Cuando la tecnología externa deje de monopolizar nuestra atención, cuando tengamos tiempo para sintonizar el silencio y ganas para escuchar el canto de los pájaros y deletrear las notas luminosas que decoran la oscuridad de cada noche, cuando seamos capaces de diferenciar vivir de sobrevivir; habremos sintonizado la memoria ancestral, milenario conocimiento donde almacenaron los abuelos sabios.
Habitamos tiempos difíciles. Hoy más que nunca podemos palpar la piel de la incertidumbre, constatando que la vida es una danza de probabilidades donde todo es posible y nada es seguro.
Sin embargo, la crisis puede repensarse. Podemos aprender a vivir sin certezas pero armados de principios y valores. Es posible recuperar nuestro tiempo, negarnos a hipotecar nuestra energía y comenzar a tejer un futuro distinto, de la mano de la sabiduría ancestral. Es lo que hice solamente toda mi vida: coleccioné secretos y claves de conocimiento no perecederos, y con ellos tejí un estilo de vida donde la vida sea lo más importante. No fue fácil ni difícil, fue necesario, para que mi vida esté alineada al propósito donde se esconde la evolución consciencial.
De eso han pasado más de cuarenta años. El conocimiento acumulado es integral y aclimatable a cada proceso personal. Ahora, en forma de un linaje de sabiduría, comencé a sembrarlo en el jardín del corazón de cada buscador.
La semilla ancestral para posibilitar una vida distinta está al alcance de quienes identifiquen esta oportunidad como el eslabón que les faltaba para llevar su vida a otro nivel.
Mientras tanto, una caminata matinal descalzos sobre la tierra o abrazar un árbol o sentarse a despedir una puesta de sol, son un primer paso en ese itinerario iniciático de quienes estén dispuestos a no volver a malgastar su limitada energía, conscientes de que la fugacidad es lo único seguro, y la vida, nuestro mejor capital.
Fraternalmente: CHAMALÚ (Restaurando la sabiduría olvidada).