A nadie escapa lo duro que está siendo para la mayoría llegar cómodo a fin de mes. La extensa recesión, la escalada inflacionaria y los desajustes macroeconómicos de los que a diario hablan los especialistas se traducen en una progresiva pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores y en un drama para los que están por debajo de la línea de la pobreza, que cada vez parecen ser más.
Todavía es temprano para hablar de la recuperación que intenta contagiar a diario el Gobierno argentino desde la irrupción de Sergio Masa como ministro de Economía. Los acuerdos y arreglos con acreedores y el mercado no necesariamente tienen impacto en la economía cotidiana.
Los datos duros de la realidad siguen llegando sin pausa. Ayer fue el turno de las canastas que miden la pobreza y la indigencia. El encarecimiento de ambas no es novedoso. Pero sí lo es que, en apenas tres meses, uno de los cuales corresponde a Massa y su equipo económico, se haya producido una aceleración de precios del 20%. Así las cosas, el mes pasado una familia tipo necesitó reunir ingresos por 119.756,94 pesos para no caer en la pobreza en agosto.
Los contrastes con algunos sectores de la sociedad son abrumadores. Por ejemplo, con los valores informados ayer por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), un salario mínimo, que en agosto fue de 47.850 pesos, no alcanza para mantener a una familia fuera de la indigencia y dos salarios mínimos no son suficientes para comprar la canasta de pobreza. De hecho, sólo alcanza a cubrir el 80%.
Más doloroso aún, una jubilación mínima, hoy de 43.353 pesos, está lejos de los valores de las canastas básica y alimentaria.
Mientras el Gobierno no atienda la matriz de precios con medidas congruentes con nulos efectos sólo se estará asegurando el crecimiento de la masa de pobreza y haciendo que el flagelo se vuelva más estructural.