Amante de las motocicletas y de la velocidad desde muy temprana edad, esta pasión llevó Carlos Albisser a convertirse en un piloto amateur. A los quince años recibió el título de mecánico, después de viajar a Buenos Aires para estudiar en la Escuela Técnica oficial de la empresa Zanella, la más prestigiosa de la época. De esta manera, gracias a los conocimientos adquiridos en la gran urbe, y de regreso a sus pagos, abrió el local comercial denominado “Casa Albisser”, brindando servicio técnico e instruyendo a los interesados en el arte de la “tuerca”: disciplina e invención. Durante muchos años participó en competencias a nivel zonal, provincial, nacional e internacional de motociclismo y karting. Entre sus innumerables logros, se destacan los siguientes títulos:
En el año 1971 fue campeón provincial en la categoría 125 cc. stándar.
En 1976 se consagró campeón zonal de motociclismo en la categoría 125 cc. preparación libre.
En el año 1977 resultó subcampeón zonal de motociclismo en la categoría 200 cc. libre internacional.
En el año 1980 fue campeón provincial de motociclismo velocidad en la categoría 200 cc. libre mecánica nacional.
En 1982 fue campeón provincial de motociclismo en la categoría 125 cc. libre internacional.
En el año 1982 fue campeón provincial de motociclismo en la categoría 250 cc. libre internacional.
En el año 1983 fue subcampeón provincial de motociclismo en la categoría 220 cc. libre internacional.
En el año 1984 fue coronado campeón provincial de motociclismo en la categoría 200 cc. libre internacional.
En 1984 fue campeón provincial de motociclismo en la categoría 125 cc. nacional.
Luego de un receso en sus actividades deportivas regresó a las pistas en 1997 con el proyecto “Team Albisser”, dirigiendo el grupo de pilotos integrado por Alberto Catania, Marcelo Vier, Eduardo Traid, Claudio Stopp, Christian Stopp, José Mario Sclepeck y Diego Freitas. Finalmente, en el 2001 obtuvo su último título culminando su carrera deportiva como subcampeón provincial de motociclismo Speed-way en la categoría 125 cc. nacional.
Los mejores recuerdos
Carlos Albisser nació en Puerto Rico el 8 de octubre de 1951 y falleció el 7 de junio de 2004, a raíz de problemas coronarios. Su hija Romina, que lo recuerda con mucho cariño, destacó algunas cualidades del deportista y repasó su propia infancia, siguiendo muy de cerca las actividades desarrolladas por su padre. “Todos los fines de semana, por mucho tiempo, toda la familia concurría al Moto Club, para trabajar, para ordenar, limpiar, rastrillar y, de esta manera, dejar impecable todo el circuito”, recordó la ahora psicóloga y trabajadora de medios.
Añadió que el Moto Club se mantuvo vigente hasta mediados del 2000, mientras su padre estaba con vida, en un terreno lindante al Centro Deportivo Municipal. “Después esa superficie quedó abandonada, el municipio abrió una calle, que estaba planificado que pasara por el medio del predio, terminaron vendiendo el terreno y se lo cedieron a la escuela especial. Fue así que, por mucho tiempo, la institución quedó sin terreno. Ahora, después de muchas vueltas, se volvió a conseguir un terreno en la zona de Mbopicuá”, señaló la hija de Albisser, quien estuvo al frente de la entidad durante varios períodos, aunque la joven no pudo precisar exactamente cuántos.
“Con cinco años recuerdo haber estado ahí todos los fines de semana. Mi papá trabajó durante muchos años, con mucho éxito, después hubo una época en la que es como que se cansó, dejó de participar y fue cuando el Moto Club decayó notablemente. Cuando yo tenía 13 años volvió a retomar el ritmo de las actividades, a levantar a la entidad”, dijo la profesional, a la que este pequeño homenaje hace revivir “recuerdos lindos”.
Mientras relataba a Ko’ape los pormenores de esta pasión, su imaginación se trasladaba a los días cuando “estábamos trabajando, jugando y esperando a que los mayores terminen sus tareas de ordenar, pintar y limpiar, para volver a casa. A papá le gustaba mucho el orden, la limpieza. Es que, por lo general, uno siempre se imagina a un mecánico de motos con las manos sucias, engrasadas, con la ropa manchada, pero no es así porque mi papá siempre usaba un guardapolvo, parecía un científico, y siempre permanecía pulcro hasta más no poder”.
Hace unos años el municipio de Puerto Rico organizó una fiesta del deporte donde lo homenajearon. “Fue realmente emotivo. Ya habían pasado unos años de su muerte, pero buena parte de los asistentes se mostraron emocionados”, observó Romina.
Además de los campeonatos ya conocidos, en el Moto Club se realizaban multitudinarios eventos para el Día del Niño y, Romina lo recuerda porque “no se solían hacer grandes fiestas para los chicos en esa época. Se llevaban a cabo carreras de bicicletas, se conseguían un montón de juguetes, donaciones, que se sorteaban y se regalaban. Ahora es común que los barrios organicen ese tipo de encuentros para los más pequeños”.
Desde chico
Romina contó que sus abuelos paternos se dedicaban a la agricultura y que criaron a Carlos, como a sus otras seis hijas, para trabajar en la chacra. En los primeros tiempos venían al pueblo a realizar la venta de bananas, ya que contaban con una buena producción y era una salida para aportar económicamente al hogar. Cuando era un poco más grande, comenzó ayudar en la bicicletería y en las obras que construía su padre, José León Albisser, un inmigrante proveniente de Suiza -que aquí contrajo matrimonio con la alemana María Hartmann-, y era considerado un excelente carpintero. Prueba de ello, fueron las primeras cabañas que formaron parte del complejo de la Hostería Suiza, un lugar que tiene muchos años de historia en la zona.
Cuando Carlos tenía apenas 14 años viajó a Buenos Aires para formar parte de la Escuela Técnica de Zanella, “que en esa época era lo más”, y se recibió de mecánico oficial de la marca. Lejos de casa y de los suyos cumplió los quince años. Decidió permanecer por dos años más, y al regresar a Misiones, dio vida a lo que fue su taller.
De acuerdo a lo relatado por su hija, hace unos años el municipio de Puerto Rico organizó una fiesta del deporte donde Albisser fue homenajeado, ocasión para la que José Rambo, editó “un hermoso video con imágenes de distintas etapas de su vida deportiva. Fue realmente muy emotivo. Ya habían pasado un par de años de su muerte, la mitad de los asistentes al evento estábamos llorando”, confió la descendiente del deportista, que se completa con sus otros hermanos: Lilian, Gabriela Marisol y José Carlos.
En los ojos de Marisol
Su hija Gabriela Marisol describió a “Mi papá” en un trabajo práctico que debió realizar para las clases del colegio. Lo hizo mediante un diploma tipo pergamino, en el que se destaca una fotografía del protagonista de esta historia con una de sus motocicletas, y rodeado de una numerosa cantidad de trofeos, un casco y herramientas prolijamente dispuestas en las paredes. “Cuántas carreras ganadas con esa moto, su pasión por los fierros, clásico peinado, el de siempre, hasta ahora lo sigue usando, su pantalón campana, como los que me gustan y el saco azul, aún lo tiene. Por fin me doy cuenta lo viejas que son esas herramientas porque hasta hoy las tiene en el taller. Yo sé muy poco de todas las travesuras que hacía con sus amigos, como la de acostar la moto y pasar por debajo de un camión. Yo pensaba que sólo en películas pasaban esas cosas. Además, entiendo lo dura que fue su vida, si tuvo que dejar de ir a la escuela en cuarto grado para ayudar a su familia y con tan solo quince años recién cumplidos recibió su primer título como mecánico. Ahora me doy cuenta de todo al mirar esta fotografía. A veces pienso que debería escribir un libro acerca de porqué a sus 50 años aún sigue corriendo con sus motos como un “verdadero campeón”.
Los profesores de la Escuela Normal Nº 3 no creían que la foto fuera tomada en el taller “de mi papá, por el orden que presentaba. Pero él provenía de una familia suizo-germana donde el orden y la limpieza eran una prioridad, como parte de sus principios”, dijo Marisol, que tiene recuerdos similares a los de mi hermana. “Colaborábamos con mamá en la cantina, mientras los demás estaban en otros puestos. Parece que aún siento ese olor tan particular del aceite de los motores de dos tiempos, el entusiasmo de los familiares y pilotos, y de los más chicos, que jugaban a las carreras con sus bicis, como soñando algún día poder correr en el circuito”, acotó.
Masajista e instructora de yoga, se ve identificada con Carlos “por dedicarme a una labor que necesita de las manos. Muchas veces, mientras trabajo, observo las mías, muy parecidas a las de él”.
Añadió que su tía Irma, que vive en la provincia de Catamarca, le confió que “valoraba que papá, a pesar de la vida que tuvo, de las escasas oportunidades, pudo cumplir su sueño que era correr esas carreras, aunque mi abuelo se oponía. Pese a esas adversidades, pudo proyectar hacia más personas y expandir esa motivación a las carreras a través del Moto Club, que fue uno de sus más grandes proyectos”.
Al hablar de su ausencia, Marisol dijo que “se aprende a aceptar y a convivir con la historia. Agradezco lo que aprendí, aunque me hubiese encantado aprender mucho más. Cuando venían sus amigos, que eran como sus hermanos, me quedaba hasta tarde escuchando historias como de película, no sólo de motos, sino de pesca, la naturaleza, lo que encontraban en ese Puerto Rico que recién arrancaba. Lo recuerdo con alegría. Aprendí a quedarme con lo bueno. Ahora me queda transmitir a mi hijo León, que pregunta y trata de descubrir parte de su historia”.
A pesar de la vida que tuvo, de las escasas oportunidades, pudo cumplir su sueño, que era correr esas carreras. Pudo proyectar hacia más personas y expandir esa motivación a las carreras a través del Moto Club, que fue uno de sus más grandes proyectos”, dijo Marisol.
Detector de ruidos
A su hija Lilian, se le vino a la memoria una anécdota de una jornada en la que ambos se encontraban en el negocio en horas tempranas. Mientras él barría las hojas de la vereda, como todos los días cuando abría la concesionaria, ella controlaba el agua del mate, que le gustaba amargo y bien caliente, pero no hervido. “Cuando me acerco a invitarle uno para ver si ya estaba bien de temperatura, escuchamos el ruido de una moto, acercándose. Enseguida dijo: ‘a esa moto le pasa tal cosa’”, mencionó.
Lilian recordó que era la moto de un tocayo de su papá, de la relojería Suiza, que llegó diciendo: “Carlitos no sé por qué estará fallando mi moto”, a lo que Albisser contestó: “apagala” y “metió mano, creo, cerca del carburador, sacó una pieza y fue adentro en busca del repuesto para cambiarlo. Lo colocó de nuevo y pidió al dueño que se subiera para probarla. Carlitos salió ‘arando’ y no se escucharon más fallas. Realmente no sé cuál fue el problema que tuvo la moto del relojero, pero lo que sí me quedó claro es cuánto sabía mi padre de lo que hacía, que con sólo escuchar el ruido de la moto sabía lo que pasaba, faltaba o fallaba”.
Desde ese momento “entendí la dimensión de su compromiso en lo que hacía, en su trabajo, en su pasión, las motos, las carreras, y sentí orgullo de tener ese padre comprometido en su trabajo, de poder ser testigo de ese momento. Lo recuerdo como un apasionado de lo que hacía y me enorgullece porque era un grande en lo que hacía”.
Complicidad de hermanos
Rosalina Albisser es hermana de Carlos, con escasa diferencia de edad. Recalcó que “empezó con las bicicletas porque papá era bicicletero. Después, cuando él todavía era muy joven, dos vecinos nuestros, que lo apreciaban muchísimo, Ricardo Teler y Oscar Aleman, colaboraron con los respectivos pasajes de avión para que pudiera viajar a Buenos Aires a realizar cursos, tanto en Gilera como en Zanella”. Al regreso, “todo empezó cuando él puso su taller. Allí arreglaba las motos que los clientes le traían, después anexó la venta de repuestos, pero no recuerdo en qué momento surgió el tema de las carreras. Como a mi papá no le gustaban, las hermanas lo ayudábamos a escondidas. Armaba las motos, y yo siempre lo ayudaba cuando podía”.
Después, en la etapa de circuito, “lo ayudaba entrada la noche, preparábamos, limpiábamos. Él cuidaba todo como si fuera suyo. Era contagiosa su alegría y sus ganas. Me sentía orgullosa y lo sigo extrañando, era el único varón entre seis mujeres”. Claudio Stopp, el hijo de Rosalina, es ahijado de Carlos, con quien compartía su pasión, “corrieron y viajaron juntos”.