Aun cuando se ostentan niveles de popularidad extraordinarios, ningún gobernante puede pensar que se trata de una delegación de facultades para imponer sus pensamientos y sus formas de gobernar.
En democracia, el electorado argentino manifestó su preferencia en varios estamentos y, particularmente el año pasado, hizo que ganaran partidos distintos las gobernaciones, las intendencias, las mayorías legislativas nacionales y la Presidencia de la Nación.
Se repartió el poder de un modo inédito: el gobierno de Javier Milei no tiene gobernadores de La Libertad Avanza sino apoyos distritales de ocasionales aliados macristas. En las Cámaras, sucede casi lo mismo: LLA es una de las minorías con menor representación propia.
Se puede tener carácter, decisión política y como a muchos les gusta pedir: mano dura con las propuestas de Gobierno. Pero no se puede interpretar la firmeza como la obligación de todos de ceder.
La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, exigió al Congreso: “Denle un primer cheque en blanco de confianza al Presidente”.
Habría que preguntarse si siendo oposición lo habría hecho con CFK, Alberto Fernández o Massa. Incluso en lo privado: ¿cuántos son los que dan un cheque en blanco a alguien con libertad de acción para disponer de todo?
En estos tiempos, es indudable que Milei requiere apoyos para llevar adelante sus propuestas de gestión. Pero se trata de una construcción, no de aceptar los caprichos cuando hay derechos de las personas en juego.
Confundir apoyo popular con “hacé lo que quieras y como quieras” es errado y peligroso para la sociedad.