Iniciando este tórrido enero imagino paisajes con agua, flores, riachos, planicies, serranías. Entonces pensé en obras escultóricas que los representen. Lo inorgánico representando lo orgánico.
Aparece entonces Lucía Pacensa, buena escultora, nacida en Buenos Aires en 1940, quien se nutre de los clásicos y recrea un lenguaje contemporáneo eligiendo al rey de los materiales para crear sus obras: el mármol.
Comenzó su aprendizaje en el taller de Emilio Petorutti, donde se instruyó en la especial importancia de la luz para lo que es el volumen. Luego, en 1966 practicó técnicas tradicionales en el Taller de Leo Vinci.
A fines de los 70 comenzó a trabajar en mármol, que provenía de los escalones de las casas de su barrio de Boedo. Notable, ¿no?. Lo desechado por demoliciones sirve para la creación.
Sus obras ocupan un lugar en el espacio público, como en la Avenida del Libertador y Udaondo, en Hipólito Yrigoyen 875, en la Ciudad de Buenos Aires y en el parque de la Universidad Nacional de Australia, en Canberra, ciudad bella y con gran cantidad de jardines y esculturas en sitios públicos,
Por la década del 80, sus obras toman la temática de la naturaleza, especialmente la geografía y paisajes: mesetas, ríos de nuestra tierra.
La artista nos dice: “La motivación de mi obra es una búsqueda de valores universales, incuestionables, primitivos, que yo aprecié y respeté. ¿Dónde encontrarlos?.
Para la respuesta, recurre a palabras de Durero: “El arte está verdaderamente metido en la naturaleza y quien puede arrancarlo lo tiene”. “Eso intento”, concluyó Pacensa.
Bellas palabras para una temática de hoy y de siempre y que hemos olvidado: naturaleza, agua, sol, tierra, verdes desde un simple “yuyito” hasta un inmenso ombú, de lo más pequeño a lo más grande de la naturaleza que nos incluye. Sin ella no existiríamos.