antes que sucediera el atentado a las Torres Gemelas. “Estuve un año en Nueva York y una semana antes del atentado me fui a Utah, de ahí a Chicago y luego a Virginia. Trabajaba a dos cuadras de las torres y sentía que algo iba a pasar en esa ciudad tan grande, cosmopolita. Y me fui”, comentó.
Regresó a la Argentina, donde permaneció “un tiempito”. Pero su espíritu aventurero la llevó a Barcelona, donde conoció a quien es hoy su esposo. “Estuve un tiempo en España, volví a Argentina y partí hacia Holanda, donde empezó la historia con este país que me cobija desde hace casi veinte años. Vivimos un tiempo en Arnhem, al límite con Alemania. Nació Luca (15), y nos fuimos a Amersfoort, donde nació Valentino (12). En ese momento, una empresa holandesa ofreció a Rick trabajo en Argentina, y estuvimos ocho años viviendo en Pilar”, recordó.
“A medida que pasan los años, una se vuelve más nostálgica, o diferente. Estoy atenta a lo que pasa en Argentina, me gusta escuchar radio Mitre y me río mucho. Me gusta escuchar cosas en mi idioma. Extraño bastante el compartir, comer asados, la rutina es otra. Pero no me falta nada, compro online y de todos lados, carne, yerba, dulce de leche”.
En todos estos años, hizo “de todo un poco” pero en Pilar realizó un curso para efectuar masajes. “Ahora trabajo en un salón de masajes acá en el centro de la ciudad, es algo que me gusta, me da libertad y me siento cómoda. Es una ciudad internacional, viene gente de todos lados, por trabajo y porque existen muchas universidades. Creo que ya le hice masajes a gente de todo el mundo. Estoy muy feliz con mi trabajo. Hablo bastante holandés e inglés, entiendo bastante y me puedo comunicar”, señaló Horeyco.
Manifestó que no sigue un manual de instrucciones para hacer un masaje. “Miro, escucho, siento, y trato de ayudar a la gente. Y muchos pacientes eligen atenderse conmigo por eso. Soy auténtica y no me va mal por ser como soy. Creo que hay lugar para todos en el mundo”.
Poner el hombro
Cuando sus amigos misioneros se quejan porque suben los precios, les aconseja que “dejen las camionetas y anden en bicicleta como hacemos acá. Les digo que Argentina está en un momento en el que hay que hacer un esfuerzo porque es el único camino que hay para que esto mejore. Y me contestan: ¡pero esto no es Holanda!. Y respondo: pero Holanda no siempre fue así. Holanda pasó por guerras, se pasó luchando con el agua porque está debajo del nivel del mar, entonces la gente cuida todo un montón. Acá hace dos meses que no para de llover y no ves una sola inundación, no ves un solo canal donde el agua está más arriba de lo que tiene que estar, pero es porque fue una lucha de años. Al principio se les llenaba la casa de agua y no estaba esperando que el gobierno saque el líquido de la vivienda, los pobladores armaban diques entre todos, después armaron grandes infraestructuras y hoy por hoy no se inunda nada. Pero son épocas por las que hay que pasar y a las que hay que poner el hombro”, aseguró.
Remarcó que “estamos en Europa, en Holanda, que es un país estable, pero también hay que remarla y cuidar los ingresos porque, de lo contrario, tampoco te alcanza. Los impuestos se pagan de acuerdo a los ingresos. Todo funciona a la perfección, todo es impecable, pero hay que cuidar. Nosotros estamos en una situación más privilegiada que otros que se van porque mi esposo es holandés, tiene un buen trabajo, pero para la gente que arranca de cero, no es fácil hasta que te estableces. Nosotros venimos con ventajas”.
“Acá todo el mundo anda en bicicleta”, dijo, mientras despedía a sus hijos que fueron pedaleando hacia la escuela, que queda a cinco kilómetros, y que días atrás regresaron “chorreando agua” porque los alcanzó una tormenta. Ella también utiliza la bicicleta para llegar a destino, situado a cinco kilómetros. “El camino por el que voy por la mañana es el más transitado de Holanda, sería como la Panamericana de las bicicletas. Tenes que tener todos los sentidos en alerta”, advirtió.
Sostuvo que “trabajar acá es muy relajado, no hay mucha diferencia de jerarquía, de jefes con empleados. Mi jefe es de Surinam y tengo colegas de Filipinas, Alemania, Rumania, y de Holanda. Somos como free lance. Si bien tengo días fijos, puedo ir más tarde o más temprano. Soy muy libre con mi agenda y me siento súper cómoda, porque me gusta ser libre”.
“Adaptarme, significó hacerlo en dos etapas. Cuando llegué por primera vez, en 2005, fue distinto a la actual -llegamos en febrero de 2020-. En esa ocasión, el gobierno me hizo estudiar idioma, aprender sobre cultura. Es como que te nutren un poco de Holanda para que te adaptes a ellos. Iba a una escuela de idioma donde conocías a los latinos, te hacías de amigos. Pero cambió mucho con los años”.
Respecto a su permanencia en Países Bajos, indicó que “nunca se sabe si es definitiva”. Compraron una casa en Utrecht, que está en el centro de Holanda, aunque resultó bastante difícil conseguirla porque habían regresado al país –desde Argentina- justo durante la pandemia. “Fue un momento que, para que no se estanque la economía, pusieron los intereses del banco al 0%. Con las hipotecas no tenías intereses. Pero fue un caos porque la gente vendía y compraba. Se peleaba por quedarse con las casas y pagaba mucho más del valor real. Entonces, fue dificilísimo encontrar una. Al punto que tuvimos que pagar a una inmobiliaria para que nos muestre la vivienda antes de publicarla en una página, porque cuando la ponían en la web, ya no tenías más posibilidad de citas para visitarla. Un año y medio estuvimos mirando casas. Ya no quería verlas. Cuando empezó la guerra de Ucrania, se calmó todo y pudimos enganchar nosotros”, relató.
Otros momentos
La jardinense confió que su vida “es muy tranquila” ya que se dedica al trabajo, a los chicos, a la casa. “A los 50 años, una va cambiando las prioridades. Cuando llegué, hace veinte, tenía un grupo de amigas latinas y todo era fiesta. Cuando los chicos eran pequeños había que andar por los parques, ahora que son más grandes asisten a un colegio internacional donde tienen amigos de todo el mundo, muchos de la India” cuyos padres llegan en busca de empleo.
Cuando vivían en Pilar, los chicos cursaban en un colegio bilingüe. Con la pandemia, regresaron a Holanda sobre todo por los hijos, porque hay estabilidad, seguridad y se pueden manejar solos en bicicleta. “En Pilar, yo hacía de taxi, los llevaba y traía de todos lados, todo el día, y cuando empezaron a crecer, decidimos volver. Si bien nacieron acá, son súper argentinos. Hablamos en español todo el día, en holandés solo lo hacemos por necesidad”.
Regresaron a Holanda en febrero de 2020, los chicos fueron una semana al colegio y comenzó el coronavirus, con las restricciones y las clases on line. “Fue bastante complicado sobre todo para ellos, por la parte social, porque estaban muy solos ya que sus los amigos están en otras ciudades, y no se podían mover. Fue una etapa complicada, difícil”. Luca terminó la primaria en Argentina por lo que allí ingresó directamente a la secundaria. “Era otro mundo. Era todo día en inglés, muy distinto al de la escuela bilingüe. Hay gente de todas partes del mundo, así que hay inglés con diferentes acentos, de diferentes lugares, y los profesores hablando con sus acentos”. A Valentino, que se acostumbró a las bajas temperaturas y con diez grados bajo cero, anda de short y campera, le costó un poco menos, pero “al grande un poco más, extraña y sigue jugando a la play con un amigo argentino. Charlan, se cuentan sus vidas. Los dos son muy argentinos, pero el más grande añora. Dice que, si el país mejora, algún día se volvería a vivir. Para el colegio y para el resto, ellos son argentinos, cuando en realidad son holandeses. Es que la parte más importante de su infancia vivieron en Argentina, tienen lindos recuerdos, muchos de la familia, cuando van a Misiones (a casa de los abuelos Olga y Nicolás y tíos Mirta, Jorge y Alejandro) la pasan súper bien porque son muchos, están todos juntos, y es sinónimo de fiesta”.