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“Busqué sobresalir en todo lo que hice”

Jorge del Busto nació en Puerto Rico y desde muy pequeño bosquejaba los logros que, años más tarde y después de mucho sacrificio, conseguiría como diseñador de moda. Recibido de profesor de gimnasia, incursionó en el fitness, disciplina que lo llevó a trasponer fronteras. Buenos Aires fue el próximo destino, y de allí se proyectó al mundo: Paraguay, Brasil, Turquía, Londres, Viena, Portugal, Madrid, Uruguay. Pero fue en Estados Unidos donde se forjó y abrió caminos, propios y ajenos, siempre aprendiendo, rodeado de celebridades, pero sin perder el norte. De regreso a la Argentina después de 30 años, aseguró sentirse satisfecho. “Si me muero mañana, estoy contento con todo lo que hice en mi vida”, dijo.

6 febrero, 2023

“En cualquier cosa que hiciera, iba a ser uno de los mejores en el mundo”. Era el pensamiento que Jorge del Busto (53) tenía incorporado desde pequeño, aún en la adversidad, que lo llevó a cumplir sus metas, convirtiéndose en uno de los principales diseñadores de alta costura. Nació en Puerto Rico, mientras su papá trabajaba en un aserradero de la zona centro de Misiones. Pero siendo niño, sus padres debieron regresar a Buenos Aires, por lo que creció en la zona sur del conurbano. Para un chico introvertido, las cosas no fueron difíciles. Se recibió de profesor de gimnasia, y cuando su mamá volvió a Posadas para abrir El Cortijo, un lugar “donde vendían comidas riquísimas”, la acompañó para buscar trabajo en la capital misionera.

“Tenía 20 años, hacía fitness y nadie me quería tomar. Dije, no importa, si no es acá, será en otro lado”, contó. El mismo día que cumplió 21, agarró una mochila y se fue a Asunción, Paraguay, donde hizo de modelo publicitario. Participó en una pequeña novela y empezó a dar clases de aquaeróbic en el Yacht Club. Luego se pasó al Club Centenario, y las cosas le empezaron a ir súper bien. Salía en los periódicos hablando de su profesión, y pudo comenzar a confeccionar su propia ropa deportiva, que utilizaba para dar clases. “Lo bueno del salto de Posadas a Asunción fue que comencé a lograr lo que quería. Empecé a concretar los sueños de mi vida, lo que quería de chico”, acotó.

Mientras dejaba que las cosas fluyan, a los 23, se mudó a San Pablo, Brasil, para entrenar con los entonces campeones mundiales de aeróbica de competición. De regreso a la Argentina, hubo podios y medallas, pero ante algunos desencuentros, viajó a Estados Unidos. Allí decidió quedarse: “Si quería ser uno de los mejores en lo que hacía, tenía que quedarme. Elegí Chicago como ciudad. Para ese entonces estaba creando mi propia ropa deportiva. Empecé a trabajar en un gimnasio limpiando baños, y dormí en las calles en las noches más frías. No fue una época muy fácil. Mi familia no sabía por lo que estaba pasando. Siempre supe que eso iba a suceder, y que yo estaba ahí para hacer algo mucho más grandioso, que era convertirme en uno de los mejores en cualquier cosa que hiciera en el mundo”, admitió.

Mirando hacia atrás, sostuvo que su ambición lo llevó bastante lejos. “A tres meses de trabajar en un gimnasio donde me pagaban dos dólares la hora, pasé a ser el encargado y había encontrado gente que quería entrenar conmigo”. Más tarde, cambió de gimnasio y empezó a dar clases de spinning. Al año salió en una publicación en el Chicago Tribune bajo el título “Cómo se entrenan los ricos y famosos”. Luego, una clienta le presentó a miembros de la familia Trump, al hijo del presidente Jhon Kennedy y, de dormir en la calle pasó a un Gold Coast. “Me convertí como en el top del fitness y uno de los primeros en dar clases en residencias privadas, cobrando de 150 a 200 dólares la hora, a la elite de Chicago. Esa misma clienta me dijo que, si quería ser millonario, me tenía que ver como uno de ellos. Así, para el día de mi cumpleaños, me sacó a las tiendas más prestigiosas y me regaló un montón de ropa. A los 27 años era uno de los hombres con más estilo de la ciudad”, celebró.

Después de vivir cuatro años en Chicago y de haber tenido el éxito que tuvo, quería mucho más y se mudó a Los Ángeles. Otra vez, los contratiempos, y la perseverancia. “Mantuve mi identidad y me hice conocido por mi propio trabajo, creando una clase llamada ‘Tango, salsa caliente’, que me colocó en el mapa del jet set del fitness de esa ciudad. Era tal el éxito, que Ermenegildo Zegna -uno de los mayores productores mundiales de telas finas y la firma de ropa masculina más grande en la industria- eligió vestirnos para los eventos. A las familias de Zegna, Gucci y Salvatore Ferragamo, las conocí estando en Chicago. Era gente que venía a Los Ángeles por sus negocios y, gracias a la gente por la que estaba rodeado, era invitado a los eventos”, sostuvo del Busto.

Admitió que en Los Ángeles le fue muy bien, aunque no tanto como en Chicago. Pero contaba con una clienta fija, esposa de un actor estadounidense, que vivía en Malibú (California) y tenía como vecinos a Halle Berry, James Cameron y Bruce Willis. También a Bárbara Streisand, Cher, Pierce Brosnan, Tony Curtis, con quienes a veces se encontraban para almorzar en restaurantes locales. Su clienta era amiga también de Hugh Hefner, creador del imperio de Playboy, que los fines de semana lo llevaba a cenar a la mansión donde conoció a muchas otras estrellas, entre ellas una de sus preferidas, Farrah Fawcett de los Ángeles de Charlie.

Era un mundo distinto, más aún viniendo de Puerto Rico. “Cuando llegué a Los Ángeles era todo mucho más profesional. Comencé a tomar clases de tango, salsa, merengue, de lo que no tenía idea. Me había anotado en un gimnasio como miembro del club, y terminé dando clases a John Travolta, Tom Cruise, actores y actrices conocidos. Me empecé a conectar con la gente de Hollywood”, contó a Ko’ape desde Buenos Aires, donde reside actualmente.

 “Creo que lo que pasa en el país es un reflejo de lo que somos. Se viven quejando, en lugar de ser agradecidos. Lo dice alguien que vivió en las calles, para lograr este éxito. Por eso hoy agradezco, desde el aire respiro hasta las cosas que tengo. Lo bueno que se recibe, en algún momento de la vida hay que devolverlo a quienes lo necesiten, ya sea económicamente, con nuestro tiempo, o transmitiendo lo que hemos aprendido”.

En 2002 lanzó al mercado su línea de jogging y ropa para hacer gimnasia y, dos años después, la primera fragancia fitness Energy Up. “La ropa era fabricaba en Argentina y la llevaba a vender a Los Ángeles. Tenía como cliente al CEO de una importante revista que publicitaba mis ropas, perfumes y mis clases privadas de fitness, lo que me ayudó a hacerme más conocido en California”. Luego creó la clase “Tango, salsa caliente, sexy body” y sobresalió a nivel internacional. En 2006 volvió a Chicago, donde abrió su galería de arte y atelier.

El inicio de otro capítulo

La directora de la Casa de la Ópera de Chicago, pidió que le confeccionara un vestido porque había una gala a beneficio y ella se quería ver distinta. “Así, hice mi primer vestido de gala que la mujer lució ante casi 700 personas, entre ellas grandes referentes de óperas mundiales. En ese tipo de encuentros conocí a Maureen Reagan, hija del ex presidente Ronald Reagan, y a la princesa Yasmin Aga Khan. En la transición del fitness a la moda que, hasta ese momento hacía todo junto, no me fue muy difícil, solo que mucha gente no creía que era diseñador de modas. Para mi primer desfile, vine a Buenos Aires y me teñí el pelo de blanco. A partir de ahí, cuando decía que era diseñador de modas, la gente me creía”, alegó entre risas.

“Ese primer vestido fue alabado por la prensa social de Nueva York y de Chicago, y ella nunca había recibido tantos halagos por una prenda. Fue cuando dije: ‘esto es lo que tengo que hacer’. La ropa deportiva me aburría un poco porque era cambiar de colores o un poco la forma, pero no era tan creativo como hacer vestidos de gala o de noche para este tipo de mujeres. Abrí un atelier y mi galería de arte se convirtió como en el primer multiespacio de Chicago donde combinaba el arte, el fitness, la moda, hasta la presentación de vinos”. Sin querer, ese lugar se puso de moda, y la estrategia de del Busto era traer a artistas y a otros diseñadores (ropa, joyas, accesorios) para mostrarlos en ese reducto. A todos los artistas rechazados, los ponía a exponer en su galería, de forma gratuita. Atraían a mucha gente, al punto que llegó a tener una lista de invitados de más de diez mil personas. “Traía música y la gente pasaba bien. Yo exhibía lo mío y todos nos ayudábamos entre todos. Estuve como dos años con esa galería, más mi atelier en una zona top de Chicago. Fui exitoso con la moda y con el ejercicio, que siempre me ayudó a sacar el resto de mí. Todo lo que fue la pintura y la moda, fue solventado por mi trabajo en el fitness por muchos años”, se explayó este misionero multifacético, que sueña con volver a la Tierra Colorada porque tiene en mente múltiples transformaciones.

En 2008/09, Estados Unidos se vio sacudida por una pronunciada crisis económica. Del Busto perdió los 300 mil dólares que había invertido en su negocio y no pudo mantener a los diez empleados. “Fue súper doloroso. Tuve que dejar todo y regresar a la Argentina. En lugar de quedarme con la familia, y como estaba muy estresado, decidí viajar a Mendoza donde tenía un par de amigos. Seguí diseñando, pero no tenía dinero como para empezar mi empresa de nuevo. Aprendí el arte de hacer vinos. Me anoté en una escuela de cocina, me recibí de chef y sommelier y maestro pastelero. De todas estas cosas que me gustaban, pude obtener un diploma”, explicó quien se define “individualista, sin pareja, ni televisor. Prefiero ir a museos o aprender de arte y de moda”.

Tuvo la oportunidad de mostrar por primera vez sus prendas en Misiones, en un evento que se llamó “De Misiones al Mundo”. Opinó que la provincia “tiene una riqueza increíble en talento personal y en lo material, en recursos naturales, aunque como Buenos Aires, le falta mucho para estar a nivel internacional”.

En la provincia cuyana seguía diseñando, comprando telas y buscaba hacerse conocido, pero después de dos años volvió a Washington donde empezó a trabajar de mozo en un restaurante belga “en el que aprendí mucho sobre cervezas, ya que tenían unas 40 variedades”.

A los dos meses retornó a Los Ángeles, pero, como los amigos se miden en las malas, solo sus ex empleados le abrieron la puerta, y entendió el mensaje. Hubo propuestas desde Turquía. Después de diez meses de volver a Estados Unidos, “decidí agarrar mi valija y a mi perrito, y me fui a Turquía. Trabajaba para un gimnasio donde daba tips de dónde instalar las máquinas, cómo decorar el gimnasio, ayudaba a entrenadores y a profesores a ganar clientes, a cómo hacer su trabajo para sobresalir del resto en forma de marketing personal y como emprendedor en el tema del fitness. También di clases en una comunidad cerrada de Estambul. Tenía tiempo para dedicarme al arte y a la moda. Me quedé casi tres años. Volví a Estados Unidos, dejando atrás la riqueza histórica y cultural de esa parte del mundo, de la que aprendí mucho y me inspiró. Desde Turquía daba clases en Londres, Viena, Portugal, Madrid. Volver fue como llegar a un lugar sin sabor. Fue como retroceder”, lamentó.

Para del Busto, lo bueno de vivir en otros países, viajar, crecer, y salir adelante con lo que uno ama, abre muchísimo la cabeza. “Lo recomiendo a cualquier emprendedor o que tenga actitud de emprendedor. El hecho de salir de su zona de confort, de estar cómodo con lo que uno hace, aunque más no sea en un país vecino, te abre la cabeza, y ves las cosas y la gente de otra manera. Recomiendo a todos, al menos una vez en su vida, el salir a experimentar. Si hay metas y querés lograrlas, el sacrificio va a ser grande para tener esa recompensa”, reflexionó.

Seguir aprendiendo

En Estados Unidos “hubo gente que me ayudó a continuar con la moda. Decidí volver al colegio a los 46 años. En el Santa Mónica, rodeado de compañeros de poco más de 20 años. Quería ver qué era lo nuevo que le estaban enseñando sobre el tema, y aprendí un montón de cosas. Yo era ese tipo de diseñador que no sabía agarrar una aguja. Empecé más con el tema de diseño y dibujando, y para todo lo que era la parte técnica tenía modistas, tenía un equipo muy bueno, de quienes aprendía en confección. Sigo aprendiendo. Si debo tomar un curso para refrescar cosas, lo hago. Tal vez retome el tema de bellas artes, y de corte y confección”, comentó.

En cuanto a todo lo que hizo, expuso: “Siempre traté de sobresalir. Me anoté en un colegio técnico dedicado a la moda y a confección de ropas donde daban cursos de alta costura, sastrería. También en otro, más dedicado a diseño y arte. Fueron cuatro años donde ya podía dar clases en el tema de moda. Estaba preparado para hacer drapeado. Estaba a punto de ser profesor cuando llegó la pandemia”. Volviendo a intentar, se contactó nuevamente con el relacionista de Hollywood, que tiene afinidad con íconos de la televisión y el cine. “Me pasó un par de clientas y me dijo: ‘vestís a estas dos y a la presentadora de los Emmy de 2019’. Tras vestir a ellas tres, me llamaron del museo de Hollywood y me propusieron exponer junto a otros diseñadores norteamericanos. Para ese entonces no sabía que era el primer argentino y sudamericano diseñador de moda en exponer en este museo. Esos vestidos valían de 7.500 a 35 mil dólares, ya que se encarecen por las telas, que eran encajes franceses y sedas italianas”.

A modo de anécdota, recordó: “Una de ellas, tuvo la suerte de ser vestida con una de mis cortinas del living, que cuando se enteró casi se muere. Le dije que estaba con el tema de lo sustentable y lo reciclable, y que mis cortinas eran divinas, con un tinte de dorado, así que estaba mucho más de moda de lo que ella pensaba, ayudando encima a que el planeta sea más limpio y mejor. Y el hecho de hacerlo a mano casi 100 %, sin usar energía eléctrica, lo hacía como de más valor. Ese vestido llegó a ser uno del top 3 más lindos, seleccionado por la prensa de novela y la TV de Estados Unidos. Los vestidos están exhibidos en el museo de Hollywood. A veces los sacan, pero los vuelven a poner. Estoy súper contento con eso, y me llamaron de otros museos para hacer exhibiciones”.

Reconoció: “Después de Estambul, todo me parecía chato. Lo bueno que hice fue meterme a estudiar y seguir aprendiendo de lo mío, luego de haber tenido una carrera como diseñador, bastante amplia y en varios países. Es que uno nunca debe decir que sabe todo. Siempre se aprende algo nuevo. Lo bueno es seguir creciendo como persona y como profesional, estar abiertos a que no sabemos todo y siempre podemos seguir creciendo sin compararnos con nadie, sin competencia mediocre, que veo mucho en este país lamentablemente. Dejás de aprender cuando tu cuerpo, tu mente y tu espíritu no dan más”.

Con una mirada retrospectiva, cree que lo más importante de todas las experiencias que tuvo fue haber crecido como persona en muchos aspectos. “El tema de haber vivido en diferentes países me hizo más tolerante; aprender de otras culturas y ver que no todos pensamos igual. Hay un respeto al pensamiento del otro, aunque no lo compartamos. Todo lo que logré no fue tan fácil como uno puede llegar a leerlo. Fue con perseverancia, y fracaso tras fracaso, probando cosas, haciendo todo lo necesario que uno piensa en ese momento que hay que hacer. Así llegué a triunfar, y eso me pone orgulloso de lo que logré”, resumió Jorge, para quien la meta es “seguir creciendo y aprendiendo. Algo que no voy a dejar de hacer hasta que me muera”. Analítico, con ideas claras, entiende que en el tema de negocios “siempre hay lugar para seguir creciendo, desde tener una franquicia a abrir boutiques en Buenos Aires, Posadas, tal vez en Europa, en Estados Unidos, con ayuda de sponsors o inversores. En todo lo que hice, di todo lo que tuve que dar. No fue fácil. Cuando más exitoso querés ser, a veces tenés que hacer muchos más sacrificios, desde dejar a mi familia, amigos, mi tierra, hasta comprometerme con cosas que uno no se siente tan cómodo haciéndolas, pero hay que hacerlo para salir adelante. Me siento satisfecho. Si me muero mañana, estoy contento con todo lo que hice en mi vida”.

Marcó su estilo desde pequeño

Quien tiene parientes en Posadas y anhela volver a su Puerto Rico natal, confió que su interés por la moda se lo debe a su abuela, que vivía en Entre Ríos y tenía un estilo y una presencia particulares. “La veía y quedaba anonadado ante esa elegancia y prestancia. De chiquito, le daba mis dibujos a mamá y le decía que quería tener un jogging o un suéter de este estilo”, expresó. A los 12 años decidió hacer su colección pintada de ropa masculina y femenina. “Había hecho unos 13 dibujos. Se los mostré a mi abuela paterna, a mi madre, y les encantó. Hasta que llegué contento y se los señalé a mi padre, que estaba tomando un té frente al hogar. ‘Como dibujo está lindo, dijo -mientras los rompía y tiraba al fuego-, pero no quiero que uno de mis hijos –somos tres hermanos- haga esto como profesión’. Eso me marcó bastante. Creo que no agarré un lápiz para hacer un dibujo hasta los 16 años, en que empecé a estudiar arte abstracto con mi tía. Sabía que, si quería hacer lo que anhelaba, tenía que salir del país. Por eso digo que en Asunción comencé a hacer mis sueños realidad. Paraguay para mí fue como un punto donde me liberé, personal y profesionalmente”.

Tags: #delbusto#Koapehistoria de vidaJorge del BustoModa
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