El artista, colocado en su tiempo y contexto, produce obras. Interrogamos en el proceso artístico, el trazado que hace surgir algo. El artista, a través de su obra, expresa un saber, hacer, un acto a partir de algo que lo causa. La experiencia artística nos invita a pensar, reflexionar sobre su propio momento de creación.
Quizás nació de un juego o de un sueño. Tanto como si la vida sea un sueño o un juego sea la vida. Pensar que la vida o el juego son superficiales, jugando los niños construyen sus sentidos de realidades, la búsqueda de signos, la construcción de símbolos, inventan nuevos nombres para un futuro anticipado al resultado de la experiencia lúdica.
Construir, imaginar, buscar, representar, inventar, anticipar, son estrategias infantiles de una lógica aún no acabada que irá desarrollando en el crecimiento de su vida. Lo contrario al juego no es la seriedad, pero sí lo son la quietud, la indiferencia, la muerte. ¿Acaso el arte no es el desarrollo de un juego?
Creador y receptor del arte juegan a ensayar espacios, a formas imaginadas. ¿Y los sueños? Serán fantasmas inocentes, insignificantes, que quizás se desvanecen tan rápido como la memoria, el soñar es un adormecimiento, la parálisis de la acción, pero en el mundo del niño nada duerme. Las figuras guardadas en la historia subjetiva, se tornan actores. Historia, subjetividad, lenguaje, enigma: ¿son estrategias metafóricas?, ¿tal vez el arte conlleve sueño?
¿Creador y espectador se unen con imágenes de un saber dormido, algo unido como un saber soñado? ¿Eso que anhela y se guarda en el reflejo del mundo de las palabras? ¿Acaso el arte no conlleva un deseo? Aquí el creador y el espectador, viven lo no realizado más allá de lo visible. Soñar, desear, jugar, viven en permanencia en la obra de arte. La experiencia estética te convoca espectador, a pensar con tu cuerpo: ¿sueño, deseo, juego?