En la vida de un pescador cada salida de pesca es una nueva aventura pero en algunos casos las emociones cosechadas a lo largo de los recorridos son tan fuertes que ni bien las culminás te entran ganas de repetirla. Bajar desde Iguazú a Posadas por nuestro Paraná de selvas y cascadas no dudo que se convierte en una de las experiencias más lindas que pueden vivir los amantes de la pesca, el campamento y la naturaleza. Por ello hoy los quiero embarcar en un viaje imaginario a través de las Islas que se encuentran en el trayecto, cada una de ellas con sus mitos y leyendas.
Con sus 4.880 kilómetros de extensión, el río Paraná fue la primera vía de comunicación para los hombres y mujeres que se aventuraron a ir poblando sus costas. Muchos de estos pioneros se afincaron y fueron forjando la historia de nuestros pueblos… Hoy quiero contarles sobre esos lugares que fueron refugio en las tormentas o postas de descanso para los navegantes que surcaban el Paraná que otrora fuera tan correntoso y traicionero… las islas, las cuáles en nuestros días se encuentran erguidas y florecientes algunas, mientras que otras han sucumbido ante la obra del hombre… Para hoy los quiero invitar a hacer un viaje imaginario por el Paraná navegando desde la desembocadura del río Iguazú.
Apenas zarpamos y a 26 kilómetros de navegación río abajo, sobre la margen derecha, nos encontramos con la casona que fuera la residencia del científico suizo que marcó a fuego su paso por la historia del Paraguay pues allí vivía Don Moisés Bertoni, hombre que dedicó su vida a investigar la flora, fauna y clima de nuestra región; la medicina y la lengua guaraní, entre otras cuestiones. Y muy cerca de allí, se encuentra el salto del arroyo Monday.
Pocos kilómetros más al sur, ya sobre costas argentinas, se encuentra el salto Yasi un lugar agreste pero con una belleza excepcional.
Entrando en el municipio de Eldorado nos encontramos con la imponente figura de La Isla Parejá cuya jurisdicción pertenece al departamento de Itapúa (Py) zona que en época de bajantes prolongadas ponía a prueba la sapiencia de los baquianos en la navegación.
Una treintena más abajo se halla la isla Caraguatay la cual con sus 32 hectáreas en el año 1991 fue convertida en el “Parque Provincial Caraguatay”, y gracias a ello se mantiene como un santuario de la flora y la fauna misionera.
En nuestro periplo por las islas del Paraná, nos trasladamos hacia Corpus, donde se sitúa la Pindoy, con historias muy ricas y diversas, como por ejemplo la que se desarrolló allá por 1934 cuando por una decisión ministerial se le autorizó a la Dirección de Tierras arrendar un sector a Arnoldo Winkelried Bertoni (hijo de Moisés Bertoni).
Y se le concesionó dos hectáreas del extremo Norte de la isla a Arturo Gramajo, político y piloto de aviación que realizó varias mejoras en el lugar y solía arribar a la isla desde Buenos Aires trayendo a importantes personalidades en su hidroavión. Y cómo olvidar los innumerables relatos narrados por los pescadores sobre los inmensos dorados, surubíes y pacúes de las correderas de la Pindoy.
Al pasar frente al Peñón del Teyucuaré, a los que ya peinamos canas nos viene a la memoria la isla del barco hundido formada por la acumulación de sedimentos sobre un barco que había naufragado y era un lugar privilegiado para armar el campamento de pesca puesto que estaba rodeada por los grandes pozones con profundidades de hasta 80 metros, pero que en los años ‘90 sucumbió ante el avance de las aguas.
Pocos kilómetros más abajo pasamos frente a la isla del Toro, perteneciente al departamento de Itapúa, ubicada frente a la boca del arroyo Yabebirí, zona frecuentada por los grandes manguruyúes.
Esta isla fue escenario de pescas excepcionales, donde el histórico César Balbuena, patriarca de los pescadores comerciales de Santa Ana, era el maestro que me enseñó los secretos de las grandes caídas donde se encontraban los gigantes manguruyúes.
El tío César, como lo llamaban, iba con su canoa hasta la boca del arroyo y bastaba un tarrafazo para hacerse de unos chúfalos o lloronas para luego remar a la hora indicada (cuando las últimas luces del sol se iban apagando en el horizonte) y fondear en el lugar exacto donde se daban cita los grandes del río.
Por
Walter Goncálves