En la luz y en la sombra me veo en cada uno de mis hermanos.
Ellos son como pequeños soles y yo los veo y me reconozco en cada uno de ellos. En la luz y en la sombra. Los observo y los respeto porque cada uno de ellos me trae una parte de mí. Un trozo mío en ellos es lo que reconozco, y así me identifico a mí misma. Lo veo en mí gracias a ti.
De esta manera me inclino ante tu sombra que también es la mía. Ante tu dolor que es mi dolor. Ante tu furia que es mi propia furia.
En cuanto lo veo y lo reconozco lo acepto. Ver es “sanar”.
Es así como tu alma resuena con la mía en un “todo mayor” de donde venimos y hacia donde vamos.
Es el anhelo de volver a casa lo que nos pone en marcha. Es la búsqueda de sentido la que nos inspira.
No hay nadie mejor o peor. Todos somos iguales. Iguales como humanos, diferentes en experiencias de vida.
Sólo nuestra alma conoce el misterio de nuestro destino y, ante algo tan inconmensurablemente grande, me inclino, tomo la vida y la muerte, la alegría y la tristeza, el amor y el odio.
Honro así los opuestos, porque al final ellos son uno, y solamente los podemos unir después de experimentar la dualidad que inevitablemente nos llevará desde la polaridad hacia la unidad.
Cuando divisamos la “conciencia única” en todo lo que nos rodea, nos damos cuenta de la hermandad de todos los seres.
La hermandad no es un logro, es un darse cuenta.