Mientras la dirigencia nacional se desangra en luchas intestinas por candidaturas improbables para gobernar la próxima instancia de la crisis, dándole la espalda a un cada vez más necesario acuerdo nacional que encarrile el corto plazo de los argentinos, la ruina sigue devorándose el poder adquisitivo y trastornando la vida de todos.
Ya no se trata nada más que de la escalada inflacionaria, ya el comportamiento de la economía (o de quienes manejan ese aspecto) modifica las formas y los usos, las costumbres y hasta las relaciones. Ya no sólo se trata de buscar precios convenientes, sino de encontrar productos cuya compra no esté limitada. Ya no se trata de encontrar un alquiler acorde a las condiciones propias, sino de encontrar algo en alquiler.
Todos se cubren, nadie arriesga. Todos a la expectativa de lo que pueda suceder entre la mañana y el mediodía. Porque hasta eso nos modificaron. Los días se volvieron extremadamente cortos merced a la vorágine de, por ejemplo, el costo del dólar y sus efectos en los precios.
Nada escapa a la espiral crítica a la que el país parece haber entrado sin salida a la vista esta misma semana.
Arrecian las distorsiones mientras nadie sabe muy bien si es que lo que puede comprar es caro o barato.
Las referencias, al igual que los buenos dirigentes, se esfumaron progresivamente mientras aceptamos mansamente los destratos de la clase política.
Nada escapa a esa horrenda lógica. Ni el Gobierno que sigue importando insumos de Brasil, España, Francia, China y Malta para imprimir billetes que nadie quiere y que los bancos ya no tienen donde guardar. Ni siquiera los animales de compañía, que terminan siendo no sólo abandonados, sino que también encerrados por irresponsables y descomprometidos tenedores que se alejan cuando ya no pueden hacer frente a un alquiler.
Una vez más, como tantas veces en la historia, las cosas salieron mal y estuvieron muy lejos de lo que la dirigencia nos prometió.





