“Arroz con leche, me quiero casar
Con una señorita de San Nicolás
Que sepa coser, que sepa bordar
Que sepa abrir la puerta para ir a jugar”
Esto cantábamos las niñas del siglo XX en las rondas que hacíamos en las calles del barrio de Colegiales (CABA). En la escuela primaria de doble escolaridad, practicábamos bordado desde Primero Inferior.
Larga es la historia de las primeras mujeres “creadoras” con nombre y apellido, tejedoras y bordadoras, (“devaluada a manualidades”) y quizás anteceden a las pintoras. Éstas comenzaron con seudónimos masculinos, ya que en la categoría de “humano” estábamos un escalón por debajo para ciertos oficios profesiones.
Importantes son las argumentaciones de Julia Kristeva (psicoanalista) sobre el lugar que ocupaba la mujer. Nuestro ámbito era “el Hogar”; dependiendo del sector económico al que perteneciéramos, era nuestra tarea. Para que nos ubiquemos en una visión histórica, cultural, económica con el nacimiento de la división del trabajo, hablamos de la Edad Media.
Pensemos en el comienzo: la desnudez del cuerpo, la manzana prohibida, la tentación, el Paraíso Perdido, ¿causante del pecado original? La Mujer. ¡¿Qué tal?! Allí comenzamos a sentir además de la vergüenza, el frío del ambiente, nos cubriríamos con hojas, la piel de animales, intentamos y logramos unir sus partes para confeccionar “el vestido”, con lianas, tiras del cuero de animales. ¿Cómo llegamos a obtener “agujas” para coser? Eso es otro tema que compete al desarrollo de la primitiva tecnología.
Seguramente que en estos inicios la tarea del “coser”, como muchas otras, la producirían ambos sexos, pero somos nosotras las portadoras de este patrimonio cultural ancestral. El coser, bordar, cayó en desuso por los años 60. En la actualidad, el profundizar el tema de saberes transmitidos por generación las reflota, junto con redes que trabajan sobre las artesanías textiles, cerámicas y otras.