En un mundo dónde lo efímero y pasajero es lo usual, muchas veces a la gente le intriga descubrir cuál es el hechizo que hace a un pescador estar con el sedal en mano por horas esperando la corrida que anuncia el inicio de una contienda con un final incierto. Pero aún más desconcierto despierta el ver al pescador que tras tanto esfuerzo devuelve a su contendiente con el menor estrés posible a su hábitat.
Yo personalmente muchas veces traté de entender cuál es ese motor que enciende aquella pasión casi inexplicable que despierta el deporte de la pesca. En varias oportunidades he participado de las escuelas de pesca que se llevan a cabo en el club Pira Pytá y que apuntan a acercar a los niños al río y a la pesca.
Todo esto en una sociedad donde prima la inmediatez y en la que los niños casi siempre obtienen lo que quieren al instante. Cuesta entender cómo al poco tiempo de incursionar en este deporte esos gurises permanecen horas casi sin moverse, con la mirada fija al extremo de la caña y al sedal, en contiendas que se tornan apasionantes para ellos.
Creo que la pesca juega un papel muy importante en las crianzas ya que es una disciplina en la que, a pesar de el esfuerzo puesto, no siempre se logra el objetivo de capturar el pez. Y esto conlleva a que los niños adquieran una visión más realista de la vida.
No me caben dudas de que esas experiencias adquiridas en la niñez en el mundillo de la pesca nos quedan grabadas a fuego de por vida. Con el correr de los años se va potenciando lo vivido en la niñez al conocer todo lo que enmarca a esta disciplina. Por ejemplo el fogón campamentero, escenario de mil anécdotas, el contacto con la naturaleza y el culto a la amistad y la camaradería que siempre se dan en el ambiente.
Por ello, al hablar de los mayores que practican esta disciplina deportiva nos encontramos con una amplia lista de perfiles de pescadores. Están los que buscan encontrar ese espacio que los aleja de los avatares del día a día, contemplando esos atardeceres cuando el sol se junta con el río, y disfrutando de una experiencia única e indescriptible poniendo a la pesca en un segundo plano.
Otra facción de los pescadores la integran aquellos que les encanta investigar los motivos que generan las buenas o malas jornadas de pesca, a los cuales no se le escapa ningún detalle. Como me lo relataba un viejo pescador empedernido que trataba de entender, por ejemplo, por qué a la misma hora en Puerto Aguirre la temperatura del agua era de 27º -óptima para la pesca- y tan solo 30 kilómetros más abajo, en Puerto Otto Bemberg, la temperatura del agua no superaba los 21º. O la razón por la cual los sábalos generalmente no estaban en fondos rocosos que constituían el ambiente preferido de los peces de cuero; o por qué la boga pica generalmente en las correderas, siendo que es una especie forrajera.
Incluso, las razones por qué el pacú no desprecia alguna especie menor a su alcance, aún siendo herbívoro.
Y también están los saca pescados, esos que no tienen límites cuando logran dar con los cardúmenes y pescan a mansalva con el solo propósito de sentirse unos vivos bárbaros; pero que hoy día cada vez son menos gracias al repudio de la mayoría de los que amamos este deporte.
Para todos y cada uno de estos pescadores, existe una emoción tan especial como hechizante: la que despierta el sedal cada vez que se tensa, pues en el otro extremo hay un pez que tienta a nueva contienda.
Walter Gonçalves