San Nicolás, cuya fiesta celebramos cada 6 de diciembre, es uno de los Santos más queridos y venerados del Santoral católico, pero también el origen de un mito que cada año colma de ilusión a niños y grandes de todo el mundo, en forma de Papá Noel o Santa Claus.
Conocido por muchos como el Santo de la Caridad, en su tierra natal fue considerado también Santo Protector de los marineros, al haber salvado la vida -con su sola aparición- a un grupo de náufragos.
Cuenta la historiografía cristiana que nació durante el siglo III en la ciudad de Pátara, en la provincia turca de Anatolia, cuando estaba bajo la dominación romana. Sus padres, que eran muy religiosos, lo educaron con un profundo espíritu cristiano y su tío se ocupó de su educación académica.
Siendo todavía un adolescente, decidió repartir toda la fortuna heredada de sus padres a los pobres.
Uno de los casos más conocidos es el de un campesino que había perdido toda su fortuna en un desastre y, viviendo en la absoluta miseria, había decidido obligar a sus hijas a la prostitución para sobrevivir.
Al enterarse Nicolás de la situación, por la noche arrojó por la ventana una bolsita con dinero. Las hijas se salvaron del mal camino y se casaron. Cuando Nicolás por tercera vez arrojaba la bolsita con dinero por la ventana fue visto por el campesino, quien así conoció a su bienhechor anónimo.
Convertido posteriormente en Obispo de Myra, también en la actual Turquía, trabajó con mucha dedicación y con gran generosidad con los pobres. Muchas veces se aparecía a personas en sueños pidiendo ayuda económica para los necesitados.
Cuentan que cuando en su ciudad sobrevino la hambruna, se le apareció en sueños a un comerciante de granos de Cecilia (Italia), le dio una gran suma de dinero y le encargó un barco cargado de trigo para Myra. El empresario, al despertarse por la mañana, encontró en su mano el dinero, de forma que cumplió con la transacción y salvó a todos los pobladores de la inanición.
En honor a esa generosidad y preocupación por los pobres que caracterizaron a San Nicolás, en el día de su fiesta es tradición milenaria distribuir regalos, especialmente a los niños y generalmente en forma de sorpresa anónima, para que nadie sepa quién es el que obsequia, porque de esta manera lo hacía el Santo: arrojando el regalo por la ventana o colocándolo “a escondidas” en un lugar donde el necesitado lo encuentre después.
De ahí deriva a su vez la costumbre de poner los zapatos en la ventana o colocar el regalo junto a la cama, mientras el niño duerme.
No hay certeza absoluta del año de su muerte, pero se estima que fue en 326 ó 327. Desde el año 626 sus reliquias reposan en Bari (Italia), de ahí que muchos lo conozcan como San Nicolás de Bari. Dicen que de su tumba emana un óleo perfumado que tiene poderes curativos.
Al llegar su historia a los países nórdicos, su nombre se transformó en Santa Claus, y en Francia en el tan popular Papá NoeI, que protagoniza las fiestas navideñas distribuyendo regalos, vestido con ropas rojas que remedan las vestiduras episcopales.