Los números que maneja el Observatorio de Violencia Familiar y de Género de Misiones despiertan sensaciones encontradas. Por un lado, el dramático y sostenido aumento desde 2019 de las denuncias de víctimas de violencias en la provincia refleja el dato positivo de que cada vez se animan más a romper un círculo del que resulta muy complicado salir. Por otro, que en apenas cinco meses de este año se hayan registrado más de 10 mil casos demuestra que aún nos falta mucho por hacer en la lucha contra este flagelo.
Como expresa en esta misma edición la titular del Instituto Provincial de Estadística y Censos (IPEC), Silvana Labat, quien también dirige el mencionado Observatorio, “por un lado es bueno, porque esto da cuenta de que las personas violentadas se animan a denunciar”, pero al mismo tiempo remarcó la necesidad de disminuir los tristes indicadores en la provincia, a través de capacitación, asistencia y “jueces más comprometidos” y “con perspectiva de género”.
Varias veces se ha planteado ya en esta misma columna, pero no está de más repetirlo: por más herramientas legales y políticas que se van sumando, por más campañas de sensibilización que se generan y difunden, por más primeros planos que cobren estos hechos para visibilizarlos y que la sociedad entienda de una vez por todas que ese no es el camino, no se le encuentra la vuelta para erradicar o minimizar las violencias.
Y si bien es cierto que los cambios culturales demandan tiempo, también requieren una actitud proactiva, desde la educación (la formal y la de la propia casa), el uso responsable de las redes sociales (todavía empleadas como usina de viejos preconceptos y “chistes” de mal gusto y sin gracia), y sobre todo, cada uno desde su lugar, fomentar y cultivar el respeto. Sólo involucrando a las nuevas generaciones e inculcándoles los buenos ejemplos se podrá soñar con una sociedad mejor.