Mientras se inclina para hacer los últimos retoques a uno de los cuadros, Juan Manuel “Ancho” Morales (60) se empeña en hacer conocer su testimonio, se manifiesta católico y agradece a Jesús –a quien le dedicó la imagen central- por darle una oportunidad a su vida.
“Hasta los 50 y tantos nunca hice nada. No pintaba, nada. Dilapidaba mi tiempo mirando televisión o jugando en la play. Me había dado un ACV y la psicóloga me dijo que hiciera algo, que ocupara mi tiempo en algo más útil, en otras cosas, por ejemplo, en pintar. La palabra resonó en mis oídos y al poco tiempo puse manos a la obra e intenté hacer unos cuadros de animales, así como empieza la mayoría. Mi amigo Ángel, que es tatuador, me dijo: ‘Lo tuyo son los autos, que a vos te salen bien. Dedicate a eso’. Como también pinta, cuando venía a visitarme, me hacía algunas correcciones”, manifestó, quien nació en Campo Ramón; siendo niño se trasladó a Villa Svea junto a su familia, y ahora reside en Villa Barreyro.
Llegó la pandemia, y con ella la inspiración. Morales se puso a dibujar los autos que tenía su familia, luego los de gente conocida y, “como me críe en un secadero de yerba, traté de recordar todos los vehículos que ingresaban al establecimiento: camiones que llegaban con leña, con ponchadas de yerba mate, las camionetas de los colonos. Iba recordando y plasmado en el papel. Es como que hablaba con los protagonistas de ese momento, me acordaba de los sobrenombres, de las formas”, agregó.
Todo iba bien, pero “no me animaba a vender, me daba como pudor, pero los amigos me incentivaron a comercializar y comencé con ellos, pintando los autos que me pedían. Después tuve la oportunidad de contactarme con corredores y ahora creo que ya pinté los modelos del 90% de los corredores de Misiones. Hasta hice un trabajo para el “Pato” Di Palma, que me envió lindos videos de agradecimiento”.
En la Navidad del año en que empezó, “dije: Señor, quiero pintar bien, quiero pintar para vos, quiero pintar bien, quiero ser reconocido. Y ahora ustedes están acá, en casa, viendo mi arte. ¡Qué más puedo pedir!, solo agradecer al Señor porque me permitió eso”, celebró.
“Hasta los 12 años tuve una vida normal. Luego me detectaron distrofia muscular de Becker que me iba deteriorando los músculos, primero de las piernas, después, de los brazos. Al final, causa problemas en el miocardio. Mis padres me llevaron por todos lados. En Buenos Aires, el médico le dijo a papá que a los 28 iba a dejar de caminar, y así fue. Y, que antes de los 40 iba a morir, y sugirió que me dejaran vivir de la manera que quisiera. Tengo 60 y estoy más sano que nunca”.
Pinta en acrílico y lo que expone en su casa son autos que difícilmente se podrán ver circulando. “Son clásicos. Fui a dos encuentros de autos clásicos y vendí alrededor de 70, pero cuando volví a casa intenté reponerlos para tener siempre la colección completa. Tengo todo en cajas porque es imposible al aire libre, de todos modos, se golpean, se rayan, entonces cada vez que los saco tengo que retocarlos”.
Contó que, en los inicios, dibujar un auto le implicaba un día o dos de trabajo, “ahora lo estuve haciendo en cuatro horas. Al principio no paraba a lo largo de quince horas, mis vecinos pasaban una y otra vez y yo seguía pintando. Pero todos están contentos con esta iniciativa que empezó como un entretenimiento y se transformó en un ingreso, en un trabajo”.
Entiende que el arte “es una salida, pero hay que tener paciencia y constancia. Mis trabajos fueron publicados en las redes y la gente comenzó a contactarse, a pedir. En una ocasión tuve que entregar once cuadros en pocos días, cumplí, pero no dormí varias noches”.
Morales comentó que, en realidad, “cobro el costo de los materiales, porque Dios me salvó, me sacó de esa depresión en la que estaba sumido, me dio un incentivo. Eso no puedo cobrar, estoy bien pagado con que me digan gracias. O cuando vendo a la gente el auto que me pidió, como los carreristas a quienes les hago tal cual, cuando se quedan tan contentos y dicen gracias, y lo llevan en la mano como cuando llevan algo valioso, como un tesoro, eso ya está pagado para mí”.
Dijo que “para mí, todos los clientes son importantes, pero muchos dejan su tiempo, sus ocupaciones, y se acercan a saludarme y a tomarse una fotografía, como es el caso de Rudy Bundziak, que vino a buscar su cuadro y a saludarme. Esas cosas no tienen precio. O Julio César “Bananita” Benítez, que terminó la serie, bajó del auto y fue derecho al stand donde yo estaba para sentarse a comer y a tomar agua”.
Empezó por los modelos de la familia, desde la F-100, pero los pedidos de los clientes se basan en autos nuevos. “Da lo mismo pintar un 0 kilómetro que uno viejo, pero entretiene mucho más y es más placentero pintar los de carrera porque hay que ir cambiando los colores. Es un hobby muy solitario. No podés tomar tereré, no podés estar con el celular, ni tener a al lado a alguien que te esté hablando. Muchos se alejaron por eso. Pero mi vida cambió y me gusta, y no veo la forma de volver atrás”, comentó, quien ahora buscará incursionar con las aves de Misiones.
Trabajos con historia
Hizo trabajos para la página Oberá del Ayer sobre empresas que ya no existen como Ford Alejandro, Warenycia & Andrujovich (Dodge), el Chevrolet de Limar, Expreso Singer, la Estanciera (de un vecino que tenía autocine), la empresa Capital del Monte y Walter Carlzon, que tenía la primera estación de servicios de Oberá. Con esa unidad y en forma diaria, traía unos 500 litros de nafta de Posadas.
Automotores Lillieskold. También del Chevrolet modelo 1936, que funcionó como autobomba hasta el año 80. Y sobre esa unidad contó una anécdota: “Una noche se quemaba un secadero en Villa Svea y llamaron a los bomberos, que no llegaban nunca. Al poco tiempo apareció un auto y el conductor avisó que los bomberos estaban frente al hospital y que mandaran un auto para cincharlos porque no podían subir el cerro. Vino una camioneta de la empresa para ayudar. Era un camión chico, estaba cargado con agua y el cerro era muy pronunciado”.
Con gratitud expresó que pintó los 21 coches de “Quique” Urrutia, como así también los de Okulovich (padre e hijo). “Es un orgullo que mis obras estén en las viviendas de estas personalidades reconocidas del ambiente. Esas son las cosas lindas que me pasan. No tengo mayores ambiciones, con eso ya está pagado. Cuando me sale bien y cuando a la gente le gusta, es la mayor satisfacción”.
Admitió que “me siento realizado. Mi vida cambió totalmente, soy católico, creía, pero no era practicante, pero mi testimonio sirvió a mucha gente que viene y pregunta, aunque muchos se rían. Cuando estuve solo, cuando necesité, Dios me ayudó. Así como le pedí, me dio. Como si le pidiera que me pasara un vaso de agua fría”.
“Me di cuenta que durante todo este tiempo Dios me estuvo esperando para decirme acá estas, vení y hacé. Entonces debo decir a viva voz: Dios existe, está, quiere que le pidas. Dios conoce tu corazón, lo que te falta. Solo tenes que pedirle y él te da”, aseveró, quien busca exponer sus trabajos porque “quiero que se vea. Quiero mostrar lo que hace la fe y decir: yo pude”.