Hay tantas personas que llegan a Misiones, ya sea por trabajo, por la familia o como el caso del sacerdote Alberto Barros, que llegó a Posadas hace 21 años como parte de su tarea sacerdotal y es hoy una parte importante de la comunidad, por su trabajo, sus obras y su compromiso con los más humildes.
Está al frente de Cáritas Diocesana hace nueve años y contó a PRIMERA EDICIÓN un poco de su historia y cómo llegó a Misiones, cómo descubrió su vocación sacerdotal, de servir y ayudar a los más necesitados, de su familia y su paso por Resistencia, Chaco, donde además de ayudar a formar sacerdotes junto al obispo Carmelo Giaquinta, crearon dos refugios para personas en situación de calle, obra que replicó en Posadas. Hasta hoy que está al frente de la Parroquia Sagrada Familia donde creó el primer cinerario de la ciudad.
El padre Barros nació y se educó en Capital Federal, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en Florida, partido de Vicente López. Es el mayor de tres, una hermana y un hermano, de padres profesionales, su madre abogada y su padre contador (ambos fallecidos), hizo la escuela primaria en un colegio católico, el Ceferino Namuncurá, y el secundario en el Liceo Militar General San Martín, donde comenzó a madurar la idea de ser sacerdote.
Yo veía que mi sacerdocio tenía que estar marcado por el compromiso con los pobres, los sufrientes, lo tenía muy claro”.
“Mi vocación se fue dando en el secundario, por una preocupación que tenía de adolescente por el mundo del sufrimiento, el dolor de la pobreza, era un mundo que me cuestionaba mucho, siempre digo que fui descubriendo la vocación al sacerdocio a través de los pobres y sufrientes, como que fueron ellos los que me fueron confirmando mi vocación sacerdotal. Yo iba a misa en la parroquia del barrio, Nuestra Señora de la Guardia, su párroco, Leopoldo Poli, tenía un fuerte compromiso con los pobres, con los sufrientes, creo que la imagen de él me ayudó mucho en el discernimiento vocacional. También la figura de mi mamá, si algo la distinguía era su capacidad solidaria, esas actitudes de compromiso con los demás, siempre solidaria, creo que todas esas situaciones me fueron ayudando a descubrir, desde la figura de Jesús, siempre cercano a los sufrientes, empezar a cuestionarme cómo vivo yo ese compromiso con los sufrientes, como cristiano. En todo ese proceso y de todos los caminos que se me iban abriendo, el camino sacerdotal me terminó de convencer de que esa era la forma para mí, de asumir el compromiso con los sufrientes y durante el año de facultad, hacía abogacía, eso fue madurando y al terminar el primer año, con la decisión más madurada, ingresé al seminario”, contó.
Así fue como, tras ordenarse sacerdote, viajó a Resistencia, junto a otros colegas para ayudar en la formación de otros sacerdotes, estuvo allí 16 años hasta que el hoy Obispo de la Diócesis de Posadas, Juan Rubén Martínez, lo invitó a acompañarlo a Misiones, a donde llegó en 2001.
En sus primeros años en Posadas trabajó junto al que fuera Obispo de Oberá, Víctor Arenhardt, quien en ese entonces era el párroco de la Catedral. “Aprendí mucho de él (de Arenhardt), fue una experiencia muy linda compartir con él, después tuve distintas parroquias estuve en la Inmaculada Concepción de Villa Urquiza, en la parroquia San Antonio que en esa época incluía Santa Rita, después la Catedral de nuevo y ahí la Sagrada Familia, donde estoy hace 10 años. Si tengo que mirar hacia atrás, estos 21 años en Posadas, digo que son años de mucha alegría, muy ricos en el encuentro con la gente, en descubrir la cultura misionera, la identidad de nuestra gente su forma de pensar, que a mí me enriquecieron mucho, intensos y valiosos y no tengo duda que Dios ha ido acompañando mi vida, la vida de nuestras comunidades, tengo esa certeza de un Dios bueno, compasivo, misericordioso que siempre está, que nos fortalece en nuestras luchas, que nos alienta en las alegrías, que nos levanta en las dificultades, con las virtudes y defectos que uno tiene, pero con el convencimiento de querer dar lo mejor”.