Por Walter Goncalves
En la vida del hombre hay fechas que son especiales y este julio lo va a ser porque será el primero en que no va a estar para compartir el festejo de los cumpleaños nuestro amigo Pepe… Pepe Zembruski, el de la lancha Yasy Yateré, aquel con el que supimos compartir tantos campamentos y concursos; junto a Yuli Vancsik, Roberto Sarjanovich, Chuinka Resotka, allá en el paredón de Perdida, epicentro de tantos recuerdos y vivencias en torno a fogones donde la amistad y la camaradería tornaban inolvidables esos encuentros.
En aquellos años de transición entre cota 76 y 83, el llenado del vaso de la represa de Yacyretá fue socavando las costas, situación ésta que en la zona del paredón de Perdida donde teníamos emplazado nuestro campamento habitual, provocó que vayan quedando al descubierto una gran cantidad de restos de alfarería, urnas de adobe, aparentemente de muy larga data, situación a la que al principio no le dimos mucha importancia.
Transcurridas algunas semanas y luego de una gran tormenta, retornamos al lugar y justamente Pepe fue el primero en descubrir un par de urnas casi intactas y de grandes dimensiones que nos llamó mucho la atención. Las depositamos en las embarcaciones y las trasladamos a Posadas. Una de ellas fue guardada por el amigo Pepe como una curiosidad, y la otra le acercamos a investigadores de la Universidad para ver si realmente -cómo suponíamos- se trataba de un hallazgo arqueológico.
Unos días después, volvimos a nuestro campamento del paredón para pasar un fin de semana de pesca, pero en el transcurso de las horas advertimos que el “clima” ya no era el mismo: estábamos pendientes y nerviosos de lo que podíamos encontrar en la zona pues la gente entendida del tema nos había dicho que era muy posible que se trataran de urnas funerarias de los aborígenes.
No sé si era por sugestión o por qué otra razón, pero casi no pegamos un ojo esa noche en ese clima enrarecido. Luego de dos semanas, tuvimos una larga charla sobre el tema entre nosotros; y el amigo Pepe a los pocos días nos propuso volver al lugar a fin de llevar y volver a enterrar aquella urna en ese mismo Peñón que se adentraba en el río y que fuera elegido por nuestros antepasados como lugar de descanso de sus muertos.
Pocos metros aguas arriba, se encontraba la isla Perdida que también ante la llegada del lago fue desapareciendo y allá por el año 98 fue escenario de una historia en la que los duendes del paredón parece que hubieran protegido a los pescadores.
Debido a la gran cantidad de excelentes ejemplares de boga que estaban acardumadas entre los árboles de la Isla que de a poco iba sucumbiendo ante el avance de las aguas, habían concurrido dos eximios pescadores a probar suerte, el popular pantera Gauna y su amigo Bonino. Ni bien llegaron a aquellos lares, se amarraron en uno de los gajos de los árboles sumergidos, y de inmediato comenzaron las capturas de hermosos ejemplares.
De pronto, se levantó una tremenda tormenta y el violento oleaje que produjo no dio tiempo a nada: en pocos segundos, su embarcación zozobró ante las olas, por lo cual no tuvieron más opción que sostenerse con desesperación de las ramas.
Con el correr de las horas, y al no volver a puerto, comenzaron a preocuparse todos los integrantes de la familia pescadora; y partieron desde el club Pira Pytá en su búsqueda varias embarcaciones para rastrillar un área de casi 40 kilómetros aguas abajo.
La ansiedad se iba acrecentando por los resultados infecundos de la búsqueda, pero ante tal circunstancia sobresalió la figura de aquel hombre que siempre partía raudamente ante cualquier emergencia de los navegantes, Rolf Neunteufel que, acompañado por Hugo Héreter, lograron rescatar a los náufragos, quienes casi con su último aliento permanecían aferrados a aquel árbol como única posibilidad de supervivencia, luego de las peores 19 horas de sus vidas…
Desde ese día, cada vez que Pantera sale al río se encomienda a su virgencita de Itatí y agradece al Dios de los pescadores, y al alemán Neunteufel por una pesca más…