En “Los Bachis 70”, la docente Mirta Amelia Montero trató de reflejar el escenario que se presentaba en Montecarlo en esa década, haciendo hincapié en la experiencia propia y de sus compañeros de promoción de la Escuela Normal Nº 2, única institución educativa del momento.
Se trata del adelanto de un extenso trabajo –aquí sintetizado- que será publicado en “Historias de Vida de Montecarlo y la Región” que ya lleva cerca de veinte libros editados.
Según la autora, profesora de historia, licenciada en historia, magíster en Ciencias de la Educación, doctora en Ciencias de la Educación y supervisora de Escuela, “somos muy unidos y nos reunimos todos los años en Montecarlo, en Apóstoles o Posadas. Siempre estamos en contacto, desde hace más de 50 años”, ahora más que nunca, con la ayuda de la tecnología.
Lo que hizo “fue describir lo que vivimos en esa época. Hice un resumen de cada una de las cosas porque el espacio que tenía para presentar era bastante reducido, entonces fui colocando un poco de cada cosa. Son experiencias de vida de nuestro grupo”, dijo Montero, quien, para contextualizar, se refirió a la década del 70, a las familias, a la escuela y a los protagonistas en la actualidad.
Escenario educativo y progreso
La Escuela Normal N° 2 era la única institución de nivel secundario del pueblo. Ahí convergían todos los adolescentes de los diferentes barrios y de diferentes orígenes. Era el espacio donde no había diferencias; se conformaban grupos de compañeros, amigos, solidarios y hermanados, cuya amistad perduró décadas después de la promoción.
La Normal N° 2 tuvo mucho prestigio por su nivel educativo y, las familias de otras localidades, traían a sus hijos adolescentes acrecentando y consagrando, aún más, su buena reputación.
El nivel académico logrado aseguraba el éxito de otros trayectos formativos superiores. Tal es así, que la mayoría de los que migraron a otras ciudades como Córdoba, Buenos Aires, Resistencia y Corrientes, para iniciar una carrera universitaria, culminaban sus estudios sin dificultades. Las carreras como contador público nacional, abogacía, medicina, arquitectura, eran las más elegidas. Muchos de estos jóvenes, después de recibidos, se quedaban en las ciudades donde estudiaron y donde formaron su familia y trabajaron. Otros, volvieron y ejercieron en el pueblo, promoviendo la profesionalización de distintas áreas, generando otras opciones y ofertas renovadas.
Un día de clase
El Dr. Darú era el director. ¡Qué grandiosa persona! No se le perdía nada, porque supo dar de sí todo y amablemente. Siempre atento, siempre presente, siempre escucha, siempre consejero. Fue como el padre y guía moral que adoptamos por su inmensa calidez y sabiduría.
¡Cómo olvidar las carpetas! Hacíamos las carátulas con letra gótica a mano alzada, con tinta china y plumín, con diferentes colores: negra, verde, roja, amarilla, plateada, dorada; eran obras de arte. Para cada materia teníamos una carpeta que era prolijamente confeccionada. Recuerdo la de matemática, cuando nos enseñaba Calculín (el profe Rosas), trigonometría y lo hacíamos con papel milimetrado. Calculín era recio, hablaba poco y enseñaba mucho. Nunca se reía. Tratábamos de “acercarlo” a nosotros, pero no había caso. Un día le llevamos una serenata a su casa, y desde ahí todo cambio. Abrió su corazón y se incorporó al grupo de una manera cálida, daba gusto verlo sonreír y era uno más. Fue un gran profesor; además tocaba el piano, y le gustaba ir a mi casa donde hacíamos retos sobre el teclado de mi piano; nos divertíamos en familia con Chopin, Beethoven, Brahms, Bach… me decía que no era para las mujeres y eso hacía que yo pusiera los discos de vinilo de los conciertos y no cesaba de repetir hasta que lograba tocar como la grabación; cómo amaba lo que enseñaba y cuánta sabiduría tenía.
Un año instalaron un tremendo laboratorio en un subsuelo de la escuela; era lo más grandioso que había visto en mi vida. Disfrutábamos haciendo experimentos y doblando los tubos de vidrio bajo los mecheros.
La profesora Blanca (Benítez de Darú) nos hacía leer y estudiar mucho, hasta las letras chiquitas de los libros nos hacía leer; teníamos un libro para cada materia, pero en literatura, además libros de autores de la época, universales y argentinos, que sí o sí debíamos leer y comentar. Era muy exigente, con una gran sabiduría y muy dulce.
El profesor Willy (Guillermo Maerker) fue un fuera de serie; enseñaba historia. Pero nos enseñaba de una manera tan particular, a través de la historia del arte, a través de relatos de vida, de comparaciones, de concursos de preguntas, de juegos sobre lugares, países, capitales, hechos históricos, frases. Pero más que nada nos daba cátedra sobre valores. Era impulsivo, pero con mucha sabiduría. Un apartado se merece el trabajo que hacía con nosotros con las carrozas.
Las horas de clase eran divertidas. Hacíamos chistes, interrumpíamos siempre, hablábamos, pero estudiábamos, eran pocos los que rendían alguna materia; nuestros padres eran tan exigentes como los profesores. Si sacábamos 9, no era suficiente, teníamos que tener un 10. En los recreos no salíamos corriendo al patio, sino muchas veces quedábamos en el aula charlando, riéndonos o jugando al truco. Sí, al truco, tanto ellos como nosotras. ¡Éramos tan mentirosas que les llegábamos a ganar! a veces.
Fiesta del Estudiante: las carrozas
Y llegaba septiembre. El mes del estudiante. El intendente nos entregaba la llave del pueblo; teníamos programadas muchas actividades para todo el mes. Pero lo que realmente hacíamos eran las carrozas. Como era una única escuela secundaria, cada curso hacía una carroza. El que guiaba todo el trabajo era el profesor Maerker. Muchas veces hacíamos todos en el inmenso patio que tenía en su casa, cada curso en un sector. Nos reuníamos al atardecer hasta muy tarde a la noche y muchas veces amanecíamos si hacía falta. Era un trabajo muy grande, pero no nos impedía ir a clase al otro día. Los varones hacían el trabajo más pesado: soldaban las piezas de la gran estructura, luego cubrían los espacios con varillas de tacuara; nosotras complementábamos con otra parte que hacíamos en nuestras casas o en el lugar, como teñir las ponchadas con anilina, hacer flores o preparar los guisos de arroz con pollo, chipa o reviro para la cena. Por supuesto con gallinas (“prestadas”) de los gallineros de los vecinos; era época de cuidar los gallineros. El pan lo llevábamos de la panadería de mi papá que salía a la madrugada bien calentito. Era un enorme trabajo, sobre todo para los varones, con poco tiempo y mucha voluntad. El profe siempre estaba dispuesto a guiar cada paso. Otra carroza que hicimos era la de Mafalda: una inmensa Mafalda con guardapolvo y un globo terráqueo adelante. Otras eran la Golondrina inmensa sostenida solamente por su pico sobre una media naranja, también La Vuelta al Mundo y El Topo Gigio. Teníamos nuestra reina y dos princesas. Se desfilaba por la Avenida San Martín, cuidando de no tocar los cables de luz que cruzaban la calle. Algunos chicos iban adentro de las estructuras para hacer los movimientos de la carroza. Los Bachis 70’ ganamos el primer premio desde segundo hasta quinto año. Después se hacía el baile y elección de Reina del Estudiante.
Las serenatas
Eran parte de los festejos del mes del estudiante. Los varones salían con guitarras, en tractores con cachapé y llegaban primero a la casa de los profesores y después de las chicas; cantaban zambas, chacareras, pero también la música que en esa época estaba de moda: baladas, cumbias, entre otras. Los dueños de casa encendían las luces y les hacían pasar. Ahí seguían las guitarreadas y largas charlas, mientras los anfitriones servían abundante comida: pizza, empanadas, sándwiches, chipitas, chipa guazú, tortas, budines, y toda clase de preparados caseros que se hacían con tiempo. A una misma vivienda podían llegar tres o más serenatas en una noche y el trabajo era arduo para los dueños de casa que debían preparar y prever comida y bebida en abundancia.
Un año salimos las chicas, con la camioneta del profesor, quien conducía, y visitábamos la casa de los demás profesores, también cantábamos y también comíamos en abundancia; ¡al otro día, ellos (los varones) nos miraban feo, nos habíamos adelantado y comido lo que era para ellos!
Los 50 años de Montecarlo
Y llegó el año en que cumplió 50 años el pueblo. Se hicieron grandes preparativos, pero sobre todo a nivel municipal. La Escuela no quiso estar ausente y para ello promovió un concurso de poesía. Allí estaba la figura de la profesora Blanca Benítez de Darú y el poeta Martínez Alva. Fueron dos personas que hicieron una gran impronta en mi vida. Martínez Alva, con su blanca barba y su amorosa compañera esbelta, rubia, serena siempre a su lado. Pasábamos largas horas frente a mi casa charlando donde él me enseñaba a ver el entorno en forma de poesía; a disfrutar el paisaje, a ponerlo en palabras y a pintarlo con poesía. Comencé a escribir y la mirada la perdía en medio de la poesía que describía, a veces un nido o un niño jugando; mi querido poeta, mi Pilincho Piernera! la profesora Blanca, un encanto de sabiduría y dulzura, leía y observaba; así fue que, en el Concurso de Poesía sobre los 50 años de Montecarlo, con Ingrid Krug ganamos el primer premio. Ambas describimos el pueblo y su gente desde diferentes miradas y a las dos, nos entregaron una medalla de oro donde figuraba el Aniversario de Montecarlo y en el dorso nuestras iniciales y la fecha. Para ese evento, se hicieron grandes festejos de los que disfrutamos mucho en familia.
La fiesta de recepción
Nuestra recepción la festejamos en el Club Alemán, un gran salón que se decoraba y adornaba puntillosamente, acorde a la ocasión. Allí fuimos con nuestras familias y nos acompañaron autoridades y vecinos. Nos vestimos con vestidos largos y los varones con traje. En los bailes de recepción animaban Los Dancer Boys (de Eldorado), Los Huracanes (de Encarnación, Paraguay), los Dallmann (de Posadas), Los Diablos (de Leandro N. Alem); llenaban el aire con alegres ritmos y canciones que entre todos tarareábamos felices por el logro obtenido. Nuestra promoción fue la primera que obtuvo el título de Bachiller Pedagógico que egresaba en Montecarlo, título nuevo que reemplazó el de Maestro Normal. Al año siguiente, muchos fueron a estudiar a otras provincias y algunos continuamos estudiando el Profesorado de Enseñanza Elemental (maestro de grado) y fuimos la primera promoción de la Escuela Normal con ese título.
El viaje de fin de curso
Lo hicimos en un camión. Sí, ¡en un camión! Se colocó un piso y asiento de colectivo que permitía ubicarnos y ver por la baranda. Se puso un techo con estructura de metal y una lona. La parte que quedaba abajo, era para que nosotras nos acostáramos y colocáramos todos nuestros equipajes. Viajamos en enero entero; recorrimos todas las provincias del norte y oeste de Argentina: Chaco, Salta, Santiago del Estero, San Juan, Mendoza, Catamarca, San Luis, Mendoza, Córdoba, Tucumán, Santa Fe, Corrientes. Parábamos en escuelas que tenían albergue estudiantil, y que, en esa época, estaban vacías. Ahí cocinábamos, dormíamos, nos bañábamos y después recorríamos el lugar. Después de descansar seguíamos hacia otra provincia. Quien coordinó todo el viaje fue el profesor Colman, de matemática, él hizo todos los contactos previos para alojarnos, junto con el profesor Rosas y su esposa Coca Descamps. Recuerdo cuánta agua tuvimos que juntar para cruzar los cientos de kilómetros, en el camino que va de Chaco hacia Salta, donde solo veíamos espinillo. Conocimos lugares indescriptibles; paisajes, productos, distintas economías, personas con acentos tan diferentes. Me quedaron grabadas en la retina las serranías, los caminos sinuosos tan angostos, las calles, las casas bajas, el cielo de Salta todo de blanco, los viñedos interminables de Mendoza, las plantaciones de ciruelas, damascos, duraznos, higos, tanta abundancia, la plaza de Tucumán con su reloj de flores. También supimos bailar en algunos salones tradicionales y pintorescos con diferentes plataformas y ritmos que no conocíamos, y la cumbia… sonaba en todas partes. Fue una experiencia inolvidable. El espíritu de compañerismo nos acompañó siempre: nos cuidaban nuestros compañeros todo el tiempo. ¡Qué amistad con mayúscula! Hoy, los aplaudo de corazón.
Encuentro de almas
Camino a Apóstoles, yendo a la casa de Carlos Corbey y su esposa Porota, recordamos los 50 años de egresados, los que no pudimos festejar en el 2020 por la pandemia. Nos acompañó el profesor Cacho Smichowski de Educación física, quien junto a su esposa Mirta, siempre fue uno más del grupo. La alegría del reencuentro es indescriptible, ese abrazo interminable, mirarnos y reconocernos tal cual éramos hace 50 años (con algunas canas y achaques nomás), pero la misma esencia, la misma sonrisa; queriendo guardar en la retina toda la emoción de tantos momentos hermosos compartidos y recreados en cada encuentro. Jugaba Argentina ese día, tuvimos una gran picada en una fresca galería, mientras veíamos y sentíamos el aroma del tremendo asado en la parrilla. Después la mesa larga, donde cada uno quería contar algo. La risa abundaba. Los relatos, los recuerdos, hasta que empezó el partido. Oh, qué momentos; ¡la cara expectante de cada uno… ganó Argentina! ¡Qué fiesta! A la tarde, fotos y más fotos, todos con todos. Una gran mateada y por supuesto con guitarreada de por medio en una gran ronda, donde seguían las risas y relatos sin parar. ¡Conformamos un grupo tan unido! Hasta el 25º aniversario, fuimos todos los años a reunirnos en Montecarlo, o Apóstoles o Posadas, para reencontrarnos, vernos, abrazarnos, contarnos nuestras vidas y, sobre todo, recordar momentos inolvidables. Algunos estaban en Corrientes o Resistencia, Córdoba, El Calafate, Posadas, Iguazú, Wanda, Eldorado y la mayoría en Montecarlo. Después se hicieron menos frecuentes los encuentros. Las familias se fueron agrandando, los trabajos de cada uno, en algunos casos la salud, hicieron que no pudiéramos juntarnos todos. Pero el contacto existió siempre; aún hoy a 52 años de haber egresado, se ve en los ojos de cada uno la alegría del reencuentro. Los que estamos en Posadas, que somos unos cuantos, de vez en cuando hacemos una juntada improvisada, y los mensajes, memes, chistes, fotos son permanentes. Si alguno viaja, o tiene un feliz evento, es la alegría de todos. Ahora, ya adultos, abuelos, vemos la riqueza de nuestra época. ¡Conformamos una gran Familia!
Lista de todo el grupo: Hugo Basualdo, Leandro Benítez, María Benítez, Carmen Bielecki, Danidia Bloch (+), Edith Britos Arza (+), Carlos Corbey, María Corbey (+), Ramón Descamps, María Inés Espíndola, Margarita Fellner, Eugenio Fischer, Alicia Fröschke, Olga Godoy (+), Ángel Ibáñez, Nilda Jara, Griselda Kimimch, Víctor Korniejczuk, Ingrid Krug (+), Ricardo Meili, Mirta Montero, Carlos Morás (+), Nora Muñoz (+), Juan Nuccio (+), Julio Ortiz, Sergio Ortiz, María Pavón, Oscar Ramos (+), Luisa Rebak (+), José Rojas, Norma Rojas, Elsa Ruiz, Hugo Marcelo Wiedemann,. Varios (+) partieron antes y los conservamos siempre en nuestros corazones.