Desde tiempos inmemoriales se han tejido historias de aventureros apasionados por las excursiones de pesca y las travesías extremas. Es por eso que hoy les quiero contar la historia de dos amigos que decidieron emular aquella travesía de Iguazú a Buenos Aires en una canoa a remos, a principios del 1900, que tuvo como protagonista a Víctor Otroski y luego fue plasmada en las páginas del libro “El gran río”; y poder vivir historias de pescas tan apasionantes como las contadas por Carlos Ernesto Mangudo Escalada (Capitán Reel).
Jorge “Yuli” Vancsik, descendiente de húngaros, experimentado navegante y aventurero; y César Waldemar Aueringg, de sangre austríaca, también apasionado por los desafíos y las aventuras, fueron los protagonistas de esta historia que se gestó casi sin pensarlo en una charla en torno al fogón que reunía a los amigos pescadores de la barra de los viernes. Allí se habían planteado la posibilidad de realizar aquella travesía redescubriendo escenarios de aventuras que fueran contadas por el primer periodista de pesca de nuestro país.
Sin mucho protocolo y al ver que los demás integrantes del grupo descartaban la posibilidad de animarse a tal desafío, Jorge se puso a trabajar con César en el proyecto. Pocos días después, atónitos quedaron sus amigos al verlos trabajando en la construcción con caños estructurales de las cuadernas de lo que sería la embarcación. Luego vino el terciado fenólico, la resina y así nació la Río Paraná, una canoa de 5,20 metros que sería impulsada por un motor Mariner de 5 HP.
A mediados de agosto del 2006 llegó el gran día. Tras evaluar las dificultades que deberían enfrentar para trasponer Yacyretá, decidieron comenzar la aventura desde Ituzaingó. La primera jornada comenzó con las primeras luces del alba partiendo hacia Itá Ibaté, donde los esperaba su amigo Ricardo Sarjanovich para agasajarlos y compartir un buen asado, tras lo cual se entregaron a los brazos de Morfeo.
Empezó bien temprano con una navegación tranquila entre los riachos de la zona hasta llegar a Puerto Corazón, donde decidieron pasar la noche y tiraron por primera vez sus nylon al agua. Pocos minutos les llevó tener un par de pico pato de muy buen porte para la fritanga bajo el manto de estrellas que parecían brillar más que nunca.
El amanecer del tercer día los sorprendió con un viento bastante importante pero igual zarparon apuntando directamente a la cúpula de la basílica de la Virgen de Itatí que se divisaba a lo lejos.
Encomendándose a la patrona del lugar enfrentaron las ráfagas de viento norte que levantaban un poco de oleaje, complicando la navegación de la canoa que iba bastante cargada. Aquella tercera jornada puso a prueba la fiabilidad de la embarcación para tales contingencias pero también sirvió para poner en práctica el trabajo en equipo ante las adversidades. Al atardecer llegaron a la capital del Taragüí para pernoctar en sus costas, recuperar fuerzas y encarar la quinta jornada en lo que se habían fijado como destino: la ciudad Empedrado.
Apenas arribaron al lugar, mientras bajaba la carpa y la parrilla, César tuvo un resbalón entre las piedras y al caerse contra ellas sufrió un corte bastante profundo en una oreja, por lo que tuvieron que trasladarse hasta su próximo destino, que era Bella Vista, donde fue muy bien atendido por los médicos.
La séptima jornada los encontró llegando a la Capital Nacional de la Pesca del Surubí. Aquella noche descansaron sin saber que les esperaba una de las mayores odiseas del viaje. Minutos después de haber zarpado, navegaron por el riacho Goya hasta encontrarse con las bifurcaciones del Espinillo, del Alemán y el Alemancito, donde eligieron navegar por el segundo puesto que en el río estaba muy fuerte el viento.
Tras pasar de largo la salida de El Caraguatá, que los sacaría al canal principal, siguieron navegando sin saber que cada vez se alejaban más del camino correcto. Hasta que en un momento dado llegaron al paraje “el Ana”, la estancia de la familia Clerci, donde permanecieron tres días hasta que aparecieron dos baqueanos que los guiaron para subir por “El Caduco” y así poder retomar el viaje.
Luego de esto llegaron a Esquina, donde el amigo Roberto los invitó a quedarse un par de días; para luego partir hacia Hernandarias. El día 15 se instalaron en Diamante, donde “Yuli” con unos pequeños señuelos sacó unos dorados para la cena; pero ante la insistencia de unos turistas que estaban deseosos de saborear un pescado a la parrilla, cambiaron las piezas capturadas por un costillar de carne.
El día 16 llegaron a La Paz, donde los esperaba una compañera de facultad de “Yuli”, la agrimensora Petty Contardi, con quien compartieron una hermosa velada. En la jornada 17 el río los llevó hasta Paraná. Allí quisieron pescar un rato en la zona del puerto pero lamentablemente el pique era nulo porque el agua estaba muy contaminada. Un día después se cruzaron a la costa santafesina, pero tuvieron que parar en una isla puesto al advertir que había entrado agua en el tanque de nafta del pequeño motor.
Al día siguiente, el viento rápidamente se transformó en una gran tormenta que durante casi 5 horas los vapuleó en el río abierto hasta llegar a San Lorenzo. Luego transcurrieron los días pasando por Ramallo, San Nicolás, Baradero, Granadero Baigorria. Y llegó el día 24, donde tras vivir experiencias inolvidables, momentos de zozobra y de alegría por cientos, llegaron a Zárate; más precisamente al Club Náutico de esa ciudad, donde se produjo un revuelo entre los ocasionales concurrentes por la increíble travesía que acababan de concretar Yuli y César.
Y llegó la hora del regreso. Cargaron la canoa en el camión que lo traería de vuelta a Posadas, una gentileza del transportista Neko Faiffer. Los aventureros se sintieron agradecidos al Diosito de los pescadores por haberle posibilitado pasar casi un mes recorriendo el Paraná, pescando y conociendo tantas historias en el trayecto, pero por sobre todo haber ratificado una vez más que en los ríos de la vida la mejor pesca es la amistad.
Walter Gonçalves