La realidad muchas veces supera a la ficción, y como muestra vale esta historia registrada en el municipio misionero de Azara hace un cuarto de siglo.
Los restos de un joven que falleció en extrañas circunstancias estuvieron más de dos años en una comisaría y los familiares tomaron al lugar como un sitio de culto.
Allí concurrían cada aniversario o cada cumpleaños a rezar por el descanso del alma del ser querido. Le prendían velas y le llevaban flores a la caja de cartón donde reposaban los huesos.
Todo terminó cuando un familiar salió por televisión y contó la historia: al día siguiente estaba la orden judicial para trasladar los restos a la morgue de Posadas para hacer las pericias forenses que habían quedado pendientes durante casi dos años y medio.
A Roberto Romero se lo vio por última vez en Azara el 3 de octubre de 1995. Sus restos fueron encontrados diez meses después, en agosto de 1996, en un monte no muy lejos del pueblo.
Desde entonces los restos quedaron depositados en una caja en la Comisaría de Azara, aguardando una orden judicial para realizar una pericia.
Es que, si bien Felipe Romero, padre del infortunado joven, reconoció los huesos desparramados en un monte como los de su hijo (cerca se hallaron restos de una camisa y una ojota pertenecientes al extinto), persistían dudas sobre las circunstancias de su muerte.
Desde el principio se presumió que el joven se quitó la vida ahorcándose en un árbol próximo al lugar donde fue hallado sin vida, cosa que sus familiares descreían absolutamente.
Ni Don Felipe ni su esposa Alejandrina Antúnez, padres de Roberto, levantaron su voz contra la Justicia por el extenso mal trago que debieron pasar. Incluso destacaron en su momento a PRIMERA EDICIÓN que la comisaría y el pueblo de Azara ayudaron mucho en la búsqueda.
“Lo buscamos por Garabí, por Santo Tomé, por todos lados. Creo que los restos que se encontraron en 1996 son los de Roberto, porque cuando nació tenía los dos dedos del pie pegados y así estaban cuando lo encontramos. Junto al cadáver había restos de una camisa celestita que él usaba y también una ojota, no quedan dudas. La madre y el panadero también lo reconocieron”, contó en una entrevista publicada por este diario el 19 de diciembre de 1998.
Roberto Romero trabajó durante 17 años en una panadería de Azara, propiedad de Osvaldo José Raczkowski, quien a fines de 1998 relataba a este diario que “era un muchacho muy responsable, no tomaba, no fumaba. No era de salir, ya que era muy católico: iba a la iglesia todos los domingos”.
“Desapareció después de hacer un viaje a Itatí. Enseguida me movilicé con el papá y la policía. Fuimos a Garruchos (Corrientes), todo el pueblo lo buscó”, agregó Raczkowski, que describió a Romero como un integrante más de su familia.
Juan Benítez, primo hermano de Roberto, recordó con dolor también en PRIMERA EDICIÓN que los restos “estuvieron durante más de dos años en la Comisaría de Azara, adonde iba mi prima a prenderle velas de vez en cuando”.