Más allá de las teorías, afirmaciones y probabilidades que circunscriben al tema, a nadie le es ajeno que los robos/saqueos que se vienen desarrollando en los últimos días instalaron en la sociedad un elemento adicional a las preocupaciones y tensiones que se acumulan sin pausa durante el último lustro.
Por estas horas abundan las acusaciones y rumores pero hay una falta total de certezas. En las últimas horas la portavoz presidencial, Gabriela Cerruti, afirmó que los hechos son motorizados por el espacio de Javier Milei. El ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, reconoció que no tienen “datos fidedignos que permitan decir ‘fulano o mengano son los responsables’”.
De su lado, en Juntos por el Cambio piensan que, al menos en Mendoza, los robos fueron orquestados y que no son propiamente “saqueos”.
Patricia Bullrich no desperdició la chance y relanzó su campaña basada en la necesidad de “orden” y criticó el “desgobierno” del oficialismo. Con todo, nadie se anima a arrojar una hipótesis segura acerca de la o las personas detrás de los eventos.
Ayer se los adjudicó el dirigente piquetero Raúl Castells y argumentó que “los saqueos” surgen en respuesta al fuerte aumento de los precios de alimentos.
El desconcierto es evidente por más que, hacia afuera, funcionarios nacionales se muestran seguros y firmes en sus declaraciones acerca de “las intenciones políticas” de aquellos que diseminan los rumores de saqueos en redes sociales y que provocan el temor de comerciantes en distintas zonas urbanas del país.
Lo cierto es que para haber llegado a esta instancia hubo que pasar por muchas otras de miseria dirigencial, crisis profunda y desintegración del tejido social.
Es decir, orquestados o no, los eventos que se vienen desarrollando con mayor énfasis en Buenos Aires y otras provincias del centro del país, son un síntoma profundo y real de la desestructuración nacional a la que, indiscutiblemente, se llega por la acumulación de mala praxis política durante años.