Yoshihiro Matsumura, considerado pionero y referente de las artes marciales en Misiones, cumpliría 83 años, por lo que quienes se consideran sus discípulos quisieron realizar un homenaje al maestro que, entre 1966 y 2001, transmitió sus conocimientos a unas 32 mil personas, durante tres generaciones.
Luisa Fernanda Lafitte, sexto dan, primer árbitro internacional de Argentina; Marcos Daniel Siri, sexto dan, director Regional de Defensa Personal de la Confederación Argentina de Judo; y Miguel Ángel Salgado, séptimo dan, presidente de la Asociación de Judo, Defensa Personal y Disciplinas Afines de Misiones, manifestaron su agradecimiento y respeto a esta eminencia del judo nacida el 30 de enero de 1940, en la ciudad japonesa de Nagasaki.
Tenía apenas cinco años cuando se produjeron los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki, y sobrevivió porque fue escondido en cuevas en la colina de las montañas. En 1954, a los 14 años, comenzó a practicar yudo en el Colegio Shin-zei de Nagasaki. Obtuvo el primer dan a los 17 años.
En 1957 emigró a la Argentina y se estableció en Buenos Aires, donde el 18 de mayo de 1961 obtuvo el segundo dan otorgado por la Federación Yudo Buenos Aires (FYBA). El 7 de junio de 1963 obtuvo el tercer dan y el 17 de abril de 1966, el cuarto dan. En 1966 se radicó definitivamente en Posadas, a pedido de su maestro IX dan, Yoriyuki Yamamoto, con el propósito de ir expandiendo y promoviendo la disciplina en esta provincia. Aquí fundó la primera academia de Judo en un viejo gimnasio que era propiedad del profesor Teófilo Horrisberger, al que bautizó Instituto Matsumura. El 8 de agosto brindó su primera clase.
El 8 de agosto de 1966, ya radicado definitivamente en Posadas, fundó la academia de judo en el viejo gimnasio del profesor Teófilo Horrisberger, al que bautizó “Instituto Matsumura”. En aquellos años el Dōjō estaba ubicado por calle Jujuy entre Córdoba y Bolívar.
Participó de los campeonatos argentinos de judo donde fue campeón en forma consecutiva entre 1963 y 1970. Llegó a las semifinales del Campeonato Mundial de Judo de 1969 realizado en México. Ese año fue contratado para ser profesor de Judo en el Instituto del Deporte de Misiones. A partir de 1970 se desempeñó como director técnico del seleccionado nacional argentino de judo durante varios años. Por el éxito en su escuela, Matsumura fue contratado para enseñar en el Instituto del Deporte y, a partir de 1971, se sumó al Liceo Policial y a la Escuela de Policía de Misiones para dictar clases de judo y de defensa personal a los cadetes de primero a quinto año. Formó parte activa de la Federación Misionera de Judo. Falleció el 21 de mayo de 2001, a los 61 años. Sus restos descansan en un cementerio privado de Posadas donde este lunes, en horas de la siesta, depositaron una ofrenda floral. Por la noche, se realizará una actividad y una clase, “como a él le hubiera gustado”. Esta es una ceremonia que se repite tanto el día del natalicio del maestro como en el día de su partida.
Intensa vida deportiva
Discípulo del maestro Yamamoto, como competidor obtuvo grandes laudos a nivel nacional. A nivel internacional, representó a Argentina. Como docente, cumplió la tarea forjando alumnos competidores que ostentaron los títulos de campeones provinciales, interprovinciales, regionales, argentinos, representantes internacionales y olímpicos de gran nivel. Como dirigente, su línea política deportiva fue de corte netamente federal. En Misiones ocupó todos los cargos de mayor responsabilidad: fue presidente de la Federación Misionera de Judo (FMJ); presidente de la comisión técnica; delegado y asesor FMJ. Forjó dirigentes deportivos en clubes e instituciones del orden provincial y nacional.
“Su comportamiento fue humilde como el de los grandes y ante las situaciones de injusticia, supo oponerse con el temperamento y la altura necesaria de las circunstancias”.
También fue director técnico en varias oportunidades de la Selección Argentina de Judo, que representó al país en eventos internacionales. Como árbitro, forjó alumnos, árbitros provinciales, nacionales e internacionales. Como profesor en defensa personal, dictó cursos de Defensa Personal en Misiones y en el país desde 1969 hasta la fecha de su fallecimiento. Desde 1971 fue profesor de la entonces Escuela de Cadetes “General Manuel Belgrano” de la Policía de Misiones, donde preparó trabajos inéditos en técnicas de detenciones. Actualmente sus alumnos ostentan altas jerarquías.
Siempre alentando
Lafitte recordó que su familia vivía cerca del dojo donde el sensei (aquel que nació antes) tenía su gimnasio. El primero que se acercó fue su hermano Hernán.
“Empezamos a practicar con él en 1974, cuando enseñaba judo por la calle Rivadavia. Era hermoso verlo practicar, enseñar; lo que hacía que desde chico te enamoraras de él. Era muy rígido con los compañeros varones, pero a las mujeres nos cuidaba, nos llevaba a los torneos, nos alentaba para que siguiéramos practicando. Y ya de grande, cuando fui a arbitrar a Portugal -además de China, Estados Unidos, y el circuito centroamericano en tres ocasiones-, se encargó de conseguir dinero, en caso que necesitara para el viaje. Siempre nos ayudó, siempre nos inspiró. Hasta ahora sucede que cuando vamos a un torneo y decimos que somos de Misiones, la respuesta es ‘¡Matsumura!’. En todos lados lo reconocen, y lo adoraban también en otras provincias”, comentó.
“Hoy que somos profesores, nos damos cuenta que seguramente él nos quería tanto como nosotros lo queríamos. Como éramos tantos, sentíamos que éramos uno más, pero él seguramente nos quería. A mí siempre me cuidaba. No había muchas mujeres; por eso al principio, mi mamá no quería que practicara. Pero con el sensei era como que tenía una garantía de que todo iba a estar bien. Actualmente son muchas las niñas que lo hacen, pero cuando yo era chica, no ocurría lo mismo. El maestro nos llenó tanto la cabeza de judo que me casé con un judoca -Marcos Siri-, con quien tenemos hijos judocas, cinturones negros, campeones, un montón de alumnos a los que enseñamos en tres lugares. Cuando podríamos descansar, seguimos dando clases porque el sensei nos hizo enamorar del judo”, relató emocionada.
Sostuvo que “se ocupó de que cada uno ocupara un lugar, y ahí aprendimos a trabajar en equipo. A él le interesaba la competencia, que clasificáramos a nivel nacional, internacional, como lo hacen nuestros alumnos ahora, pero también las otras áreas; me hizo arbitrar cuando ya no competía, enseñaba formas, defensa personal. Extrañamos su figura, nos hace falta. Nos enseñó a comer Sukiyaki, y cada vez que hay un evento especial, lo comemos. Es como tenerlo con nosotros”.
Siri, en tanto, indicó que comenzó en 1969, y se definió como “el más viejo de los maestros vivos”. Expresó: “Matsumura nos mostró una forma de vida, nos metió el judo en la sangre. Cuando empezamos había que entender su lenguaje de recién llegado. Pero se nos fue metiendo en la sangre. Empezaron los primeros torneos, los primeros nacionales. Si miramos la evolución del judo, hay una diferencia bárbara. Los judocas de Misiones que iban a los nacionales eran los más técnicos que había, mientras que el judo de las otras provincias era más rebuscado. Nos inculcaba eso porque era la base de la disciplina, que venía de Jigoro Kano, el fundador del judo. No quería que salgamos de esa línea. Para nosotros, fue nuestro padre y nuestro guía. La experiencia fue muy buena, al punto que ese deporte entró a nuestra familia y nuestros hijos: Sebastián, Mauro –ya fallecido, campeón argentino en varias oportunidades-, y Franco, se criaron en base al judo. Dieron sus primeros pasos y aprendieron a caminar en el tatami, que es la colchoneta donde se practica. Y hoy nuestros nietos: Benicio, Bruno, Thiago, Lucía y Mateo, están practicado. El sensei nos inculcó el respeto, la práctica, el esfuerzo y se propagó también en los pequeños”. Siri no logra entender cómo, después de haber pasado por la guerra, con todos sus problemas a cuestas, “pudo venir a inculcar valores que no sé en qué momento le habrán inculcado. Ahí uno se imagina la educación de Japón de ese momento, para venir y dejar esa enseñanza por tantos años, hacer que perdure, que crezca. Esa es la grandeza, de lo que nos dejó”.
Salgado, por su parte, comenzó a fines de 1969, siendo muy pequeño. Luego, ingresó a la Escuela de Cadetes y, más adelante, “en la actividad de defensa personal y junto a Matsumura, tuve la oportunidad, de enseñar al personal subalterno. Hace una amalgama de lo deportivo con lo defensivo. Era su colaborador inmediato. De ahí y hasta ahora seguimos trabajando. Con el apoyo de los maestros Lafitte, Siri, Lenguaza, Soraire, en 1990 hicimos un curso intensivo de judo policial y se les enseñó a todos. Hasta ahora no hubo otro igual. Durante una semana estuvieron haciendo prácticas, efectivos de las distintas policías”, recordó.
En 1998, readaptó los programas de técnicas y detención de personas al nuevo sistema de enseñanzas de la Confederación Argentina de Judo, sobre la Seguridad Personal por lo que “lo que enseñaba era algo real, que servía para que la persona tenga seguridad en la intervención, que no lastime y que no la lastimen. Nos enseñó a ser campeones de la vida, por eso está presente tanto en su natalicio como en la fecha en la que partió a la eternidad”, acotó.
Entiende que “lo que él quería, más allá de que sus alumnos salieran campeones, era que progresaran en la vida. Era lo máximo que vengan y le digan, ‘me recibí de abogado, de médico, ascendí a comisario’. Celebraba. Se sentía orgulloso porque sus alumnos se superaran en la vida, y fueran lo mejor”.
Considera que Matsumura, quien es padre de Daniel y Susana, diseminó la semilla y “nos dio un sabor mejor de la vida, abrazando el deporte, sacando de la calle a mucha gente. No solo inculcó el amor hacia el deporte sino al mejor hacer. En la vida, lo más importante es enfrentar, afrontar y superar cualquier situación, y este hombre lo hizo. Con lo primero que tuvo que pelear fue con el idioma. La esencia del judo es caer y levantarse y seguir practicando para adelante”.