Los movimientos feministas lograron visibilizar en los últimos años las desigualdades de género y, en este gran universo, las injusticias y violencias que viven a diario mujeres y diversidades además de un menor acceso a recursos económicos.
Sobre una de estas desigualdades, la laboral, enfocó su análisis el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC).
Al respecto, advierten que las desigualdades de género en términos laborales en Argentina son evidentes: “las mujeres participan menos que los varones del mercado de trabajo y, cuando lo hacen, presentan mayores tasas de informalidad, perciben remuneraciones más bajas y están subrepresentadas en puestos de decisión”.
Pero las barreras no son iguales de altas para todas. “Las mujeres enfrentan dificultades diversas según su nivel educativo, edad, el lugar en el que viven o si tienen niños a cargo. Al mismo tiempo, las condiciones del hogar, la identidad de género, la etnia o el estatus migratorio inciden sobre sus oportunidades. Es decir, las desigualdades no solo se registran entre los géneros: las características demográficas y socioeconómicas de las mujeres impactan de distinta manera sobre su ciclo de vida”, concluyeron.
El dispar acceso a las oportunidades
Las brechas laborales y educativas entre mujeres se evidencian de forma clara al observar su nivel de ingresos, comparando especialmente a dos grupos poblacionales: el 20% con menores ingresos y el 20% con mayores ingresos.
Según datos de la Encuesta Permanente de Hogares correspondientes al tercer trimestre de 2022, una de cada dos mujeres con menores ingresos no finalizó el secundario; entre las que perciben mayores ingresos, la proporción se reduce a solo una de cada diez. La brecha es mayor en la educación superior: solo el 4% de las mujeres con menores ingresos completó estudios universitarios, en comparación con el 51% de las que cuentan con mayores ingresos.
Estas desigualdades repercuten sobre el acceso a condiciones dignas de trabajo y el ejercicio de derechos laborales. 8 de cada 10 mujeres con menores ingresos trabajan en la informalidad: sin contrato, aportes jubilatorios, licencias, ni obra social. En cambio, el trabajo no registrado afecta al 16% de las mujeres con mayores ingresos.
Las ramas de actividad en las que se insertan también reflejan contrastes: el comercio y el trabajo doméstico son los sectores de mayor ocupación para las mujeres de ingresos bajos y medios, mientras que aquellas con mayores ingresos participan en segmentos de mayor profesionalización como la administración pública y la educación.
Estas brechas repercuten sobre el acceso a condiciones dignas de trabajo y el ejercicio de derechos laborales: la informalidad alcanza a ocho de cada diez trabajadoras del quintil 1. En otras palabras, la inmensa mayoría de las mujeres en situación de mayor vulnerabilidad trabaja sin contrato, aportes jubilatorios, licencias, ni obra social. La proporción de mujeres en esta situación desciende a medida que se incrementan los ingresos: el trabajo no registrado afecta al 36% y 26% en los quintiles 3 y 5, respectivamente.
Además, el empleo a tiempo parcial es mucho más frecuente en mujeres de bajos (69%) que de altos ingresos (34%). En muchas ocasiones, este tipo de ocupación se desarrolla en contra de su voluntad, ya que se trata de subocupación demandante, es decir, mujeres que querrían trabajar más horas, pero no logran hacerlo.
En suma, estas brechas redundan en una diferencia notoria en los ingresos promedio que obtienen por su trabajo las mujeres en cada quintil: en el tercer trimestre de 2022, una mujer del 20% más rico de la población femenina ganaba más de diez veces más que una mujer que se encontraba dentro del 20% más pobre.
Tareas de cuidado
Las desigualdades en la participación laboral también están atravesadas por las tareas de cuidado que realizan, en mayor medida, las mujeres.
De acuerdo a los datos de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo para el 2021, mientras que ellas dedican, en promedio, 6 horas diarias a las tareas asociadas al cuidado, los varones dedican solo 3 horas y media.
Al comparar a las mujeres según su nivel de ingresos, vemos que esta brecha es aún mayor: según la Encuesta de Uso del Tiempo de la Ciudad de Buenos Aires, en 2016, las mujeres del quintil 1 dedicaban el doble de tiempo a tareas vinculadas a trabajo no remunerado con respecto a las mujeres del quintil 5.
Esto afecta especialmente a las mujeres con menores ingresos, quienes no cuentan con recursos para tercerizar las tareas domésticas y de cuidados: les dedican el doble de tiempo a este trabajo con respecto a las mujeres que perciben mayores ingresos.
Promover políticas públicas de cuidado es fundamental para reducir las brechas de género en el mercado de trabajo.
Para avanzar en la igualdad
En ese sentido, desde el CIPPEC proponen avanzar en la implementación de un Sistema Integral y Federal de Cuidados que contemple tres pilares: asegurar que las familias cuenten con los recursos monetarios necesarios para cuidar, avanzando hacia un esquema de transferencias a la niñez y adolescencia que sea universal y progresivo; mejorar y expandir la oferta de servicios para cuidar, a través de la ampliación de los espacios de crianza, enseñanza y cuidado (CEC); y asegurar a las familias el tiempo necesario para cuidar, con regímenes de licencias que sean universales, promuevan la corresponsabilidad y puedan adaptarse a las necesidades de cada uno de los hogares.