No tiene nada de malo querer llevar una vida saludable y en comunión con el bienestar animal, sin embargo, cuando el vegetarianismo y el veganismo se transforman en excusas para no ingerir alimentos las señales de alarma deben encenderse, sobre todo cuando estos indicadores se presentan en la niñez y la adolescencia.
Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA), la bulimia y la anorexia, afectan sobre todo a mujeres, aunque también se dan casos en varones. En Posadas, en el Centro Asistencial Manantial, están en tratamiento activo unas ocho chicas con TCA; si bien las consultas son más numerosas, no todas las pacientes y sus familias están dispuestas a seguirlo.
“Lo que a nosotros nos preocupa, que creo que hay mucho de eso, son las niñas y adolescentes que empiezan con restricciones, dejan de comer las harinas o que se volvieron veganas. Son a veces los grises que empiezan a aparecer antes de una patología. Justamente están con esta cuestión de la imagen corporal modificada, me veo y no me gusto”, sostuvo la nutricionista de Manantial, Valeria Da Luz, en diálogo con PRIMERA EDICIÓN.
La especialista definió a la bulimia y a la anorexia como una adicción porque la persona que la padece no puede dejar esa conducta reiterada y si lo hace siente angustia y tristeza.
En esa misma línea, describió a la anorexia como la supresión de la ingesta de comida, se deja de comer o busca excusas para no hacerlo.
Mientras que la persona bulímica sí come, pero busca luego un “efecto purgativo”, esto es, a través de la provocación del vómito, de ingesta de laxantes o ejercicios vigorosos. “Muchas veces estas patologías comienzan con una anorexia y después se vuelcan a una bulimia. Generalmente el paciente tiende a hacer las dos caras. Es decir que hay temporadas donde se marca la anorexia y otras donde el paciente se vuelve bulímico”, aclaró Da Luz.
Consultas por nenas de 8 años
Consultada acerca de la edad de las pacientes que recibe el centro, la nutricionista detalló que recibieron consultas por niñas de apenas 8 años “porque justamente empieza la etapa puberal, donde se da el cambio, el movimiento de qué quiero hacer, quién soy”. Sin embargo, la mayoría tiene entre 15 y 18 años y son mujeres, aunque vieron casos de tres varones.
“Cuando salgamos a las escuelas a contar que esto es una enfermedad, creo que van a surgir más casos, porque mucho se normaliza, se dice que es algo pasajero de la adolescencia”, indicó.
Comentó además que tuvieron pacientes que vinieron del Centro Provincial de Alto Rendimiento Deportivo (CePARD), es decir, que son deportistas.
“También el caso de un chico que vino de un hogar convivencial, de una familia muy humilde, que no tenía padres y que tenía otro factor atrás que era una cuestión de abuso, una infancia muy dura”, lamentó.
Factores desencadenantes
Si bien hay varios factores que impulsan estas patologías, la profesional aclaró que no todos son propensos a desencadenarse. Así, se refirió a que influyen el contexto en el que la persona creció, su grupo de amigos, los padres y madres muy exigentes y familias en las que hubo sobrepeso y obesidad.
“Como hablamos de que estas patologías se dan mucho en la etapa puberal y adolescente, el factor gatillo son los momentos claves en esta etapa, por ejemplo: las primeras relaciones sexuales, los primeros noviazgos, las primeras salidas, fracasos, que a veces suelen ser dolorosos y se ven asociadas a la imagen corporal, esto de ‘me dejó por otra más linda’”, comentó Da Luz.
Relacionado a los anterior, agregó: “Está también el factor perpetuante que tiene que ver mucho con la persona en sí, su carácter, su capacidad de resiliencia, herramientas que haya adquirido en la vida y convivir con un vínculo, que por ahí tiene mucho la imagen de lo ideal de la belleza, de la juventud eterna que, lastimosamente, hoy la sociedad y las redes nos venden.
Señales a las que los adultos deben prestarle atención
Entendiendo que ya hace varios años la situación económica obliga a los progenitores a tener varios trabajos para mantener a la familia y por ello, quizás, no están en el día a día tan presentes con sus hijos, la profesional dio una serie de indicadores que denotan que algo está pasando con las niñas y adolescentes.
En primer lugar nombró al aislamiento, “es un síntoma de que algo le está pasando a este adolescente, somos seres sociables. Digo esto porque se suele decir que el adolescente es así”.
Así también se refirió a que evade la hora de compartir la comida en familia o en algún grupo, así como los cambios de humor. “Fijarse en la pérdida de peso. Hoy la moda nos juega en contra porque todo es oversize, es grande. He tenido pacientes que le mirabas al entrar y estaban bien, pero cuando se sacaban el buzo eran piel y hueso”, contó.
También señaló que suelen ser personas que tienen lesiones en los nudillos de las manos de tanto provocarse los vómitos y, por eso mismo, los dientes manchados y mal aliento.
“Prestar atención a las redes, a quién sigue. Saber qué mira mi hija o mi hijo, el adolescente que está viviendo un momento de mucho cambio. Creemos en la belleza eterna, en la panza chata, en el cuerpo fit y tenemos una genética a la que responder, entonces muchas veces para llegar a eso necesito volver a nacer y no es así”, alertó.
En ese sentido, remarcó que ante cualquier signo detectado es importante recurrir a la consulta médica.
Con tratamiento y ayuda familiar, una paciente se recupera en un año

Valeria Da Luz, la nutricionista del Centro Asistencial Manantial, sostuvo que la bulimia y la anorexia son enfermedades crónicas y lleva tiempo recuperarse.
“Hay que cambiar el problema y la estructura de la cabeza y eso no es con una charla o dos visitas a un nutricionista, necesita un equipo que sostenga a la paciente y a su entorno”, afirmó a este diario.
Aseguró que un buen tratamiento necesita de dos pilares: un equipo interdisciplinario y el acompañamiento familiar. Con eso “al cabo de un año recuperamos el peso, la menstruación y el índice de masa corporal” de los pacientes.
“Es importante trabajar con el equipo: con un psicólogo, un psiquiatra, un trabajador social, con ayudantes terapéuticos. Vimos que los talleres conductuales son muy buenos. Trabajamos con las pacientes todas juntas y hacemos talleres tipo de rutina: mientras hacíamos el desayuno hablábamos de cosas rutinarias del día”, contó.
Asimismo, indicó que hay talleres para los padres porque usualmente subestiman el problema y no le dan la importancia debida y llegan a la consulta como casos graves.
“Tenemos la etapa ambulatoria en la que el paciente recorre todos los diferentes profesionales. Si esa etapa todavía siendo estable no funciona, tenemos el ‘efecto sombra’, que es una persona al lado las 24 horas para ver si come, si va al baño y no tiene purga, para controlar su rutina. La última opción ya es la internación. Tuvimos un caso de una paciente que internamos por bulimia: comía y directamente vomitaba, más de 15 años con este tipo de conducta”, explicó
Sostuvo que es fundamental que la paciente primero recupere su masa corporal y luego empezar con el tratamiento. Tuvieron casos que derivaron primero a centros de salud para estabilizarlas.
“Cuando ingresan le decimos al paciente y a la familia que hay que tener constancia y saber que van a tener muchas consultas. Si la paciente está grave muchas veces en la semana viene hasta cinco consultas. A veces no todos le dan la importancia de decir que esto es necesario. Vienen dos o tres veces y se bajan del equipo”, reconoció.