La satisfacción de casi todos los argentinos al cumplirse un nuevo eslabón de cuarenta años consecutivos de sucesión de gobiernos democráticos, y la felicidad de casi la mitad de la población que apostó por Javier Milei como nuevo conductor del devenir del país, contrastaban ayer con el descorazonador panorama que trazó el Presidente electo durante su primer discurso, pronunciado -dicho sea de paso- ante el público que acudió a su asunción y no ante el Congreso con el que tendrá que co-gobernar los próximos cuatro años.
Como “la peor herencia recibida” por un Gobierno en el último siglo calificó la situación del país, con un “15 mil por ciento de inflación”, 45% de pobres y 10% de indigentes. E incluso advirtió que “sabemos que la situación empeorará”.
A reglón seguido matizó que será “el último mal trago” y que “habrá luz al final del camino”, como para sembrar un poco de esperanza, pero por ahora no queda claro dónde se sitúa ese final del camino donde “veremos los frutos de nuestro esfuerzo”.
Está por ver si la situación es tan catastrófica como la “pintó” Milei o si “solamente” es muy complicada y él la magnificó para sustentar sin paliativos el ajuste que se viene en forma de “shock” y para el que “no hay alternativa”. En cualquier caso, la diferencia es mínima. El Presidente asume con exigencias y desafíos mayúsculos por delante, y él mismo se encargó de elevar su propia vara al proponerse revertir “100 años de fracasos” de la política tradicional.
Durante décadas y promesas tras promesas, en su mayoría vacías, los problemas más acuciantes de la sociedad atravesaron los sucesivos gobiernos, continúan sin solucionarse y los resultados están a la vista. Es el turno de algo aparentemente “nuevo”.
Voluntad y capital político (tras el fuerte “envión” en las urnas) no parecen faltarle por ahora al nuevo Presidente. Lo que se está por ver es si acertará en la receta correcta y si la Argentina resistirá hasta ver esa luz al final del túnel vaticinada ayer por Milei.








